El sonido del respeto: cómo una esposa honra a su marido

Respetar a nuestro esposo no es cortesía superficial, sino un acto de obediencia y fe en Cristo. Nuestras palabras revelan si honramos a Dios también en casa.
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Las cosas que dice mi hijo pequeño llenan mi diario. De camino a la iglesia: “Papá, ¿hoy vas a predicar?”. Con los ojos cerrados: “Mamá, estoy orando por otro bebé”. Después de leer sobre Jonás: “Mmm. Te he comido. Te he escupido”. Mientras le cambio el pañal: “Tú puedes limpiar traseros, pero solo Dios puede limpiar corazones”. Muy cierto.

En última instancia, el registro que llevo no es una cuestión de sentimentalismo o risas (o sabiduría). No, anoto las palabras de mi hijo porque quiero conocerlo. Aunque no puedo ver ni limpiar su corazón, puedo escucharlo. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12:34). Desde los niños pequeños más habladores hasta los más callados de la clase, lo que hay dentro saldrá, y saldrá a través de las palabras.

Como esposa, necesito escuchar esa palabra. En teoría, deseo seguir a Cristo y tener un matrimonio que lo refleje. Acepto el llamado de Dios para la primera esposa (ayudar) y el mandato de Dios para todas las esposas (someterse). Quiero que las Escrituras, y no la sociedad, iluminen el camino de mi feminidad. Mientras que un millón de esposas me llamarían tonta, retrógrada o incluso oprimida, yo creo en el adjetivo más verdadero que mi verdadero Esposo tiene para mí: “Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11:28). Oigo la palabra de Dios para el hogar y anhelo guardarla.

Pero luego voy a buscar las llaves del coche y no están allí. ¿Dónde las habrá puesto esta vez? Quiero empezar a preparar la cena a las 5:00 y ya son las 5:30. ¿Por qué no ha llegado todavía? Estoy lista para salir de la iglesia y empieza otra conversación. ¿No ve lo irritables que están los niños? Pensaba que los platos estarían listos antes, y ya es tarde, tan tarde que la salsa ha intentado quedarse para siempre en mis platos azules favoritos. ¿No debería saberlo ya? Rápidamente, desde lo más profundo de mi corazón, mi boca habla, y no sueno como una esposa que conoce las palabras de Efesios 5:33, y mucho menos las ama: “Que la mujer respete a su marido”.

Las Escrituras, y no la sociedad, son las que deben iluminar el camino de nuestra feminidad. / Foto: Lightstock

La raíz de nuestro respeto

La tentación de faltar al respeto difiere en forma y magnitud de una esposa a otra. Me encanta el orden, los horarios, la limpieza, palabras pulcras que a veces significan un control incansable y agotador. Cuando mis pensamientos, mi lengua o ambos arremeten contra mi esposo, suele ser porque ha pisado las puntas de mis expectativas agradables y ordenadas. Pero para la siguiente esposa, puede que sean sus maneras rectas y estrictas las que provoquen miradas de desprecio. Mientras que una desprecia a su marido por tener el automóvil demasiado desordenado, otra niega con la cabeza porque lo tiene demasiado limpio. Ya sea porque hace “demasiado” o “muy poco” ejercicio, porque supervisa a los niños “con demasiado rigor” o “con demasiada negligencia”, porque muestra “muy poco” o “demasiado” afecto, nuestra falta de respeto puede ser muy creativa. Sea cual sea su forma, la falta de respeto siempre es correcta a nuestros propios ojos (Pro 21:2).

La tentación de faltar al respeto difiere en forma y magnitud de una esposa a otra. / Foto: Envato Elements

Gratamente, quien pesa el corazón es también quien lo cambia. Dios nunca ordena algo para lo que no nos da los medios, y respetar a nuestros esposos sin duda requiere un equipo sobrenatural. Porque el latido de Efesios 5:33 no es un comportamiento educado, sino un tipo de emoción particular, incluso peculiar. Si buscamos en Google una definición de “respeto” del siglo veintiuno, la primera que aparece dice algo así: “Admiración profunda por alguien o algo debido a sus cualidades, habilidades o logros”. Sin embargo, si nos fijamos en la iglesia del primer siglo, veremos que la definición del Nuevo Testamento difiere mucho: la palabra traducida como “respeto” (en griego phobeō) se traduce a menudo como “temor”. “Que la mujer respete [phobētai] a su marido”.

¿Qué significa eso? Empecemos por lo que no significa. Respetar no es permanecer en silencio ante el abuso, el pecado o incluso el simple error de un marido. Tampoco es respetar ver al marido como superior en valor, alguien ante quien la mujer debe inclinarse y andar de puntillas. Más bien, la esposa que “cuida de respetar a su marido”, es la esposa que, por gracia mediante la fe, ve a Cristo como la cabeza de la iglesia y, por lo tanto, ve a su esposo como el representante designado de Cristo (Ef 5:22-23). Esta esposa lucha contra el desprecio que siente en su corazón hacia su marido por su compromiso sincero, ante todo, de respetar a su Dios.

En el Nuevo Testamento, ‘respeto’ traduce el griego phobos, que significa temor, reverencia o asombro. / Foto: Unsplash

No debería sorprendernos, entonces, que en el Nuevo Testamento, ese respeto sea con frecuencia una respuesta a Dios revelado en Cristo. Cuando Jesús camina sobre el mar, calma la tormenta, resucita al hijo de la viuda o resucita Él mismo de entre los muertos, ¿cómo responden los espectadores? Con temor, con respeto (Mt 14:26; 28:5-8; Mr 4:41; Lc 7:12-16). Y para aquellos cuyo temor brota de la fe, su gran temblor ante Él les lleva a confiar felizmente en Él (Sal 2:11).

¿Acaso el Cristo resucitado y reinante ha desconcertado tanto nuestros sentidos, ha impresionado tanto nuestros corazones, ha cambiado tanto nuestras vidas? Entonces, en un sentido importante, nuestros maridos terrenales ya no tendrán que ganarse nuestro respeto para tenerlo. Se lo ofreceremos libremente, con gozo, con gloria, con reverencia y temor hacia Aquel que, en última instancia, lo merece. Incluso el viento y el mar le obedecen. ¿Lo haremos nosotros?

Respetar no es permanecer en silencio ante el abuso, el pecado o incluso el simple error de un marido. / Foto: Pexels

Formas en que podemos hacerlo

Si queremos, orar diariamente es un buen punto de partida. Para convertirnos en esposas verdaderamente respetuosas, primero debemos admitir que somos esposas verdaderamente indefensas. Porque, una vez más, lo que Dios desea de nosotras no es que seamos amas de casa perfectas, sino embajadoras del evangelio de principio a fin. Por mucho que limpiemos nuestras vidas para que parezcan respetuosas por fuera, no convencemos a Dios más que los fariseos (Lc 11:39-40). Cuando nos llama a respetar a nuestros maridos, nos pide que  demos “lo que está dentro como obra de caridad” (v 41), que nos entreguemos al tipo de afecto que corresponde a las esposas resucitadas. Solo Dios puede originar y mantener este respeto desde el corazón hacia nuestros maridos.

Para respetar de verdad, primero debemos reconocer nuestra debilidad. / Foto: Lightstock

Además de orar por la intervención divina, también es sabio considerar nuestros hábitos, en particular los relacionados con nuestro habla. En primer lugar, como hemos dicho, porque nuestras palabras revelan nuestro corazón. Pero quizás igual de importante es que nuestras palabras pueden alterar nuestro corazón. Los hábitos nos forman y moldean. Cuanto más faltamos al respeto a nuestros maridos con nuestras palabras, más les faltaremos al respeto en realidad. Pero cuando usamos nuestra lengua a diario para edificar a nuestros maridos, tanto en privado como en público, nuestros corazones están destinados a seguir el ejemplo. Consideremos, pues, tres pequeñas “guardas (centinelas NVI)” (Sal 141:3) que una esposa podría considerar poner sobre sus labios para ayudar a su corazón a prosperar en santo respeto por su marido. Es casi seguro que descubrirá que Dios bendecirá su matrimonio y también su testimonio.

Orar diariamente es un buen punto de partida para convertirnos en esposas verdaderamente respetuosas. / Foto: Lightstock

1. Respétalo en tu mente

Nuestras conversaciones secretas traicionan nuestros impulsos reales. Hay una razón por la que David ora: “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes” (Sal 139:23). Nuestra mente articula y refuerza nuestros deseos y sentimientos más profundos. Mientras nuestras manos buscan a tientas el despertador por la mañana, ¿qué pensamientos son los primeros en surgir sobre el hombre que se mueve a nuestro lado? A lo largo del día, ¿nuestra mente traiciona la gratitud o viene el rencor cuando se trata de las prioridades, decisiones y tareas de nuestro marido? Cuando nos metemos en la cama, ¿somos más propensas a repasar sus errores o los nuestros?

Incluso nuestras oraciones pueden convertirse en siervas de la falta de respeto. ¿Creemos que sabemos “lo terriblemente que está pecando”, “cómo debería cambiar exactamente”, o admitimos humildemente nuestra perspectiva limitada, negándonos a exagerar sus faltas y a olvidar las nuestras? Orar para que un esposo sea santificado (¡o salvado!) no es un pase libre para que una esposa peque. Más bien, pongamos nuestra mente ante Aquel que oye cada palabra secreta desde lejos, suplicando: “Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno” (Sal 139:24). A Dios le encanta guiar a las esposas de esta manera. Gratamente, el respeto sobrenatural y explícito por nuestros maridos se encuentra a lo largo del camino.

Debemos cuidar que nuestras oraciones no se conviertan en instrumentos de irrespeto. / Foto: Lightstock

2. Respétalo en tu hogar

Muchas esposas no se atreverían a hablar con un vecino, un compañero de trabajo o un amigo como hablan con sus maridos. ¿Por qué nos sentimos obligadas a aplicar la regla de oro a todos los demás, pero a menudo negamos esta práctica sabia y pacífica a nuestros maridos? Nuestro esposo es nuestra propia carne (Gn 2:24); es a quien nos unimos ante nuestro Señor (y ante el mundo). ¿Aprobaría Jesús la forma en que nos dirigimos a nuestros maridos a puerta cerrada? Como esposa, a veces pienso que no puedo leer lo suficiente Santiago 1:26: “Si alguien se cree religioso, pero no refrena su lengua, sino que engaña a su propio corazón, la religión del tal es vana”.

¿Somos esposas claramente cristianas? Por el poder del Espíritu, aprendamos a usar cada vez más nuestra boca para hablar con respeto y moderación. Cada vez más libres de la hipocresía religiosa, nuestros corazones se lo agradecerán a nuestra lengua. Y también lo harán nuestros maridos.

3. Respétalo en tus lugares de reunión

Las quejas aman la compañía. En lugar de sucumbir a la tentación, ¿qué tal si vemos el tiempo con los amigos no como una oportunidad para compadecernos del matrimonio, sino como una oportunidad designada por Dios para mostrar el amor pactual? Por imperfectos que sean nuestros matrimonios, el compromiso de Cristo con nosotros sigue siendo el terreno firme y dulce que los sustenta (Ef 5:32). Cuando nos esforzamos por hablar con respeto de nuestros maridos y, ojalá, de nuestros matrimonios, ¿qué comunicamos al mundo sobre todo este asunto del cristianismo? Que es verdadero, bueno y hermoso, tanto que incluso sus partes más impopulares merecen realmente ser vividas.

La forma en que hablamos con nuestro esposo revela nuestro corazón. El respeto en casa también honra a Dios. / Foto: Envato Elements

Que no haya dudas

Algún día, probablemente muy pronto, mi hijo comenzará a prestar atención a lo que digo. Quizás no lleve un diario, pero no importa. Escuchará lo suficiente como para saber si respeto o no a su padre. En la mente y el corazón maduros de mi hijo, quiero que no haya dudas de que respeto a mi marido como cabeza de nuestra familia. Porque al respetar al hombre, espero mostrarle a mi hijo (y a todos los demás), que el Señor y Salvador que está detrás y por encima de nuestro matrimonio es “digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap 5:12).

Esposas, Jesús es digno de todo nuestro respeto. Por lo tanto, bajo Su autoridad, tengamos el cuidado de respetar a nuestros maridos.


Publicado originalmente en Desiring God.

Tanner Kay Swanson

Tanner Kay Swanson trabaja desde casa como esposa, madre y editora. Ella y su esposo, T. J., viven en Denver, Colorado, con sus hijos.

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