En el año 2004, nuestro proyecto de construcción de la iglesia chocó contra un muro. Hasta ese momento, nuestros planes de ampliar el edificio habían avanzado lenta pero firmemente. La congregación había aprobado los planos, votado para construir, reunir fondos y contratar especialistas que nos ayudaran a conseguir los permisos necesarios. Y las autoridades de la ciudad nos otorgaron uno por uno los permisos que solicitamos, hasta que llegamos al Consejo de Salud. En el 2004, este Consejo indicó que los planos de nuestro sistema de sépticos no estaban bien. Así que retiramos nuestra solicitud. Buenas intenciones Fue un tiempo confuso para la iglesia. ¿Por qué Dios nos habría llevado tan lejos si finalmente nos iban a rechazar? ¿Por qué no querría Dios que una iglesia creciera, especialmente en nuestra ciudad? Pero quizás lo más confuso era que nuestro motivo principal para ampliar el edificio era nuestro deseo de hacer evangelización comunitaria. La pieza central del proyecto era un gimnasio totalmente equipado. Teníamos pensado usar ese espacio, conocido como el «Centro de Vida Familiar», para programas de evangelización, ligas de baloncesto y hockey para niños, para que los padres dejasen a sus hijos mientras hacían otras diligencias, para conocer a gente nueva y quizás tener oportunidades para hablar de Jesús. En una comunidad como la nuestra donde hay muchos chicos y muchos deportes, el proyecto parecía un ejemplo perfecto de evangelización contextualizada. ¿Por qué no bendeciría Dios nuestro sincero deseo de alcanzar a la comunidad? La pregunta correcta Las buenas intenciones no siempre vienen de una buena teología, y no siempre traen como resultado buenas prácticas. Los pastores frecuentemente tenemos un celo por «alcanzar a la gente para Cristo» que nos lleva de un brinco a la acción evangelística sin pasar, en primer lugar, por una reflexión teológica cuidadosa. Andamos olfateando por aquí y por allá, buscando cosas que «funcionen» para traer a la gente a Jesús. Nos preguntamos unos a otros: «¿Qué está haciendo tu iglesia para alcanzar a otros?». ¿Se trata de cantar las canciones más recientes? ¿Tener una iluminación impactante o un programa nuevo? ¿Mostrar una serie de vídeos basados en un libro popular? ¿Implementar una estrategia de servicio a la comunidad, o un atrevido y exhaustivo plan para reestructurar a la iglesia misma? ¡Quizás la clave sea un edificio nuevo! Pero algunas veces, para progresar efectivamente en nuestra evangelización, debemos detenernos y dar un paso atrás. En vez de acelerar preguntándonos «¿Qué es lo que funciona?», debemos retroceder y hacernos una pregunta más fundamental: «¿Cómo se convierte la gente?». La teología engendra la práctica Los pastores necesitamos hacernos esta pregunta fundamental porque nuestra teología de la conversión engendra nuestra práctica de evangelización. Si la conversión es meramente un acto de la voluntad de una persona en respuesta al evangelio, entonces nuestros esfuerzos evangelísticos tenderán a enfocarse en las necesidades percibidas y las emociones del oyente. Invertiremos la mayor parte de nuestro capital intelectual intentando averiguar lo que mueve a la gente, y luego gastaremos la mayoría de nuestra energía evangelística fabricando y envasando circunstancias que nos permitan hacer conexiones con la gente e influenciarla. Nuestra predicación del evangelio la haremos cada vez más preocupados de adaptar nuestra comunicación a la mentalidad, sentimientos y deseos de las personas, para que perciban el mensaje de un modo que sea relevante para sus vidas. Si la conversión en última instancia depende de la persona, entonces debemos apelar a la persona. Y si la gente tiene hijos y les gustan los deportes, entonces construir un «Centro de Vida Familiar» tiene mucha lógica. Sin embargo, si la conversión es fundamentalmente un acto mediante el cual el Espíritu de Dios cambia el corazón a través del mensaje mismo del evangelio, la tendencia de nuestra práctica evangelística irá en una dirección muy diferente. Nos esforzaremos por explicar claramente el evangelio, en lugar de apelar a las «necesidades percibidas». Si lo que «funciona» es la obra del Espíritu de Dios, a través de la Palabra de Dios, entonces dedicaremos la mayor parte de nuestras energías mentales a estudiar las Escrituras para expresarlas con precisión, en lugar de evaluar cómo los elementos de nuestros cultos pueden calzar con los diversos estilos de aprendizaje de las personas. Lucharemos más por seleccionar canciones con letras fieles a la Biblia, que por orquestar arreglos instrumentales que modifiquen el estado de ánimo de las personas. ¿Y qué del edificio? ¿Quiere decir esta última perspectiva de la conversión que las cosas como la música, los edificios o el carisma personal no son importantes? Sí y no. Importan en la medida en que sirvan como plataforma de comunicación. Los edificios, por ejemplo, son buenos para que las personas puedan reunirse a escuchar un sermón. Así pues, en ese sentido, necesitamos asegurarnos que los elementos circunstanciales no distraigan nuestra atención del ministerio de la Palabra de Dios en sus diversas formas. Pero he aquí la clave: la eliminación de las distracciones no es lo que hace que la gente se convierta. El poder la conversión no está en eso ni en una cierta combinación de música, humor, empatía, habilidades artísticas y atmósfera de santuario. Ninguna de esas cosas puede traer a alguien a Cristo. Sólo el Espíritu de Dios, a través del evangelio, puede convertir a los pecadores y facultarlos para arrepentirse y creer en Jesús. Así que nuestra preocupación por el mensaje debe ser superior a nuestra preocupación por el envase. En la evangelización, ¡el mensaje es el medio! Por otra parte, el evangelio del poder del Espíritu de Dios puede cambiar los corazones incluso cuando la música es pésima, el predicador no es atractivo, hay defectos del sistema de sonido, y el santuario está dolorosamente pasado de moda. Dios soberanamente convierte a los pecadores por medio de su Palabra. Crecimiento sin un gimnasio Mientras nuestra iglesia pasaba por la confusión de nuestros frustrados planes de construcción, nos dimos cuenta de algo extraño. La congregación había crecido y gente había puesto su fe en Jesús, incluso sin un gimnasio. Habíamos seguido proclamando la Palabra de Dios desde el púlpito, en pequeños grupos y en nuestras interacciones diarias fuera de las cuatro paredes de las instalaciones de la iglesia. El Espíritu Santo había estado convirtiendo gente a través del ministerio del evangelio, a pesar de los problemas con nuestros planes de construcción. Aún no habíamos construido el edificio, sin embargo la gente ya había llegado. Por la gracia de Dios, nuestra visión congregacional experimentó un ajuste de enfoque. Ahora declaramos abiertamente que la predicación expositiva y la proclamación del evangelio son el centro de nuestra misión, y que tienen un rol central en la salvación de las almas. Nuestro proyecto de construcción también cambió. Descartamos los planes de construir un gimnasio y diseñamos un nuevo santuario y un montón de salones de clases. Esta vez queríamos más espacio para que las personas pudiesen escuchar y estudiar la transformadora Palabra de Dios. Fue nuestra teología la que dio dirección a nuestra arquitectura. Nuestra teología de la conversión engendró nuestra práctica de evangelización. Y el 18 de septiembre de 2011 celebramos nuestro primer servicio en el nuevo santuario. La moraleja de la historia ¿Cuál es la moraleja de la historia? ¿Que si usted tiene la teología correcta, Dios bendecirá sus proyectos de construcción de la iglesia y aumentará el número de los asistentes? Por supuesto que no. No podemos manipular al soberano Señor. ¿La lección es que está mal que las iglesias construyan gimnasios, o que los cristianos organicen una liga de softbol entre iglesias y la utilicen para establecer relaciones con los no creyentes? Claro que no. Todavía me gusta la idea de que nuestros hijos y los ministerios juveniles tengan un gimnasio, y es bueno entablar amistades con los no cristianos. Pero éste es el punto: cuando entendamos que la conversión es un milagro forjado por el Espíritu y obrado a través de su Palabra, enfocaremos cada vez más nuestros recursos evangelísticos en la articulación clara del evangelio, y no en hacer que el evangelio sea más atractivo y relevante para un mundo incrédulo. Este artículo fue publicado primero en la revista 9 Marcas.