Muchas de nosotras tenemos lugares favoritos que nos brindan hermosos recuerdos. Piensa en tu lugar favorito, a ese que muchas veces regresas en diferentes momentos de tu vida. Todas tenemos uno. Así como tenemos ese recuerdo en lo físico que trae memorias y pensamientos específicos, así también tenemos otros lugares a los cuales corremos y que son aún más profundos, secretos y callados. Aquel lugar donde el silencio parece un mejor rincón para sentirnos desdichadas. El silencio parece ser una buena compañera pretendiendo que consuela porque no juzga. Es el lugar en nuestro corazón al cual acudimos cuando no sabemos lidiar con todo el ruido de afuera. Solo que, no es el ruido de afuera el que molesta más, sino, el que hay dentro. En el silencio, nuestras palabras son aceptadas, nuestras quejas tienen total coherencia, nuestro caso ha sido vindicado por los considerables argumentos a nuestro favor. La verdad es que estamos sufriendo. Supurando dolor, que vendamos nosotras mismas. Ya sea por el dolor causado a nosotras, o nosotras a otros, o darnos por vencidas que no podemos cambiar y nada puede cambiar.
El sufrimiento
Cuando propuse este tema no tenía ni idea del tiempo que se avecinaba. Esta cuarentena ha invitado a silencios en muchos hogares. Lo silencios regularmente vienen porque se ha gritado tanto, y parece que nadie escucha. Entonces se convierten en una forma de vivir y responder. Las preguntas son: ¿qué has gritado? ¿qué te han gritado? Hay muchas razones por las que una mujer sufre: adulterio, rechazo, indiferencia, gritería, menosprecio, abandono, violencia, palabras que golpean, control, sometimiento autoritario, irrespeto continuo, invalidación de su valor, burla, entre otras. Todas lastiman, todas duelen. Sin embargo, el día domingo, la máscara de la esposa que es feliz aparece y fácilmente puede pasar desapercibida con su familia. Es un arte que ha perfeccionado. Tanto tiempo encerrada en esto, ayuda a esa esposa a olvidar que Dios ve, conoce y sabe. Aún más, ayuda a olvidar que Él controla, permite y orquesta. Olvida que su vida pende de Dios. Olvida que Dios es justo. Olvida que Dios envió a Cristo para morir en Su lugar y darle vida y vida en abundancia. Olvida que Él la hizo libre y verdaderamente libre de la esclavitud del pecado. Lo olvida porque parece que cuando lo recordó, no trajo el alivio que deseaba, no fue el antídoto en el momento que lo necesitó. Creció amargura incluso contra el evangelio, contra Dios porque “si ni Él me ayuda, entonces ¿para que batallar por esto?” Es cuando el silencio se vuelve la solución. Y yo estoy sentada en el centro de la narrativa silenciosa. Lo que no sabe es que, el silencio sólo es la fábrica más peligrosa para que la amargura se pegue a su alma cual hiedra, hasta que el hedor suba a su mente y por ende opere como esclava y no como libre. Empieza a escuchar mentiras que justifican no pedir ayuda. El concepto de sufrimiento deja de ser una santa convocación a regresar a Él. Y se torna en su enemigo. No hay propósito en sufrir, ¿cómo? Si el dolor es real.
Pero en Cristo
Amada hermana, tienes que saber que el sufrimiento no es lo peor que te puede suceder. El sufrimiento en este mundo está implícito, es parte de tu libro de vida seas o no cristiana, todos sufriremos. Algunas más, otras menos. Algunas menos aquí, y más allá. Algunas más aquí, y nada más allá. El dolor más terrible es que tu alma no descanse eternamente con Su Padre, Su Dios, Su Señor. No hay remedios rápidos. No hay pasos emocionales. No hay soluciones instantáneas. La Biblia sólo tiene verdades suficientes que necesitas recordar, meditar una y otra vez. El sufrimiento no sólo tiene propósito en Cristo. Te hace como Cristo. Y es la perfecta pieza de madera para que el Carpintero trabaje. El sufrimiento en Cristo no es para destruirte, es para salvarte. ¿De quién? De ti. De las mentiras del pecado que te colocan en el centro, que te amargan, que te aíslan de otros, que te atemorizan, te confunden y te hacen incrédula a la verdad del Dios en el que has creído. Seguro no eres la única responsable de tu sufrimiento. Pero estoy segura que tu parte de responsabilidad es la que Dios está trabajando. Puede ser en cómo estás respondiendo. Lo que te han hecho no es necesariamente el problema, lo que no tienes, la escasez, tu esposo, tus hijos o una enfermedad, sino que es el pecado. El sufrimiento existe porque hay pecado. El sufrimiento existe porque los corazones están buscando a quien adorar, y terminan adorando lo que no es. El sufrimiento opera porque hay vacíos llenándose con mentiras y no con la verdad. El pecado se enseñorea cuando alguien decide dejarlo entrar haciendo provisión para la carne. Al pecado no se le puede dejar la puerta abierta, el no perdona la negligencia o tomarlo a la ligera. Vivimos delante de un Dios que ve todo. Somos responsables de nuestro silencio pecaminoso. No somos víctimas. La única víctima murió en la Cruz. Pero por Él podemos ser victoriosas sobre nuestro egoísmo y ceguera. Nos servimos a nosotras cuando voluntariamente cedemos a la mentira de que no hay esperanza. ¡Cristo es la esperanza de Gloria! Así que no te pongas de acuerdo con el pecado, sino con la verdad. No sé desde hace cuánto eres cristiana, cuál es tu situación, cuántos años llevas sufriendo en silencio. Quiero decirte que Dios no es indiferente a tu dolor, Él se compadece en Cristo, tu representante perfecto delante de Dios para que acudas al Trono de la Gracia para encontrar el oportuno socorro. Quizás digas “eso ya lo sé”, “he orado y parece que no me escucha”. Amada hermana, Él escucha. Él es fiel. Sólo que no actúa según tu urgencia, sino según Su sabiduría en todo lo que ve, sabe y conoce de ti.
Tu vida puede cambiar
No te diré “Dios no quiere que sufras”, “si haces esto por Dios, entonces el cambiará a tu esposo o tu situación”, “si obedeces esto entonces Él te cambiará”. No hermana. Porque esto sería engañarte y no amarte. Cuando piensas cómo Dios obra en tu vida, cómo Su Evangelio es una verdad suficiente para gozo, paz, seguridad y libertad y no lo vives, te confundirás. Estás yendo al lugar incorrecto, a una versión distorsionada de la Persona que puede y ha dado todo para ayudarte: Cristo. La Biblia dice que Cristo es el consumador de nuestra fe. ¿Qué significa esto? Él te ha representado delante de Dios. Cristo siendo completamente humano y completamente Dios se encarnó al nacer, murió y resucitó como un humano, pero también siendo Dios porque no pecó. Aun cuando fue tentado en todo y sufrió injustamente, no pecó. Lo hizo para que, al creer en Él, estés segura que Dios no demanda de ti nada más que tu fe, una que te es dada por Gracia. Tu vida puede cambiar porque no es tu circunstancia la que Dios quiere cambiar, es a ti en medio de la circunstancia. ¿Cuán anuente estás de tu necesidad de cambio? Así de difíciles somos cuando decidimos quedarnos en ese lugar de silencio. Persevera hermana. No dejes de orar al Padre. Laméntate delante de Él. Usa los salmos para experimentar el dolor y recordarte los hechos maravillosos que ha hecho por ti. Despega tu alma del silencio, y pégala a Su Palabra para hablarte verdad. Si lo que te has estado hablando es queja y dolor durante mucho tiempo, ya es momento de hablarte la verdad, esa que está viva y es eficaz. Conoce a Dios en medio de tu sufrimiento y te aseguro que te llevará a la vida de tu Redentor: Jesucristo.
Pide ayuda
Sin embargo, Dios no te escogió, salvó y adoptó a Su familia para que vivas sola. Necesitas comunidad. Otras hermanas y hermanos que te alienten, te reciten la verdad, oren por ti, por tu familia, tu esposo, tu situación. No te avergüences de pedir ayuda. No es al hombre a quien debes temer, sino a Dios. Quizás te han lastimado en una iglesia o no tienes en quién confiar, quizá prefieres correr a ayuda emocional antes que espiritual. Cualquiera que sea la razón, pide a Dios que te provea una hermana, pareja, pastor, líder, lugar que te puedan ayudar en Él. Si estás casada y tu sufrimiento viene por problemas viciosos en tu matrimonio, pide ayuda. Si estás soltera y estás luchando con problemas relaciones y sexuales, pide ayuda. Si has enviudado, padeces una enfermedad, problemas financieros, cualquiera que sea tu situación, pide ayuda. Clama a Dios por Su paz, gozo y ayude a tu fe. La Iglesia es el medio que Dios ha provisto para que hermanos y hermanas crezcamos juntos a la semejanza de Cristo. Mientras pasa esto no sufras más en silencio, no sigas creyendo las mentiras que te tienen allí. No eres víctima, eres libre. Si has pecado, trae tu pecado a la Cruz y recoge Su gracia. Si han pecado contra ti, trae tu dolor a los pies del Salvador y recoge Su compasión. La Biblia nos desarma cuando vemos a Cristo, sus padecimientos, su fidelidad a Dios, su humanidad en padecer por la traición de otros. Su obediencia y completa confianza a Su Padre. Su vida es tu vida. Si crees en Él, estás unida a Él. Puedes levantarte, puedes gritar: ¡Jesús ayúdame con mi corazón! ¡Bástame tu gracia porque en mi debilidad hay fortaleza en ti! “Con mi voz clamé a Dios, a Dios clamé, y él me escuchará. Al Señor busqué en el día de mi angustia. Me acordaba de Dios y me conmovía, me quejaba, y desmayaba mi espíritu. No me dejabas pegar los ojos, estaba yo quebrantado y no hablaba. Meditaba en mi corazón, y mi espíritu inquiría: ¡Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa? ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? Dije: Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Me acordaré de las obras del Señor; Sí haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos” (Sal. 77:1-4, 6-12).