[dropcap]L[/dropcap]os historiadores creen que Pelagio nació en Gran Bretaña alrededor del año 354. Poco sabemos acerca de sus primeros años, pero sí sabemos que en algún momento se convirtió en monje y viajó a Roma. Estando en Roma, Pelagio comenzó a escribir obras teológicas. Sin embargo, a excepción de algunos fragmentos, sus escritos se han perdido y se sabe de ellos solo a través de las citas en escritos de aquellos que lo refutan. Él comenzó a promover un ascetismo riguroso, al parecer debido a la preocupación por la laxitud moral que veía entre muchos cristianos romanos. Este estilo de vida austero llamó la atención de muchos romanos y ganó pronto un considerable número de seguidores. Una persona en particular, un abogado llamado Celestio, se convirtió en un devoto seguidor y promotor de las enseñanzas de Pelagio.
Se dice que en un momento Pelagio oyó una cita de las Confesiones de San Agustín, «Ordena lo que quieres, y da lo que ordenas», y culpó a este tipo de enseñanza por la falta de moralidad en la iglesia. Él creía que Agustín enseñaba doctrinas contrarias a una comprensión bíblica de la gracia y el libre albedrío y creyó que esa enseñanza convertía al hombre en un mero autómata. Contrario a Agustín, «Pelagio enseñó que los seres humanos tienen una capacidad natural para rechazar el mal y buscar a Dios, que la amonestación de Cristo —“Sean perfectos”— presupone esta capacidad, y que la gracia es la capacidad natural dada por Dios de buscar y servir a Dios» (Theopedia).
Cuando los visigodos saquearon Roma en el año 410, Pelagio y Celestio huyeron juntos a Cártago en el norte de África. La influencia de Pelagio comenzó a extenderse allí también, causando preocupación en Agustín, que respondió con la publicación de varias obras que refutaban y contrarrestaban a Pelagio. Después de un par de años en África, Pelagio se mudó a Palestina y Agustín advirtió rápidamente a Jerónimo que Pelagio estaba extendiendo una herejía sediciosa. Jerónimo también trabajó para evitar la propagación de esta falsa enseñanza en Oriente.
En el año 416, la iglesia en el norte de África celebró dos sínodos independientes para examinar las enseñanzas de Pelagio y en ambos se lo condenó. Los resultados fueron enviados al Papa Inocencio I para su decisión, y él excomulgó a Pelagio y a Celestio. Sin embargo, menos de dos meses más tarde, el papa Inocencio murió y fue sucedido por Zósimo. Pelagio y Celestio pidieron a Zósimo que reconsiderara la decisión del Papa anterior. Cuando así lo hizo, hubo alarma en el norte de África y se convocó de inmediato otro sínodo para rogarle que no derogara la sentencia del Papa hasta que se pudiera comprobar que los dos hombres habían renunciado a sus falsas creencias.
Zósimo escuchó estas súplicas y ordenó que se convocara otro concilio para examinar y tomar una decisión sobre el asunto. En mayo del 418, el Concilio de Cártago consideró una vez más el pelagianismo como una herejía y Pelagio fue expulsado de Jerusalén. Se instaló en Egipto, y nunca más se supo de él. En el año 431, en el Concilio de Éfeso, Pelagio y Celestio fueron declarados oficialmente herejes por toda la iglesia.
Falsa enseñanza
Pelagio creía que el hombre no había sido completamente corrompido por la caída de Adán y que podía, por su propia voluntad, hacer obras agradables a Dios, y por lo tanto alcanzar salvación. Esto llevó a Pelagio a negar las doctrinas del pecado original y la predestinación, y a negar la necesidad de una gracia especial para ser salvo. Esencialmente, él creía que el hombre era básicamente bueno y moral y que incluso los paganos podían entrar en el cielo a través de sus virtuosas acciones morales.
La página Monergism lo resume de esta manera: «Jesucristo era un buen ejemplo. La salvación es un asunto principalmente de seguir a Cristo en vez de a Adán, más que ser transferidos de la condena y la corrupción de la raza de Adán y colocados “en Cristo”, vestidos de su justicia y vivificados por su don de gracia. Lo que los hombres y las mujeres necesitan es una guía moral, no un nuevo nacimiento. Por lo tanto, Pelagio vio la salvación en términos puramente naturalistas; el progreso de la naturaleza humana de la conducta pecaminosa a una conducta santa, siguiendo el ejemplo de Cristo».
Seguidores y adherentes modernos
Aunque los concilios condenaron al pelagianismo como una herejía, esto no aplastó la enseñanza de inmediato. En la iglesia primitiva, el pelagianismo continuó con Julián, obispo de Eclanum, uno de los dieciocho obispos italianos que se negaron a firmar el decreto papal y que en consecuencia fue exiliado. Defender el pelagianismo era batallar con Agustín, y Julián lo hizo hasta su muerte, aunque nunca fue capaz de ganar tantos seguidores como Pelagio. Durante el siguiente siglo o más, el pelagianismo resurgió un puñado de veces más, pero los concilios lo condenaron de manera firme y consistente, de tal manera que para el siglo VI ya casi había sido erradicado.
El pelagianismo puro no ha vuelto a resurgir de manera importante en los últimos 1.500 años, pero una forma modificada echó raíces en el siglo XVI a través de las enseñanzas de Jacobo Arminio, cuyas creencias son a menudo descritas como semi-pelagianismo. El semi-pelagianismo enseña que aunque la humanidad está contaminada por el pecado, no estamos tan contaminados que no podamos cooperar en cierta forma con la oferta gratuita de la gracia de Dios. Los calvinistas tienden a describir el arminianismo como una forma de semi-pelagianismo, aunque los arminianos tienden a considerar la etiqueta como injusta.
Tal vez el sucesor más cercano a Pelagio hoy en día sea Charles Finney. Al igual que Pelagio, negó el pecado original, solía decir: «La depravación moral es el pecado mismo, y no la causa del pecado». Él creyó que toda la noción de una naturaleza pecaminosa era «antibíblica y un dogma sin sentido» y enseñó que todos nacemos en un estado de neutralidad moral, capaz de elegir entre el bien y el mal, de elegir entre ser bueno o ser pecador.
¿Qué dice la Biblia al respeto?
La Biblia enseña que fuimos creados para ser buenos, pero a causa de la caída de Adán todos llegamos a nacer en un estado de total depravación, espiritualmente muertos en nuestros pecados y que somos totalmente dependientes de la gracia sobrenatural de Dios para la salvación y la nueva vida. Nuestra voluntad no es libre de hacer lo que es justo o incluso de desear hacer lo que es justo. Tenemos que nacer de nuevo en Dios antes de que podamos empezar a hacer la más mínima acción que sea agradable a Dios. (Véase, por ejemplo, Efesios 2:1-9, Tito 3:3-8; Romanos 6:17-18).
Hoy en día, los cristianos ortodoxos proclaman con confianza que a causa de la desobediencia de nuestros primeros padres, Adán y Eva, toda la creación ha caído; todos nacemos en pecado y culpa, corruptos por naturaleza, e incapaces de cumplir la ley de Dios (New City Catecism , Respuesta 14).
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Challies.com.