La muerte del “yo”: la vida de Cristo en nosotros

El “yo” es el enemigo íntimo. Morir con Cristo es vivir por Él, transformados por Su Espíritu y Su Palabra.
Foto: Fabio Verhorstert (Unsplash)

Es definitivamente vital para el hombre renovado redescubrir que el “yo” es el enemigo íntimo más feroz que podemos imaginarnos. Es tan peligroso y mortal porque se muestra amistoso y habita con nosotros. Sería imposible abarcar todos los aspectos que encierra el tema, pero siendo un asunto de profundas raíces teológicas con un significativo peso práctico para la vida diaria del cristiano, una serie de textos bíblicos concretos nos proporcionará un panorama general y útil sobre esta cuestión. Tampoco nuestra proyección sería completa si simplemente habláramos de la muerte del “yo” en el cristiano sin hablar de la vida de Cristo en el cristiano. Son asuntos complementarios y no puede mencionarse el uno sin el otro.

Tomar la cruz: la identificación con la muerte

Llamando Jesús a la multitud y a Sus discípulos, les dijo: “Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí y del evangelio, la salvará” (Mr 8:34-35).

Cuando Jesús dijo estas palabras a los discípulos, acababa de anunciarles por vez primera que le esperaba la muerte, algo que volvió a reiterarles en Marcos 9:30-32. Aunque ellos aún no entendían qué era lo que significaba que Él habría de morir, la figura que Cristo les comunicó tenía que ver con vivir con una sentencia de muerte voluntaria. Era una sentencia de muerte relacionada con una identificación con Su persona. El propósito divino al elegir esta sentencia de muerte es demostrar que una persona ha muerto a sí mismo o al “yo» para vivir una vida salvada, porque, justamente, ha comprendido el valor de la salvación del alma. Inmediatamente después de esta declaración, Jesús dijo: “O, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? O, ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?” (Mr. 8:36-37).

Negarse a sí mismo es vivir bajo la cruz, donde la salvación del alma vale más que todo el mundo. / Foto: Lightstock

En este contexto, entonces, negarse a sí mismo incluye el sufrimiento, la persecución e incluso la muerte por el valor que tiene la salvación que Cristo ofrece y la relación que se tiene con Su persona por medio de la redención. Ya que esta es una verdad universal, la vida del cristiano siempre estará bajo la sombra de esta realidad, puesto que un sentenciado a muerte no puede ejercer ningún derecho sobre su propia vida, la cual ya no le pertenece.

Crucificados con Cristo: la identificación con Su muerte

Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga 2:20).

Este texto expresa una de las paradojas más grandes en la vida del cristiano y, a su vez, la verdad más bendita que se puede experimentar por la fe. La verdad de que Cristo vive en el cristiano destaca al cristianismo sobre cualquier otra religión. La vida del Hijo de Dios en el creyente es la evidencia de una genuina conversión y “la esperanza de la gloria” (Col. 1:27).

Crucificados con Cristo, ya no vivimos nosotros, sino que Él vive en nosotros. / Foto: Lightstock

Sin embargo, ¿qué de la gran paradoja? ¿Cómo es posible que estemos vivos y muertos a la misma vez? Romanos 6:5 es otro de los textos indispensables para discernir estas incógnitas y responder estas y otras preguntas: “Porque si hemos sido unidos a Cristo en la semejanza de Su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de Su resurrección”. Sobre esto, el pastor John Piper dice lo siguiente:

Cuando Cristo murió, morimos nosotros. El glorioso significado de la muerte de Cristo es que cuando Él murió, todos los suyos murieron con Él. La muerte que Él murió por todos nosotros se convierte en nuestra muerte cuando nos unimos a Cristo por la fe.

La fe que nos fue dada en la salvación es la misma fe que activa nuestra identificación con su muerte, es decir, una fe para creer la verdad de nuestra unión con ese acontecimiento único.

La fe que nos fue dada en la salvación es la misma fe que activa nuestra identificación con su muerte. / Foto: Lightstock

Resucitados con Cristo: la identificación con Su vida

De la misma manera, Pablo continúa diciendo en Gálatas 2:20: “La vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios”, y de manera similar a los romanos, “considérense […] vivos para Dios en Cristo Jesús” (Ro 6:11). Entonces, ¿cómo es la vida presente del cristiano? ¿Cómo se verifica en términos prácticos y cotidianos la identificación con la vida de Cristo que destaca la muerte del yo? Justamente en su carta a los romanos, Pablo define la manera en que eso se hace evidente y, por ende, donde el yo no encuentra terreno para prosperar. Él dice: “Preséntense […] a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros a Dios como instrumentos de justicia» (Ro 6:13). Es mi lengua y son mis ojos, mis brazos, mis oídos, mis pies; es decir, son todos mis miembros aquellos por medio de los cuales se exterioriza la vida de Cristo o la ausencia de Él. De ahí que el sufrimiento del cuerpo o la muerte física sean preferibles para los verdaderos hijos de Dios antes que deshonrar a Cristo. Es preferible dejar inoperante de forma efectiva el cuerpo terrenal, antes que negar al Salvador. Esta es la historia de todos los verdaderos mártires en el pasado, y la experiencia de muchos cristianos hoy día en todo el mundo.

La vida en Cristo se refleja en cada miembro del cuerpo, no en reglas vacías, sino en un amor que vence al pecado. / Foto: Lightstock

Un hombre renovado, que toma la cruz y que batalla para seguir a Cristo, no puede tener una mirada obtusa y oscura sobre la vida espiritual, como si esto hiciera que su cristianismo fuera algo tedioso. No, “nunca debe adoptar una actitud pesimista en la que se resigna a aceptar la realidad del pecado en su vida”. Cristo es el vencedor absoluto. Esta vida resucitada de Cristo es el motor para que un hijo de Dios continúe luchando contra el pecado, porque ama a su Salvador. Por eso, es necesario enfatizar que negarse a uno mismo es mucho más que vivir una vida de principios éticos y morales, ya que eso simplemente sería darse un abrazo con el legalismo.

Vestidos de Cristo: la evidencia de Su vida

¿Quién no se vistió como algún superhéroe favorito en su niñez? Al hacer eso, al menos en mi caso, llegaba a sentirme como ese personaje. Era poner en evidencia lo que yo me creía en ese momento, era mi nueva identidad. Finalizando una serie de imperativos para la vida cristiana, el apóstol Pablo les dice a los romanos: “Vístanse del Señor Jesucristo, y no piensen en proveer para los deseos de la carne” (Ro 13:14). De manera similar, habló tanto a los efesios como a los colosenses de vestirse del nuevo hombre creado según Dios (Ef 4:24; Col 3:10). El hombre renovado no ha sido llamado a mejorar su apariencia espiritual, sino a tener una que es absolutamente nueva, y eso solamente puede hacerlo el Espíritu Santo en su vida. Esto mismo les dijo el apóstol a los corintios: “Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu” (2Co 3:18).

Revestirse de Cristo no es mejorar la apariencia, es recibir una vida nueva por el Espíritu. / Foto: Lightstock

Lo que no puede obviarse: la Palabra de vida

La vida, muerte y resurrección de Cristo son tres acontecimientos pasados que son la garantía para una vida en la cual el cristiano se niega a sí mismo y vive para Dios en el presente. El Espíritu Santo es la persona que vive en el cristiano, que ha aplicado estas verdades y que lo transforma de gloria en gloria. Pero el vínculo que hace que todo esto se traduzca en una experiencia palpable es la Palabra de Dios.

Estar crucificado con Cristo y ser resucitado con Él es parte de un proceso de santificación progresiva para el hombre renovado. Y Jesús rogó al Padre que santificara a Sus discípulos en la verdad. Él oró: “Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad” (Jn 17:17). De manera que sería inútil para cualquier cristiano querer tomar la cruz y negarse a sí mismo sin aquello que lo alimenta y lo direcciona hacia una semejanza a Jesucristo. La vida de santificación es una obra sobrenatural del Espíritu de Dios, pero lo hace con los medios que Dios ha ordenado. Por eso, necesitamos alimentar con las Escrituras al nuevo hombre creado según Dios.

La cruz y la resurrección se hacen vida en nosotros cuando el Espíritu nos santifica por medio de la Palabra. / Foto: Lightstock

Conclusión

Un enemigo íntimo acecha diariamente el corazón de cada hombre que ha sido renovado por el evangelio. Es muy amistoso. Parece muy familiar. Pero tengamos cuidado de no sucumbir ante sus engaños, sugerencias y deseos viciados. ¿Cómo lo hacemos? Considerando lo siguiente: “Sabemos esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado” (Ro 6:6).

Ricardo Daglio

Ricardo es pastor en la iglesia de la Unión de Centros Bíblicos en la ciudad de Villa Regina, Río Negro – Patagonia Argentina. Casado con Silvina, tiene tres hijos, Carolina, Lucas y Micaela. Sirvió al Señor como pastor en Uruguay, en la ciudad de Salto durante dieciséis años. Desde el año 2008 pastorea la iglesia local en Villa Regina. La filosofía de enseñanza bíblica es «La Biblia, versículo por versículo», la predicación expositiva secuencial de la Palabra de Dios.

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