Cuando Dios dice «No»

C.S. Lewis una vez escribió: “No dudamos, necesariamente, que Dios hará lo mejor por nosotros; lo que nos preguntamos es cuán doloroso será su mejor plan”.
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Jamás olvidaré el momento cuando Dios me había dicho que “no” a algo que realmente anhelaba. Me pareció oírle susurrar esa respuesta a mi corazón para ayudarme a darme cuenta de que había perdido demasiado tiempo aferrándome a algo que no estaba destinado para mí. Luego de meses de presentarle mi petición, Él me dijo gentilmente que debía dejarlo ir. Al principio, no me daba cuenta de que Sus planes eran mucho mejores que los míos. Los momentos de dolor y de (aparentes) manos vacías me dejaban preguntándome por qué me quitaba esta oportunidad que tanto deseaba. Equivocadamente, creí que si Él no me daba lo que quería, Él no debía haber entendido lo importante que era aquello para mí. Parecía que estaba reteniendo innecesariamente, sin dar abundantemente como pensaba que debía hacerlo.

Permiso para sentir dolor

Cuando nos vemos forzados a soltar algo que en verdad anhelamos —sea que nos haya sido quitado o algo que parezca que nunca será concedido— sentir dolor es nuestra respuesta natural. El peso de la decepción es demoledor. Puede ser abrumador y se necesita tiempo para procesarlo. No está mal experimentar decepción cuando la vida no sucede como esperamos. Si no nos damos el permiso para sentir dolor, creemos sin darnos cuenta que Dios está más preocupado por hacernos sentir mejor en lo inmediato, en vez de obrar por medio del dolor para producir una transformación real en nuestro corazón. Perdemos de vista la invitación que Él nos ha hecho de colocar nuestras luchas a Sus pies. Él no tiene temor del dolor que sentimos. Su soberanía no depende de nuestras emociones. Él no tratará de anular nuestro dolor con soluciones rápidas y temporales. Somos libres para expresar nuestro vacío y tristeza en el momento. Él nos permite sentir ese vacío para poder satisfacernos consigo mismo. Él desea acercarse.

Hallar Su amor en nuestro lamento

El pánico que sentí al ser guiada en una dirección diferente me mostró una imagen clara del estado de mi corazón. Estaba más preocupada por no obtener lo que deseaba que por ver el lugar a donde Dios me quería. A menudo, la decepción revela lo que captura nuestros afectos. Aun cuando la decepción no sea siempre lo incorrecto, sí nos da una medida que nos muestra dónde hemos depositado nuestra esperanza. Lamentarnos en medio de nuestro descontento nos obliga a llevar esos deseos de vuelta a Dios, incluso si solo nos preguntamos por qué Él no nos ha dado esas cosas; arroja algo de luz sobre los ídolos que hemos creado en nuestras vidas. Por medio del dolor, sacamos a relucir nuestras mayores frustraciones y liberamos nuestras emociones más crudas. El dolor nos lleva graciosamente a luchar con Dios en cada herida y decepción. El propósito de lamentarnos no es meramente ventilar nuestra tristeza (lo cual nos lleva a la desesperanza), sino traer nuestra atención a las promesas de Dios y a la esperanza que tenemos en Cristo. Él promete que nos oirá cuando llamemos (Mateo 7:7). Él promete estar cerca de nosotros (Salmos 34:18). Él promete que será fiel (Deuteronomio 31:6). Él promete que nuestro dolor se acabará (Apocalipsis 21:4). Él promete que, si le buscamos, Él transformará nuestros corazones para desearle más (Salmos 37:4). Él no nos dejará en la miseria de nuestra decepción porque aún no ha terminado la obra que comenzó en nosotros (Filipenses 1:6). Él nos asegura Su amor si le invitamos a participar de nuestras luchas.

Su mejor manera de obrar puede ser dolorosa

C.S. Lewis una vez escribió: “No dudamos, necesariamente, que Dios hará lo mejor por nosotros; lo que nos preguntamos es cuán doloroso será su mejor plan”. La reorientación nos lleva a soltar aquello de nuestras manos que habíamos anhelado retener. Por medio de ella, comenzamos a darnos cuenta de que el plan de Dios para nuestra vida no significa que será un camino fácil y cómodo; pero Él está haciendo que todas las cosas, incluso esta decepción, coopere para nuestro bien (Romanos 8:28). Al final, Dios siempre tiene en mente nuestro bien, lo que significa que se entrometerá con los ídolos que tenemos en nuestras manos. No lo hace porque sea cruel o nos esté privando de algo. Él sabe, mucho mejor que nosotros; y cuando nos dice que “no” es por Su misericordia, aun cuando nos duela. Él está por nosotros, luchando contra aquello que nos mantenga lejos de Él (Romanos 8:31). Él sabe que nuestros corazones solo estarán satisfechos en Él (Juan 4:14). Él no tolerará ser el segundo en nuestras vidas, porque Él desea que tengamos algo mucho mejor que lo que el mundo puede ofrecer. Cuando Dios nos quita algo, crea un espacio en nuestras vidas para llenarlo con más de Él y Sus bendiciones. Ese es el mayor de los regalos. Quizás no parezca así en esos momentos donde nos vemos forzados a conciliar la decepción, pero Él anhela ayudarnos a entender que eso es verdad. Él desea que lo experimentemos por nosotros mismos, probar, ver y conocer que Él es bueno (Salmos 34:8). Puede que la decepción sea parte de vivir en este mundo, a medida que luchamos para dejar ir nuestros deseos terrenales y abrir nuestros corazones para recibir las cosas buenas que Dios quiere darnos. Pero si estamos en Cristo, nuestra lucha con la decepción solo es temporal. Las promesas de Dios, al igual que el gozo que experimentamos al darnos cuenta de que las tenemos, son eternos.  

MaryLynn Johnson

MaryLynn Johnson es una escritora y blogger con un corazón por el ministerio y animar a otros usando las palabras.

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