Ayer, vimos el semillero y el alimento de la pornografía, hoy veremos lo que esto da como cosecha, y cómo el evangelio libera de este pecado. Puedes leer la primera parte aquí: Los pecados detrás del pecado de la pornografía.
La cosecha de la pornografía
Dejarse dominar por la pornografía produce una gran cantidad de efectos que, a su vez, fortalecen nuestro deseo y apego a la sensualidad y a la pornografía en el futuro. El pecado que consentimos hoy siempre da forma y poder a la tentación que enfrentamos mañana.
La vergüenza, la evasión y el ocultamiento
Después de que Adán y Eva desobedecieron a Dios al comer el fruto prohibido, sus ojos se abrieron al bien y el mal de una manera nueva y horrorosa (Gn 3:7). Ya no estaban desnudos, y se había terminado ese estado en el que no sentían vergüenza. Estaban desnudos y avergonzados, razón por la cual inmediatamente se hicieron cubiertas de higuera. Quizá sus miedos fueron evitados por algo de tiempo, hasta que escucharon la voz del Señor acercándose. De repente sus pequeñas cubiertas no eran suficientes: “se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto” (Gn 3:8). Los árboles que Dios creó para que fuesen su alimento se convirtieron en un medio para evadir Su presencia.
Darle una mordida al fruto de la pornografía produce un patrón de efectos similar. Nos sentimos avergonzados. Tal vez leemos la Biblia un poco más, nos aseguramos de asistir a un servicio dominical, prometemos nunca más ver pornografía otra vez, o quizás corremos a la televisión, a los videojuegos y a la comida. A lo mejor usamos cosas permisibles para escondernos tras ellas. Nada de esto realmente funciona, porque nuestros intentos por cubrirnos y ocultarnos solo hacen que la pornografía sea más atractiva el día de mañana.
La deshumanización
La pornografía, por naturaleza, nos deshumaniza. Deshumaniza a las personas captadas en las imágenes e historias que interpretan. Pone al descubierto su desnudez. Roba su dignidad. Los convierte en objetos de lujuria y placer autocomplaciente. Los esclaviza a los caprichos sexualmente desviados de sus empleadores, así como a los apetitos carnales del consumidor.
También nos deshumaniza a nosotros, los espectadores. Nos convertimos en criaturas de lujuria y deseo. Los impulsos biológicos comienzan a gobernarnos, y los apetitos carnales empiezan a controlarnos en lugar de la Palabra y el Espíritu de Dios. Nos volvemos más como animales y menos como los humanos que Dios nos creó para ser.
La impaciencia, la frustración y la incapacidad de soportar la aflicción
Cada vez que alimentamos la carne, aunque parezca calmada por el momento, gana ventaja en nuestras vidas. Cuando alimentamos el fuego, crece más (Pro 30:15-16), y cuando alimentamos el fuego del orgullo egoísta en nuestras almas, solo nos hacemos más egoístas y orgullosos. Cuando nos hacemos más egoístas y orgullosos, nos volvemos más impacientes y nos frustramos con Dios, la gente y las circunstancias inconvenientes. Por tanto, nos volvemos más vulnerables a las tentaciones de la pornografía, porque ofrece gratificación inmediata y autocomplaciente a expensas de otros, y nuestra carne ama la gratificación a expensas de los demás.
La indulgencia habitual de la carne debilita nuestra tolerancia durante la adversidad. La sensualidad, por definición, odia y se resiste al dolor y al sufrimiento. Anhela la comodidad física y el placer. Mientras más permitamos la pornografía en nuestras vidas, o cualquier otra sustancia que adormezca las emociones, seremos menos capaces de soportar la aflicción, lo que solo nos hace más susceptibles a un escape sensual en el futuro.
El enredo y la intensificación
El pecado es pegajoso. Si nos aferramos a él, entonces éste se aferrará alegremente a nosotros. De hecho, no podemos saltar a un pozo de brea y luego esperar escalar y salir de él. El momento en que nuestros cuerpos se sumergen en la sustancia, estamos atrapados. Todos nuestros movimientos solo nos hunden más profundamente en el agujero. La gravedad funciona en nuestra contra. La composición química de la brea y la piel hace que sea imposible su extracción.
Consentir la pornografía en nuestras vidas sexualiza nuestra perspectiva del mundo, lo que hace que notemos imágenes sensuales más fácilmente. Afiches de mujeres con poca ropa, ciertas palabras, ciertos sonidos, recuerdos específicos saltarán como nunca antes. Nuestros sueños se vuelven sexualizados. Incluso imágenes que no son sexuales se vuelven sexualizadas: una mujer vestida modestamente en el trabajo, un hombre ejercitándose en el gimnasio, un chiste inofensivo, pueden volverse sexuales en nuestras mentes, porque la pornografía pinta todo nuestro mundo de colores sexuales.
Permitir la pornografía alimenta nuestro deseo de consumir más. Desarrolla nuestro apetito por ella. Se aferra a nosotros. Nuestra carne siempre quiere más; desafía los límites para ir más allá. No se detendrá hasta que destruya nuestras vidas y nuestras relaciones.
El evangelio
Si queremos erradicar la pornografía de nuestras vidas, entonces debemos lidiar con esta clase de condiciones de frente. Todas las pretensiones de locura, cada pizca de orgullo y cualquier deseo de alabanza humana deben ser extinguidos por medio del evangelio de Jesucristo. No somos fuertes, sino débiles, y debemos aprender a relacionarnos con Dios y este mundo como quienes son pobres de espíritu (Mt 5:3). No podemos gobernar el mundo, así que ¿por qué fingir? No podemos durar un solo round en el ring con Satanás, y debemos aprender a vivir una vida cristiana sobria y simple.
No existimos en lo alto, sino en lo bajo, y debemos asumir la postura adecuada de siervos humildes, indignos de misericordia y exaltación. Somos bendecidos en Cristo, pero no tenemos el derecho a ello. Un día seremos exaltados con Cristo, pero no ahora. El miedo del hombre pone una trampa, así que debemos alejarnos de la tóxica poción de la alabanza humana para vivir más plenamente para la alabanza de nuestro Señor Jesucristo (Pro 29:25).
Como aquellos que han sido escogidos por Dios, santos y amados, recibimos corazones con nuevas capacidades para enfrentar la vida de manera honesta, pacífica y constante. Cristo es nuestro refugio. Cristo es nuestra paz. Hay delicias a Su diestra para siempre. Él nos ayuda a sufrir la pérdida de todas las cosas y a tenerlas por basura. Cristo lleva nuestra vergüenza. En Su justicia, estamos delante de Dios el Padre. Por medio de Él, nos volvemos más humanos, y por Su misericordia soportamos cada forma de prueba. En Cristo, morimos al pecado. Ya no debemos vivir atrapados ni derrotados por él.
Cada parte del suelo, cada condición posible, y cada pizca de la cosecha conectada a la pornografía en nuestras vidas ha sido, y continuará siendo, abordada mediante el evangelio de Jesucristo. El evangelio ofrece un valioso consejo contra la pornografía de manera directa, pero también produce la clase de transformación integral de la vida que dificulta que la pornografía se arraigue y propague. El Señor quiere todo nuestro ser. Alabado sea Dios por la promesa de que Su mano redentora no cesará antes de terminar lo que ha empezado en nosotros (Fil 1:6).
Este artículo se publicó originalmente como parte de la edición #9 de la revista de 9 Marcas, titulada El cristiano, la iglesia local y la pornografía.