Cuanto más distantes estamos de otra cultura, más extraña esta nos parece. Esto puede ser cierto geográficamente, pero lo observamos más frecuentemente cuando la distancia es cronológica. A menudo las leyes y costumbres de las civilizaciones antiguas nos parecen extrañas o injustas. No hay duda de que a veces lo eran. Pero si asumimos que las personas de entonces, al igual que las personas de ahora, eran seres racionales, al menos podemos suponer que cada ley y cada costumbre fueron establecidas deliberadamente y pensadas para servir a un propósito distinto. Aprendemos mucho sobre estas personas y naciones a través de los restos de la cultura que dejaron atrás. Como cristianos, creemos que Dios inspiró cada palabra de la Biblia. Esto incluye las leyes de la antigua nación de Israel que encontramos registradas en el Antiguo Testamento. Si bien no nos adherimos a esta ley, la estudiamos para ver qué revela acerca de nuestro Dios. Al fin y al cabo, las leyes siempre reflejarán al legislador. Si quieres saber sobre el carácter de Boris Johnson, Justin Trudeau o Donald Trump, aprenderás algo al estudiar las leyes que han defendido. Y si quieres saber acerca del carácter de Dios, un gran lugar para empezar es estudiando las leyes que ha instituido. Sin embargo, hay muchos que leen la ley del Antiguo Testamento y terminan convencidos de que Dios es caprichoso, injusto, intolerante o misógino. Si lees las narraciones de «des conversión» de aquellos que ahora niegan la fe que una vez profesaron, es posible que descubras que expresan sus dudas con esas leyes antiguas e impugnen la moralidad de cualquier Dios que promulgue tales decretos. Algunos cristianos sienten el peso de estas críticas y se encogen de vergüenza. Algunos luchan por comprender cómo estas leyes reflejan el amor divino y un carácter noble. Pero esto no debería sorprendernos ya que vivimos a gran distancia de esa cultura. Si queremos ver cómo las leyes son justas, imparciales y buenas, necesitamos estudiar no solo las leyes, sino también el contexto en el que se dieron; necesitamos estudiar no solo las leyes de esa tierra, sino también las leyes de las otras tierras que la rodean, porque las leyes no solo eran justas, imparciales y buenas, sino más justas, imparciales y buenas de lo que ninguna persona podría esperar. Lo que me fascinó durante mi lectura más reciente de estas leyes es la propia perspectiva de Dios acerca de ellas. Dios no solo provee la ley para su pueblo, sino que también le dice a la gente cuál es la respuesta apropiada. Escucha lo que dice Moisés en Deuteronomio 4: «Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos tal como el Señor mi Dios me ordenó, para que los cumpláis en medio de la tierra en que vais a entrar para poseerla. Así que guardadlos y ponedlos por obra, porque esta será vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos que, al escuchar todos estos estatutos, dirán: “Ciertamente esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente”. Porque, ¿qué nación grande hay que tenga un dios tan cerca de ella como está el Señor nuestro Dios siempre que le invocamos? ¿O qué nación grande hay que tenga estatutos y decretos tan justos como toda esta ley que hoy pongo delante de vosotros?» Moisés tenía la confianza dada por Dios de que estos estatutos y reglas eran buenos. No solo eran objetivamente buenos sino también comparativamente buenos— «más buenos» que los de cualquier otra nación. ¿Por qué? Él nos da al menos tres razones. En primer lugar, la ley revela a un Dios que quiere que Su pueblo manifieste sabiduría divina. Moisés le asegura al pueblo que si guarda la ley que Dios ha dado, otras naciones verán su obediencia como una señal de sabiduría y entendimiento. ¿Por qué? Porque esta ley es muy buena y justa, protege a los que necesitan protección y proporciona misericordia para aquellos que necesitan misericordia. La nación de Israel no debe avergonzarse de las palabras de esta ley y de su adhesión a ella. Más bien, debería estar orgullosa de ambas. Si hacen lo que manda la ley, otras naciones exclamarán: «Ciertamente esta gran nación es un pueblo sabio y entendido». En segundo lugar, la ley revela a un Dios cercano a Su pueblo. Por medio de esta ley Dios revela Su intención de habitar con Su pueblo. Las leyes relativas a la justicia y la pureza están destinadas, al menos en parte, a hacer de esta nación una habitación adecuada para Dios. Él habitará con Su pueblo en el tabernáculo (y luego en el templo), sobre el arca y entre los querubines. Revelará Su voluntad al pueblo a través de la mediación de los sacerdotes y los profetas. La ley lo revela como un Dios dispuesto a estar presente, dispuesto y deseoso de escuchar a Su pueblo y responderle. Porque, como dice Moisés, «¿qué nación grande hay que tenga un dios tan cerca de ella como está el Señor nuestro Dios siempre que le invocamos?» En tercer lugar, la ley revela a un Dios que es justo. La naturaleza justa de la ley revela la naturaleza justa de Dios. La naturaleza misericordiosa de la ley revela la naturaleza misericordiosa de Dios. Mientras las leyes de las naciones que rodeaban a Israel mostraban favoritismo y a menudo eran duras y brutales, las leyes de Israel demostraron la santidad y la justicia de su Dios santo y justo. «¿O qué nación grande hay que tenga estatutos y decretos tan justos como toda esta ley que hoy pongo delante de vosotros?» Los cristianos contemporáneos a veces pueden sentirse incómodos al leer leyes que parecen muy extrañas y al leer estatutos que parecen muy crueles. Pero esta extrañeza y crudeza se debe mucho más a nuestra distancia cronológica que a las propias leyes. Más bien, las leyes de Dios, incluso esas leyes de Dios, lo revelan en toda Su bondadosa, misericordiosa y justa perfección. https://www.challies.com/articles/the-right-response-to-the-old-testament-law/