Hay una manera de contar la historia que se centra en el impacto de unas pocas grandes figuras que surgen en cualquier generación. Esta “teoría de los grandes hombres” afirma que la historia puede entenderse mejor cuando nos centramos en las figuras dominantes de la época. Sostiene que la historia gira en torno a las acciones, decisiones, obsesiones y habilidades naturales de unos pocos extraordinarios: los Lutero, los Napoleón, los Lincoln, los Churchill. Compréndelos y entenderás el mundo tal y como era y tal como llegó a ser.
Creo que los cristianos a veces entendemos la iglesia a través de un esquema similar. Suponemos que las pocas figuras que destacan en un momento dado son la clave para entender la Iglesia en su conjunto —que representan de algún modo la fe cristiana en ese momento—. Por lo tanto, si contamos la historia de la iglesia a principios del siglo veintiuno, podríamos hacerlo a través de las vidas y ministerios de Sproul, Packer, MacArthur, Stott y Piper. Suponemos que si los entendemos a ellos, obtendremos una comprensión representativa de los cristianos y los ministerios durante su época. Compréndelos, pensamos, y habrás comprendido a todos.
En general, la teoría del gran hombre ha caído en desgracia entre los historiadores por varias razones, entre ellas, se encuentra que es demasiado simplista y que es difícil (o incluso, imposible) de demostrar. Esto no niega, por supuesto, que algunas personas tengan un impacto enorme en cualquier generación. Simplemente niega que la historia gira en torno a unos pocos y no a muchos. Y es negar que la iglesia depende de unos pocos más que de muchos.
Agradecemos a los predicadores de extraordinaria capacidad, a los que suben a los podios de las principales conferencias cristianas o cuya voz se difunde por distintos medios. Agradecemos sus ministerios y todas las formas en que nos hemos beneficiado de sus palabras. Pero, al mismo tiempo, sabemos que la causa del evangelio se paralizaría si no fuera por los 10.000 predicadores de capacidad promedio, del tipo de los que suben a los púlpitos en las salas de estar, gimnasios de las escuelas y en las pequeñas iglesias del campo. Si quitamos a cualquiera de esos grandes hombres, la iglesia seguiría adelante sin grandes obstáculos; si quitamos a esos diez mil hombres desconocidos, el impacto sería devastador.
De manera similar, estamos agradecidos por aquellos cristianos de extraordinaria riqueza cuyos grandes actos de generosidad pueden marcar la diferencia en iglesias y ministerios. Nos gusta leer sobre personas, familias o fundaciones que se han propuesto donar grandes sumas de dinero a las mejores causas. Pero si esas familias desaparecieran o gastaran hasta su último dólar, la iglesia sobreviviría sin problemas. Sin embargo, si quitáramos las fieles ofrendas de los miles y miles que aportan poco más que sus dos monedas de cobre, el ministerio de la iglesia local se vería duramente obstaculizado.
Agradecemos a los expertos en matrimonio y paternidad y en otros temas cruciales, expertos que imparten cursos y dirigen seminarios ante grandes multitudes. Pero a la mayoría de nosotros nos han transformado mucho más nuestros matrimonios y nuestra paternidad los ejemplos que tenemos ante nosotros cada semana en la iglesia local. Si los expertos cerraran sus seminarios y clausuraran sus conferencias, la iglesia lo lamentaría por un momento, pero luego seguiría adelante. Pero si los creyentes corrientes de tu iglesia y de la mía dejaran de asesorar a las personas que ven cada domingo, la iglesia quedaría devastada. El trabajo más crucial del ministerio tiene poco que ver con “ahí fuera” en el mundo cristiano en general y todo que ver con “aquí dentro” en la iglesia local. Tiene poco que ver con los pocos y famosos y mucho más con los muchos y desconocidos.
Es bueno dar gracias a Dios por esos pocos hombres y mujeres a quienes se les han concedido altos podios y amplios ministerios, y que han dejado su huella en tantos de nosotros. Damos gracias al Señor por ellos. Pero ellos no son la historia de lo que Dios está realizando en este mundo. La verdadera historia sucede cuando la iglesia se reúne como comunidad local de Dios aquí y allá, cerca y lejos, semana tras semana. Es en estas pequeñas comunidades donde Dios lleva a cabo el mejor de Sus propósitos y donde vemos la fuerza de Su mano.
Publicado originalmente en Challies.