[dropcap]T[/dropcap]odos estamos acostumbrados a leer obras sobre las disciplinas espirituales de la vida cristiana. Sabemos que como cristianos debemos disciplinarnos para asegurarnos de mantener un enfoque de por vida en la Palabra, la oración y la comunión. Es así que leemos la Biblia y meditamos en ella, oramos individualmente y con la familia, y mantenemos la comunión unos con otros a través de la adoración en la iglesia local y los sacramentos u ordenanzas. ¡Muy bien! En esto consiste la vida cristiana. No obstante, en su obra clásica Holy Helps for a Godly Life, Richard Rogers presenta una disciplina espiritual enormemente perdida y descuidada en los últimos años: la disciplina de la vigilancia. La disciplina de la vigilancia La vigilancia es «una atenta observación de nuestro corazón y una diligente mirada a nuestros caminos, para que puedan ser agradables y aceptables para Dios». Se realiza en obediencia a pasajes como 1 Pedro 5:8, que dice: «Practiquen el dominio propio y manténganse alerta», y Mateo 26:41, donde Jesús ordena: «Estén alerta y oren para que no caigan en tentación». Hay una especie de vigilancia activa que la Escritura recomienda pero que a menudo fallamos en atender, y esto nos deja en un gran peligro. «Sin vigilancia, Satanás y nuestro propio corazón pecaminoso pronto nos lanzan a muchas tentaciones ruines. La necesidad de esta ayuda también se puede apreciar fácilmente en nuestra propia experiencia y el pecado contrario del descuido. Porque ¿qué entristece y apaga más fácilmente al Espíritu Santo de Dios que aquello que ahuyenta nuestra piedad? ¿O qué cosa sino el descuido abre así la puerta a la confusión?». Hay dos claves para esto: nuestro corazón y nuestros caminos. Así, la vigilancia es en primer lugar la observación de nuestro corazón, porque, como ordena Salomón: «Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida» (Proverbios 4:23). Segundo, es un atento examen de nuestros caminos o nuestra vida. «Mientras esté ante gente malvada vigilaré mi conducta, me abstendré de pecar con la lengua, me pondré una mordaza en la boca» (Salmo 39:1). En la vigilancia, ponemos mucha atención a nuestro ser interior y exterior, nuestros deseos y actos, para asegurarnos de que ambos agraden a Dios. Así que, ¿cómo se lleva a cabo esta disciplina? Primero, poniéndonos en una actitud de vigilancia. «Aquellos que desean ser ayudados por la vigilancia deben disponerse a poner su mente y deleite en ello. Deben estar contentos con ser tratados como niños, a quienes no se les permite tomar o jugar con cuchillos; o como los que padecen una discapacidad mental, que son alejados de los peligros de lastimarse». En otras palabras, el cristiano vigilante debe evitar diligentemente las situaciones o contextos donde es probable que peque o sea gravemente tentado. Segundo, mediante la oración. «La oración despierta la vigilancia y le da vida, y hace que perdure con mucha alegría y poco tedio, mientras en oración confiamos en que Dios la bendiga en nosotros». Esta vigilancia en oración debe continuar siempre que corramos peligro de ser tentados a pecar, es decir, toda la vida, aunque quizá con especial énfasis en ciertos momentos y contextos. Así es como él declara el beneficio de esta disciplina: «Por lo tanto, esta atención a ti mismo y especialmente a tu corazón (porque las palabras y acciones provienen del corazón) debe ser tu compañía todo el tiempo, y debes poner esta vigilancia ante la puerta de tus labios y hacerte el hábito de observar diligentemente tus caminos, para que te vaya bien y puedas prosperar. Pero si la vigilancia te es ajena, espera caer a menudo; me refiero a caer peligrosamente. Espera hallar muchas heridas en tu alma y carecer de muchos consuelos en tu vida». Puedes leer más acerca de esta disciplina perdida en Holy Helps for a Godly Life, o en el libro de Brian Hedges Watchfulness.