El sacerdocio de todos los creyentes

La doctrina de la Reforma sobre el sacerdocio de todos los creyentes reconoce el oficio sacerdotal de Cristo que tan maravillosamente se detalla en la Epístola a los Hebreos.

Al meditar en el siglo XVI, la mayoría pensará en las grandes verdades teológicas que surgieron. Y con razón. Pero fácilmente podemos pasar por alto las circunstancias que exigían la reforma: la corrupción en el ministerio. Las correcciones al servicio ministerial no fueron sólo implicaciones de la recuperación de la buena doctrina, sino que la corrupción en el ministerio fue la fuerza motriz de la Reforma. A Martín Lutero le preocupaba profundamente que el pueblo de la Iglesia estuviera cautivo -una de sus grandes obras escritas se titulaba «El cautiverio babilónico de la Iglesia»- por una mala doctrina que se traducía en prácticas ministeriales abominables y, en última instancia, en la pérdida del evangelio. Circunstancias ¿Qué era exactamente lo que estaba tan mal con la Iglesia Católico Romana? Había varias cuestiones que se presentaban, especialmente la venta de indulgencias («salvación en venta»), que tenían su raíz en una visión profana del sacerdocio. Para ser más específicos, la Iglesia romana afirmaba que había dos estados dentro de la Iglesia: un «estado espiritual» para el clero (sacerdotes) y un «estado temporal» para los laicos. Este tipo de pensamiento había existido durante siglos, introduciéndose en la Iglesia ya en el siglo III con Cipriano, pero había llegado a ser muy explotado en el siglo XVI.  Lutero escribió uno de sus discursos más mordaces contra Emser, a quien llamaba afectuosamente la «cabra» de Leipzig, para hacer frente a esa visión corrupta. Explicó con franqueza: «El sacerdocio con el que Emser ha soñado y la iglesia que los papistas han ideado concuerdan con las Escrituras como la vida y la muerte concuerdan entre sí». No se trataba simplemente de señalar un fuerte contraste, sino también de utilizar una imagen que transmitía una verdad inquietante: el sacerdocio romano significaba la muerte porque la forma de su ministerio socavaba el mensaje del Evangelio. Correcciones Para Lutero, todo el pueblo cristiano es un pueblo espiritual, ya que todos han sido hechos sacerdotes en su bautismo. «Por lo tanto», escribió, «todos somos sacerdotes, todos los que somos cristianos. Pero los sacerdotes, como los llamamos, son ministros elegidos de entre nosotros, que hacen todo lo que hacen en nuestro nombre». Hay una distinción en el cargo, pero no en el estado. En otras palabras, los cristianos tienen diferentes ministerios, pero no diferentes estados espirituales. El estado del cristiano es sólo uno: en Cristo, por el Espíritu. Hay algunos puntos importantes a considerar con respecto a la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes. En primer lugar, aunque Lutero identificó un solo estado para los cristianos, mantuvo una distinción de roles y oficios. Escribió: «En realidad, no hay ninguna diferencia entre los laicos y los sacerdotes, los príncipes y los obispos, los ‘espirituales’ y los ‘temporales’, como ellos los llaman, excepto la del cargo y el trabajo, pero no la del ‘estado’; porque todos son del mismo estado -los verdaderos sacerdotes, los obispos y los papas- aunque no todos se dedican al mismo trabajo…». Creía, como enseñaba Pablo (1 Cor. 12:14-31), que cada persona debía utilizar su cargo y sus dones para el servicio mutuo. El clero debía proclamar la Palabra. Los laicos debían usar «muchas clases de trabajo… para el bienestar corporal y espiritual de la comunidad». En segundo lugar, cada cristiano tenía el deber de cumplir su servicio sacerdotal a los demás, especialmente a los de su hogar. Tenía claro que la ordenación para el ministerio seguía siendo importante para la custodia del evangelio. Escribió: «Puesto que todos somos igualmente sacerdotes, nadie debe presentarse y comprometerse, sin nuestro consentimiento y elección, a hacer lo que está en poder de todos nosotros. Porque lo que es común a todos, nadie se atreve a asumirlo sin la voluntad y el mandato de la comunidad…». Para Lutero, el ministerio de la Palabra y los sacramentos debía reservarse a aquellos que la iglesia ordenara para ese ministerio. Esto no quiere decir que los demás no tengan un papel que desempeñar en la enseñanza de la Palabra de Dios, sino que el oficio debe mantenerse. Sería como si todos en la ciudad quisieran ser alguaciles, si todos tienen la autoridad no hay autoridad. Es mejor tener oficiales designados (elegidos/ordenados) para mantener la ley. Así también, el evangelio se mantiene mejor cuando se mantienen cargos específicos. Pero, en tercer lugar, es importante que los funcionarios no pierdan de vista su trabajo principal. Lutero estaba convencido de que la ordenación era para elegir predicadores. Creía que los sacerdotes de la Iglesia romana habían abrazado idolatramente la perversa misa de sacrificios en detrimento del ministerio de la palabra. Siguiendo el ejemplo de Lutero, Felipe Melanchthon, un amigo íntimo de Lutero, bromeó con la noción romana de que la misa se ofrecía para el perdón de los pecados del pueblo, y en su lugar articuló la confianza apropiada en la obra de Cristo. En la Apología de la Confesión de Augsburgo, Melanchthon declaró: «Enseñamos que la muerte sacrificial de Cristo en la cruz fue suficiente para los pecados de todo el mundo y que no hay necesidad de sacrificios adicionales, como si el sacrificio de Cristo no fuera suficiente para nuestros pecados». La doctrina de la Reforma sobre el sacerdocio de todos los creyentes reconoce el oficio sacerdotal de Cristo que tan maravillosamente se detalla en la Epístola a los Hebreos. Cristo, el gran sumo sacerdote, se ofreció a sí mismo como sacrificio por el pecado de una vez por todas (Heb. 7:27; 10:12). Bajo el antiguo pacto, los sacrificios se repetían necesariamente para hacer expiación y para servir de recordatorio perpetuo del pecado al pueblo. Ahora, gracias al sacrificio de Cristo, Dios dice que ya no se acuerda del pecado. «Donde hay perdón de estos [hechos ilícitos], ya no hay ofrenda por el pecado» (Heb. 10:18). En vista de la obra sacerdotal de Cristo, la Apología de la Confesión de Augsburgo declaró: “Por lo tanto, los sacerdotes no están llamados a ofrecer sacrificios por el pueblo como en la ley del Antiguo Testamento para que a través de ellos puedan merecer el perdón de los pecados para el pueblo; en cambio, están llamados a predicar el evangelio y administrar los sacramentos al pueblo. La Iglesia romana socava la obra de Cristo cuando pretende ofrecer a Cristo una y otra vez. El verdadero ministerio proclama la obra terminada de Cristo. Así, Lutero y los luteranos llamaron al clero a volver a la prioridad de la predicación». Continuación de la reforma Poco más de un siglo después del ministerio de Lutero, Felipe Jacobo Spener, un pietista alemán, famoso por su libro Pia Desideria, trató de continuar la labor que Lutero había iniciado en la Reforma. Comparando la Reforma con los judíos que regresaban del exilio en Babilonia (¡obsérvese la fuerte influencia de Lutero!), creía que quedaba trabajo por hacer para que no se enfrentaran de nuevo a la amenaza del exilio. Spener escribió: «No debemos conformarnos con saber que hemos salido de Babel, sino que debemos esforzarnos por corregir los defectos que aún quedan». Para llevar a cabo esta labor, sabía que se necesitaría más ayuda de la que podía ofrecer el clero ordenado. El asunto no era meramente práctico, sino que estaba anclado en una teología del ministerio que daba expresión al sacerdocio universal. Spener creía que todo cristiano tenía el deber de cumplir su servicio sacerdotal a los demás, especialmente a los de su hogar. Trató de corregir la idea errónea de su época de que el clérigo ordenado era el único que realizaba la labor del ministerio. Creía que cualquier pereza o complacencia en el trabajo del ministerio entre los laicos se debía a esta idea errónea sobre el oficio pastoral. Encargó a cada cristiano que cumpliera con su deber sacerdotal. Esta exhortación coincidía con la exhortación de Pablo a los efesios para que cada miembro de la iglesia hiciera su parte, a fin de que el cuerpo de Cristo madurara (Ef. 4:7-16). Por lo tanto, Spener creía que para que la iglesia siguiera siendo debidamente reformada, el sacerdocio de todos los creyentes debía entenderse y practicarse correctamente. Sólo entonces la Palabra hará la obra de traer la madurez por el Espíritu. Sacerdocio y ministerio cristiano hoy ¿Qué significa en la práctica el sacerdocio de todos los creyentes para los cristianos de hoy? Sin ofrecer una lista exhaustiva, he aquí tres cortas implicaciones para hoy: 1.- Todos los que pertenecen a Cristo son iguales espiritualmente, pero la igualdad no se da por la función. Si todo el cuerpo fuera un ojo, ¿dónde estaría el sentido del oído? «Pero, tal como es, Dios dispuso los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos, como quiso. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?» (1 Cor. 12:18-19). Los cristianos deben recordar que tienen un solo estado en Cristo, aunque tengan funciones y oficios distintos en el ministerio. 2.- La Iglesia sólo madurará cuando cada parte del cuerpo funcione correctamente (Ef. 4:7-16). Los pastores tienen la prioridad de predicar, pero esto no significa que el ministerio de la Palabra termine con ellos. Todos los miembros de la iglesia tienen un papel que desempeñar, especialmente «hablando la verdad en amor» (v. 15), así como muchas otras formas de servir a la iglesia. 3.- Cada cristiano cumple una función sacerdotal de mediación. Este punto debe ser observado con cuidado, ya que este papel se lleva a cabo sólo por la mediación perfecta y completa de Cristo, nuestro gran sumo sacerdote. Ningún cristiano media para hacer expiación. Pero cada cristiano ofrece oraciones por los demás porque sabe que tiene un acceso perfecto a Dios Padre a través de la obra expiatoria de Cristo. Además, los cristianos representan a Cristo ante los demás cristianos considerando «cómo estimularse mutuamente al amor y a las buenas obras» (Heb. 10:24), y ante el mundo «proclaman las excelencias de aquel que os llamó de las tinieblas a Su luz admirable» (1 Pe. 2:9). Hoy podemos estar agradecidos por la provisión de Dios de líderes como Martín Lutero, que ayudaron al pueblo de Dios a escapar de Babilonia, esa tierra idólatra de corrupción. Mediante el estudio de la Palabra de Dios y el valor del pueblo de Dios, la iglesia y sus prácticas fueron reformadas. Con la recuperación de la teología correcta también vino la recuperación de la práctica correcta. Debemos asegurarnos de no perder de vista esta conexión. Si las iglesias de hoy deben permanecer fieles al evangelio, entonces el ministerio debe coincidir con el mensaje. Esto no significa que debamos deshacernos del liderazgo pastoral en la iglesia. Todo lo contrario, debemos proteger el oficio pastoral exigiendo que los ordenados a esta labor se mantengan en su tarea para hacer su trabajo principal: ¡predicar la Palabra! Tal vez sea igualmente apremiante hoy en día recordar a todos los cristianos que el trabajo del ministerio no pertenece sólo al pastor. Como indicó sabiamente Spener, ¡el clero no puede hacerlo todo! Cristo construye Su iglesia a medida que cada miembro ocupa su lugar de servicio en el cuerpo. El ministerio de la Palabra debe abundar, y el pueblo debe permanecer. La obra de la Reforma debe continuar, para que no volvamos al cautiverio.Este artículo se publicó originalmente en Credo Magazine.

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