[dropcap]S[/dropcap]on tantos los placeres que experimentamos mientras vivimos en este mundo. Tenemos los placeres que llegan con el conocer y ser conocidos, los placeres que llegan al contemplar la belleza, los placeres que llegan con el gusto, el tacto y el oído. Este mundo ofrece un cúmulo de placeres para disfrutar. ¡Y qué gran alegría nos brindan! Tal vez sea bueno detenerse un momento a considerar el mejor día que hayas tenido. ¿Fue un día de triunfo y éxito? ¿El día de tu boda o el día del nacimiento de tu primer hijo? ¿El día de tu salvación? Recuerda lo que viste, lo que sentiste, lo que experimentaste en aquel momento. Y luego considera esto. Experimentaste ese momento como un ser pecaminoso cuyo corazón ha estado en rebelión contra Dios. Experimentaste ese momento como una persona cuya mente está nublada por el pecado y cuyo espíritu está oscurecido por la depravación. Experimentaste ese momento en un mundo pecaminoso donde los seres humanos y criaturas angelicales hacen guerra constantemente con Dios. Experimentaste ese momento en una tierra que gime bajo la insoportable carga de transgresiones enfermizas. Aun mientras lo disfrutabas, lo hiciste sabiendo que tal vez nunca volverías a experimentar lo mismo ni nada similar. Comes, bebes y disfrutas los placeres de este mundo sin saber jamás si tú o el mundo a tu alrededor sobrevivirán otro día u otro instante. Has pensado en tu mejor día sobre la tierra. Ahora piensa en tu peor día en el cielo. (Alerta de herejía: ¿días malos en el cielo?). Obviamente no habrá días malos en el cielo, pero quizá algunos serán más extraordinarios que otros. Así que considera un momento ordinario en el cielo. Experimentarás ese momento como alguien que está plenamente sometido a Dios y como alguien cuya mente y espíritu son absolutamente claros, sin rastro de pecado. Lo experimentarás en un mundo en el que cada persona y cada criatura está completamente satisfecha en Dios y lo disfruta plenamente a cada momento. Lo experimentarás en una tierra perfeccionada y renovada y con la seguridad de que más allá esperan otros placeres más grandes. Lo experimentarás sin duda, vacilación, temor o incertidumbre, sabiendo que ese mundo y todos los que están en él permanecerán para siempre. Los placeres del mundo presente son efectivamente placenteros. Pero el mayor de ellos debe palidecer comparado con el menor de los placeres del mundo venidero.