Como ninguna de nosotras nacemos cristianas, al momento de nuestra conversión, traemos una cosmovisión totalmente mundana y poco a poco necesitamos transformarla para verificar la voluntad de Dios (Ro. 12:2). Pecar era nuestro normal, pero con la morada del Espíritu Santo en nosotras, comenzamos a luchar y aprendemos a morir a nuestros deseos reemplazándolos con los deseos de nuestro Salvador (Gál. 5:17). Aunque somos salvas, en el proceso de cambiar seguimos viviendo en un mundo caído donde estamos tan acostumbradas a sus pecados y sus formas de obrar, que no reconocemos esa pecaminosidad. Nosotras luchamos internamente, sin embargo, aquellos en el mundo siguen empeorando, y aunque nosotras estamos cambiando, nos hemos acostumbrado a aceptar sus formas pecaminosas de trabajar y por error los apoyamos. Nosotras somos nuevas criaturas (2 Cor. 5:17) y, entonces, esto debe producir un cambio en la forma en que hacemos todo incluyendo con quién nos relacionamos, así como las ideas y las personas a quienes apoyamos. El liderazgo en el mundo es a través del poder: ganar dinero y autoridad para tener poder. La forma de ganarlo, en muchas ocasiones es a través de mentiras, sobornos, engaños y todo hecho con una sonrisa y con buenos modales. A menos que busquemos y evaluemos lo que ellos están escondiendo parecerán buenas personas y con credibilidad, porque Satanás es astuto y experto en engañar. Pero nuestro poder no es de ese tipo, sino por nuestra influencia sobre otros. Ganamos el respeto y el liderazgo a través de nuestra credibilidad. No hay una agenda oculta porque vivimos en la verdad. Nuestro hablar coincide con nuestros valores y acciones, porque cuando caminamos con El Señor, “Él enderezará nuestras sendas” (Prov. 3:6). Para evaluar a aquellos a nuestro alrededor, necesitamos la sabiduría que viene de lo alto. Cualquiera puede tener información, sin embargo, la sabiduría es escasa y debemos buscarla con todo nuestro corazón. ¿Cómo la buscamos? En Su Palabra (Sal. 19:7), a través de evaluar las experiencias con los lentes de Cristo (Prov. 14:8), recibiendo consejo de los sabios (Prov. 12:15) y por la oración. Santiago nos enseñó a pedir la sabiduría porque Dios nos la da abundantemente (Stg. 1:5). Cristo no es solamente el modelo de nuestra forma de liderar, sino también nuestra forma de buscar quien nos lidera. Proverbios 11:3 nos advierte sobre lo que ocurrirá: “La integridad de los rectos los guiará, mas la perversidad de los pérfidos los destruirá.” No somos parte de este mundo (Jn. 17:16), Jesús mismo oró por nuestra protección del maligno (Jn. 17:15). ¿De dónde viene esa protección? Viene por medio de la santificación a través de Su Palabra (Jn. 17:17). Amar al mundo es odiar a Dios (1 Jn. 2:15). El profeta Isaías nos enseñó que abandonamos el mundo cuando venimos a Cristo (Is. 55:7). Admirar al mundo y a aquellos que lo representan es idolatría y entonces es imposible influenciarlo por Cristo. La sal se ha vuelto insípida (Mt. 5:13). Pablo advirtió a Timoteo porque él estaba viviendo justamente lo que estamos viviendo ahora; y ¿por qué? Porque no hay nada nuevo bajo el sol (Ecl. 1:9). “Los hombres malos e impostores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. Tú, sin embargo, persiste en las cosas que has aprendido y de las cuales te convenciste, sabiendo de quiénes las has aprendido” (2 Tim. 3:13-14). Quiero finalizar con algunas preguntas de reflexión para que nos evaluemos: ¿Estamos viviendo de una manera que el mundo nos odia?, porque si no es así, no estamos viviendo por Cristo (Jn. 17:14) ¿Estamos confiadas en La Palabra? ¿Tenemos el valor de pararnos en la brecha y decir la verdad a un mundo que nos odia? ¿Nuestras vidas demuestran una confianza total en Dios a pesar de que vivimos de manera opuesta a lo que el mundo quiere? ¿Somos como las parteras Sifra y Puá, que rehusaron seguir las órdenes del rey (Éx. 1)? Simples parteras, no personas de influencia que tuvieron el valor de pararse en la brecha y Dios las protegió y sus acciones salvaron al pueblo judío. Esto es un ejemplo de lo que es influenciar. Nuestro tiempo ha llegado. El único que puede cambiar al mundo es Jesucristo y la forma en que Él ha decidido realizarlo es a través de Su pueblo. ¿Estamos listas para ser influenciadoras para Cristo? Bendiciones Cathy