Cuando nuestros hijos eran pequeños, nuestra familia hacía el esfuerzo de visitar cada año la feria estatal. Armados con boletos carísimos y baldes de pochoclos, entrábamos a los parques de la feria con ansias. Entrar por sus viejas puertas era como llegar a otra dimensión. Mis hijos amaban las vueltas en tacitas de té y los columpios voladores, mientras que mi esposo disfrutaba de los juegos de embocarle a la botella. Pero para mí, la fascinación era la casa de los espejos. Me maravillaba al pensar que podía verme tan diferente en cada reflejo de tamaño real. Pero aún al otro lado de las puertas de la feria, los espejos pueden reflejar de distintas maneras, de acuerdo a su tiempo útil, la luz, o la inclinación. La persona que ves en cada espejo puede o no ser la verdadera tú. Cuando te ves en un espejo, ¿Qué ves? En un mundo donde la identidad ha sido cambiada a un lío de engaño deshonroso, es difícil para una mujer saber quién es en realidad. Nuestra cultura nos enseña que una misma, con todo su ego y privilegio, es la única autoridad. Una misma determina la forma de ver nuestro ser interior y exterior. Una misma determina sus pasiones y lealtades. Para cualquier mujer, esto puede ser confuso, ya que hay miles de voces gritandonos; Sé delgada, pero cómodamente indiferente; Sé seductora, pero no muestres prejuicios de género; Piensa por tí misma, sin ser opresiva; Sé tolerante, pero también agresivamente militante. Los mensajes de este mundo son un carrusel de extrema incongruencia, y es fácil para cualquier mujer sentirse inestable, e incluso molesta. Pero para una mujer que conoce al Señor, la Escritura es un espejo distinto, es la luz perfecta, dándonos ojos para ver nuestra verdadera imagen en Jesucristo. Entonces, ¿Qué deberíamos ver?
Una hija de Dios ve las bendiciones que tiene en Cristo
Aquellas que creen en Jesús están en Cristo, y esta posición nos provee de bendiciones. Efesios 1:3-14 menciona esas bendiciones espirituales como pinceladas del Señor, pintando artísticamente nuestra imagen en Él. Aquellas en Cristo:
- Han sido escogidas antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4).
- Han sido predestinados para la adopción, y provistas del mismo amor que un padre concede a sus hijos (Efesios 1:5).
- Han sido redimidas y perdonadas, aún cuando estaban muertas en pecados (Efesios 1:7).
- Han obtenido una herencia inmensa, que es el regalo de Dios dándose a sí mismo por nosotras (Efesios 1:11).
- Han sido obsequiadas el regalo de Su Espíritu, que nos sella en Cristo por la eternidad (Efesios 1:13-14).
Debemos preguntarnos a nosotras mismas, “¿Realmente creo que estas bendiciones me pertenecen?” Una vez que vemos y creemos las bendiciones que se nos han dado, podemos darnos cuenta que ninguno de estos regalos provienen de nuestro propio esfuerzo. Son bendiciones gratuitas, libres de costo y esfuerzo. Pero aún más fascinante que los regalos escritos en Efesios 1:3-14 es el hecho de que estas bendiciones no son sólo dadas a nosotras, sino también para Cristo mismo.
Una hija de Dios ve el propósito Detrás de las bendiciones de Dios
Efesios 1:6,12, y 14 nos dan la misma razón para la generosa muestra de afecto de Dios hacia nosotras. Él nos elige, nos adopta, nos perdona y nos redime para Su alabanza y gloria. Él nos da una herencia y nos sella con Su Espíritu, todo para Su alabanza y gloria:
- No es para que crezcamos en autoestima.
- No es para que nos sintamos seguras y continuemos con nuestra agenda.
- No es para que nos podamos sentir mejor que la “chica perdida” de nuestro trabajo.
- No es para que tengamos una licencia para hacer lo que sea que se sienta bien en el momento.
Una hija de Dios ve que su identidad en está en Cristo
En un mundo donde tanta gente siente que debe gritar su identidad desde los techos de sus casas, una hija del Señor se da cuenta que las bendiciones espirituales de Cristo la hacen diferente. Ella reconoce que su identidad no se trata de cómo ella se ve a sí misma. Se trata sobre no verse para nada (compare Gálatas 2:20). Y cuando nuestros ojos ven correctamente a Jesús en lugar de a nuestros egos, ya no nos estamos enfocando en nosotras mismas. Entonces, ¿Cómo afecta esto nuestra forma de vivir diaria?
Una hija de Dios ama a la novia de Cristo
Nuestra identidad define nuestra lealtad. Cuando estamos unidas a Cristo nos unimos con Su pueblo, la novia de Cristo (1 Jn 4:7-8). En este siglo de horarios ajetreados, autonomía e indiferencia, la comunión con el pueblo de Dios a menudo parece inconveniente. Pero cuanto más buceamos en el gozo de vivir la vida con el pueblo de Dios, más entendemos que fuimos creados para esta comunión. En Su gran sabiduría, el Padre sabía que en Su acción radical de cambiar nuestra identidad necesitaría darnos apoyo, ánimo y responsabilidad para enfrentarnos al choque de cultura y la lucha de la vida en este mundo caído (Hebreos 10:24-25).
Una hija de Dios ama la Palabra de Dios
A menudo le digo a mis hijos: “Amar a alguien es entender qué es importante para esa persona, y convertir eso en algo importante para ustedes también”. Si decimos que creemos en Jesús, es nuestro llamado y gozo glorificarlo y disfrutarlo para siempre (WSC, Q. 1). Esto significa que amamos lo que Él ama, a Su pueblo y Su Palabra. Amar la Palabra demanda más que simplemente estudiarla; demanda que meditemos en ella día y noche, guardándola en nuestras mentes y corazones (Salmos 1:2; 119:15,16). También significa que nos convertimos en hacedores intencionales de la Palabra y nuestro camino es Su agenda, no la nuestra (Santiago 1:22-25).
Una hija de Dios refleja a Cristo en sus pensamientos, palabras y acciones
¿Cómo refleja una mujer a Cristo? En los momentos duros nuestra identidad será puesta a prueba. ¿Quién brillará en el espejo? Cuando las personas nos miran a nosotras y nuestras obras ¿Ven a Jesucristo, Su amor, Su perdón, Su justicia y Su Espíritu de compasión? Entonces pregunto: ¿Reflejo a Cristo… …Cuando el niño vuelca un litro de leche en los pisos limpios? … Cuando mi adolescente comete la misma falta por vigésima vez? … Cuando soy tentada a escapar de los problemas de la vida de una mala manera? … Cuando soy difamada en el trabajo por algo que no hice? … Cuando soy ofendida por una omisión de mi esposo? … Cuando alguien en la iglesia dice algo hiriente contra mí o mis hijos? Como mujeres cristianas, nuestro valor no se encuentra en nada de este mundo. Nuestro valor se encuentra en la persona y en la obra de Cristo. Ésta imagen sólo requiere que quitemos nuestros ojos de nuestro propio reflejo para ver la identidad de Cristo, a medida que Él nos viste de Su justicia, nos adorna con Su gracia, y nos da el calzado de Su paz. Y ceñida en esta verdad, una hija del Señor puede bajarse del carrusel de confusión cultural y enfrentarse al engaño de los espejos de este mundo.