La introspección malsana es una amenaza diaria para nuestro gozo en Cristo. Muchos de nosotros tendemos a examinarnos a nosotros mismos de una manera que es excesiva, inexacta y conduce al desaliento. Estoy fallando en todo. No me gusta la forma en que Dios me hizo. El Señor no me está ayudando. Mi servicio no tiene valor. Mi dádiva es inútil. Mi crecimiento no tiene esperanza. El auto-examinar la depresión espiritual nos dice mil mentiras. El evangelio nos habla un mensaje mejor.
Cuando el auto-examen es malvado
Dios nos llama a examinarnos a nosotros mismos (2 Co. 13:5; Lm. 3:40), pero el auto-examen es una tarea difícil y peligrosa. La carne aprovecha el auto-examen como una oportunidad para poner nuestros pensamientos en nuestra contra. La introspección es engañosa porque a menudo se ve como si estamos haciendo lo correcto: no somos indiferentes a nuestro pecado – ¡queremos deshacernos de él! Pero cuando esa introspección hace que nos sumerjamos en nosotros mismos en lugar de sumergirnos en Cristo, socavamos nuestra fe. Como dijo Charles Spurgeon una vez, “Cualquier práctica que nos detraiga de la fe es una práctica malévola, pero especialmente esa clase de auto-examen que nos aleja de los pies de la cruz procede en una dirección equivocada”. Yo estoy familiarizado con este mal – el auto-examen que disminuye la fe y aleja de los pies de la cruz. Una vez estaba en una reunión de oración con un grupo de pastores, y me pasé la reunión completa pensando sobre mí y examinando mis aportes. Y como, aparentemente, no fue suficiente ensimismamiento por un día, salí de la reunión y pasé el resto de la tarde continuando con la auto-reflexión: considerando si había hablado mucho o muy poco, preguntándome lo que los otros pensaban de mí, examinando mis motivaciones y, especialmente, esperando no haber orado nada tonto o herético.
Cuando está oscuro, abre las cortinas
Thomas Chalmers, un líder de la iglesia escocesa del siglo XIX, sabía que la introspección puede ser agotadora e infructífera. Él una vez comparó el auto-examen con una habitación oscura llena de objetos. No podemos ver qué hay allí porque la habitación está en completa oscuridad. Esta oscuridad es la razón por la que la introspección es a menudo tan infructuosa. ¿Cómo iluminamos la habitación? No lo hacemos forzando nuestros ojos o tomándonos más tiempo y esfuerzo para examinar la oscuridad. Nunca podremos vernos claramente a nosotros mismos simplemente enfocándonos más intencionalmente en nosotros. En lugar de esto, Chalmers dice que debemos ir a la ventana y abrir las cortinas. Deja que la luz de Cristo irrumpa la oscuridad de tu alma. La luz, en la imagen de Chalmers, es la verdad de la Palabra de Dios: “Si no extraemos ningún beneficio del trabajo del auto-examen, porque encontramos que todo es confuso y sombrío en el interior”, él dice, “entonces vayamos a las verdades que están fuera, y estas verterán un caudal de luz en todos los laberintos y complejidades del alma, y finalmente, harán que este trabajo sea fácil, cuando antes era imposible”. Si actualmente estás perdido en el laberinto de las preocupaciones introspectivas, consciente de la confusión y el caos interior, y cargado por la auto-reflexión renegada, lo mejor que puedes hacer es empaparte en la luz de la verdad de Dios. Ve a la Palabra, escucha la voz del Señor y experimenta el caudal de luz divina derramándose en tu mente con claridad y alivio. La luz del evangelio de gracia provee la atmósfera necesaria para un auto-examen sano.
Empápate en la luz del evangelio
Entonces, cuando vamos a la Palabra de Dios, ¿qué luz arroja el evangelio sobre la oscuridad del auto-examen? El evangelio aporta proporción a nuestro examen. A medida que aprendemos a atesorar a Cristo, pasaremos más tiempo mirando a Cristo que a nosotros mismos. Aprendemos que no somos cambiados por contemplarnos, sino por contemplar a Cristo (2 Co. 3:18). Robert Murray M’Cheyne dijo una famosa frase, “Por cada vistazo a ti mismo, mira diez veces a Cristo”. El evangelio trae perdón a nuestro examen. Dios conoce lo peor sobre ti y aún así te ama. “No nos ha tratado según nuestros pecados” (Sal. 103:10), y él promete que si confesamos nuestros pecados, él nos perdonará y nos limpiará (1 Jn. 1:9). Solamente cuando estamos seguros en el amor de Dios por nosotros en Cristo, somos empoderados para hacer un auto-examen que es humilde, confiable y fructífero. El evangelio aporta percepción a nuestro examen. Las cosas más importantes que necesitamos saber sobre nosotros mismos no se encuentran al mirar hacia nuestro interior, sino mirando a Cristo. En su muerte y resurrección, nuestra identidad entra en foco. Vemos cuan preciosos y honrados somos a la vista de Dios, la seriedad de nuestro pecado, la gloria de nuestra nueva identidad y el futuro que tenemos en Cristo. El evangelio da poder a nuestro examen. La gracia transforma el examen de algo tiránico y cargoso a un medio de fe, amor y esperanza. El auto-examen no tiene que ser como baldazos de agua arrojados sobre el fuego de nuestra fe. En su lugar, puede ser combustible. Podremos ver dónde Dios está trabajando en nosotros, y podremos caminar hacia delante con la confianza de saber que el que comenzó la buena obra en nosotros la terminará (Fil. 1:6). ¿Está el evangelio informándote sobre tu auto-reflexión? Siempre mira hacia arriba antes de mirar hacia dentro. Nunca te apartes de los pies de la cruz. Dale la bienvenida a la luz, y mira la oscuridad disiparse. Un artículo original de Desiring God | Traducido por Samuel David Lasso Llanos.