La mayoría de los cristianos son conscientes de la importancia de la lectura personal de la Palabra de Dios. Después de todo, la Biblia es la única autoridad final y absoluta para nuestra fe y práctica, ya que es la misma revelación de Dios mismo. Aquí es donde vamos a saber verdaderamente quién es Dios y cómo debemos vivir la vida. ¡Qué sabia es la persona que está comprometida con un diligente insumo de la Escritura, y qué grandes son los beneficios que derivan de ello! Pero ¿cómo deberíamos hacer nuestra lectura diaria de la Biblia? ¿Hay alguna guía para aprovechar al máximo nuestro tiempo y nuestra lectura de la Palabra de Dios? Aquí hay cinco pautas que me han ayudado mucho durante muchos años de haber leído las Escrituras. Que Dios te conceda sabiduría en este nuevo año, y que tu tiempo en la Palabra de Dios produzca mucho fruto.
Comprométete con la lectura consistente de la Biblia
Dado que la Palabra de Dios escrita (la Escritura) es el instrumento principal que Dios ha provisto a Su pueblo para conocer Su carácter, Sus planes y Sus propósitos, conocer Su obra en la creación y la redención, conocernos a nosotros mismos y saber cómo debemos vivir delante de Él y de los demás, es lógico pensar que necesitamos un tiempo regular en la Palabra de Dios para que esa palabra tenga un impacto en nuestras vidas. La consistencia, más que la casualidad, debería marcar nuestra lectura de la obra de Dios. Por supuesto, todos sabemos que surgen emergencias y que diversos asuntos de la vida nos interrumpen en algunas ocasiones. Pero una cosa es tener algunas pausas en un plan de lectura consistente de la Biblia, y otra es simplemente leer solo cuando sea conveniente hacerlo. Debido a que es difícil exagerar la importancia de la Palabra de Dios para la formación de nuestras mentes, corazones y vidas (2 Timoteo 3: 16-17), y porque esa Palabra tendrá su mayor impacto potencial al leerla regularmente, por favor considera hacer de la consistencia una marca de tu lectura de la bíblica este año.
Haz uso tanto de la lectura rápida como de la lenta
Estoy convencido de que los cristianos se beneficiarían mucho más en la lectura de la Palabra de Dios si practican dos formas diferentes de lectura de la Biblia. La lectura rápida es necesaria si queremos cubrir la totalidad de las Escrituras en algún tipo de intervalo regular. No tiene por qué ser necesariamente un programa de «lea la Biblia en un año», aunque espero que cada uno de nosotros se comprometa a leer todos los libros y capítulos de la Biblia al menos cada dos o tres años. Incluso a ese ritmo, requiere que sigamos avanzando y no nos atasquemos demasiado. Puedes también considerar escuchar la Biblia leída. La lectura lenta, por otro lado, es necesaria si queremos empaparnos y gloriarnos en la belleza y la textura de tantos pasajes de las Escrituras. Si solamente lees, digamos, el libro de Isaías de manera acelerada, ¿cuánto tiempo dedicarás a pensar sobre la sustancia que tiene Isaías 40, por ejemplo? Aproximadamente tres minutos en total, tal vez en un año, o dos, o tres. Pero Isaías 40 es rico en enseñanzas gloriosas acerca de Dios, sobre su obra en la creación, en la providencia y la redención, y tiene muchas implicaciones sobre la manera en que debemos vivir nuestras vidas. Estas riquezas solo se pueden ver, sentir y pueden maravillarnos, cuando las leemos lentamente, en oración y meditación, una y otra vez. Entonces, además de leer la Biblia rápidamente, recomendaría que consideres tomar porciones clave de la Escritura para meditar una y otra vez por un período de semanas, hasta que estés seguro de haber visto más de las complejidades, la belleza y lo maravilloso de esos pasajes. A menudo, los aspectos más transformadores de la verdad de la Palabra de Dios vienen en detalles que solo se verán cuando nos detengamos lo suficiente para encontrarlos por nosotros mismos. Tal vez podrías planear leer tus lecturas rápidas cuatro días a la semana, y luego meditar sobre pequeñas unidades de las Escrituras los otros dos o tres días. Ambos tipos de lectura son importantes, y cada uno produce un tipo diferente de fruto para la vida y el corazón del cristiano.
Fíjate más en «Quién» que en el «Qué» de lo que lees
Nunca olvides que hay un autor de las Escrituras que está por encima de todos los autores humanos de todos los libros. Pablo dice: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16). Y Pedro dice: «que hombres inspirados por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios» (2 Pedro 1:21). Dado que las Escrituras son la autorrevelación de Dios mismo, nuestro enfoque principal al leerlas debería ser encontrar al Autor que está trabajando para expresar algo de Su carácter y obra en cada página. Dado que el Dios de las Escrituras no es otro que el trino Dios de la fe cristiana, presta especial atención a lo que se revela acerca del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo a medida que lees. Si bien es importante aprender lo que la Biblia enseña en cada paso del camino, aún más importante es llegar a una comprensión cada vez más clara, más rica y más profunda de quién es el Dios vivo y verdadero que está detrás y en todas las Escrituras. Crece para saber no solamente más acerca de Dios, sino en conocer a Dios mismo mientras lees tu Biblia. Concéntrate en sus atributos, sus acciones, sus planes y propósitos declarados, sus mandamientos y advertencias, sus promesas y sus certezas. Recuerda que Dios es el gran bien para el que fuimos creados (Jeremías 9: 23-24; Juan 17: 3), por lo que todos los días, mientras lees tu Biblia, te debes proponer conocer a Dios mejor en cada pasaje que leas.
Busca tener una mente informada y afectos avivados
Dios quiere que la verdad de Su palabra llegue primero a nuestras mentes, pero luego, a nuestros corazones. Dios tiene la intención de que sepamos la verdad de Su Palabra. Pero también quiere que veamos su belleza y que nos maravillemos de la riqueza de la Palabra. En resumen, debemos crecer, a través de nuestra lectura de las Escrituras, en conocer (mente) y amar (corazón) las gloriosas verdades que encontramos en el camino. Considera prometerte a ti mismo orar algo así antes y cada vez que vayas a leer tu Biblia, «Señor, en tu misericordia y bondad, abre Tu Palabra para mí, y ábreme a mí a Tu Palabra». La primera solicitud tiene que ver principalmente con nuestras mentes, cómo pedimos para la iluminación dada por el Espíritu para saber con precisión lo que la Palabra de Dios enseña. La segunda parte de esta sencilla oración apunta a nuestros corazones, mientras buscamos ese mismo Espíritu para despertar en nosotros una respuesta apropiada y afectiva a Su Palabra, donde sentimos el desafío, y vemos la maravilla, y respondemos a la gloria de la verdad que hemos visto. Es un patrón peligroso que los cristianos lean la Palabra de Dios constantemente sin que sus corazones se conmuevan por lo que han leído. Por más que esté en tu poder, esfuérzate por no alejarte de la Palabra de Dios sin adquirir al menos una verdad que mueva tus afectos. Si terminas tu lectura del día y nada te conmovió, ora y pide a Dios que te muestre una pequeña cosa de lo que has leído que pueda tener un impacto en tus afectos. Detente y ora por esa verdad o realidad. Reduce la velocidad lo suficiente como para condenar, alentar, corregir o fortalecer la esperanza o determinar una acción. Busca, con la ayuda del Señor, al menos una verdad que comprometerá tus afectos. Dado que los corazones cambiados son la clave para vidas cambiadas, busquemos en oración no solo el conocimiento de la Palabra de Dios, sino también el amor por la belleza, la maravilla y la gloria de esa Palabra.
Comprométete a escuchar y prestar atención, a comprender y obedecer lo que encuentres en la Biblia
El poderoso recordatorio de Santiago de que debemos ser hacedores, y no solamente oidores de la Palabra de Dios (Santiago 1:22) debe ser central en nuestro pensamiento todos los días mientras leemos las Escrituras. Como no somos nuestros, ya que hemos sido comprados por precio (1 Corintios 6: 19-20), debemos reconocer que estamos bajo el señorío de nuestro Salvador Jesús todos los días, de todas las maneras posibles. Por lo tanto, leer la Palabra de Dios es someternos a lo que ella declara sobre cómo debemos vivir día a día. Resistamos la tentación de tener mentes que están creciendo en el conocimiento de la Palabra de Dios pero que, sin embargo, no logran vivir la verdad de lo que hemos llegado a conocer. De nuevo, cambiamos nuestro comportamiento no solo en lo que sabemos, sino en lo que amamos y odiamos, en lo que apreciamos o despreciamos. Dios quiere que Su verdad llegue primero a nuestras cabezas, luego a nuestros corazones, y luego, desde nuestros corazones a través de nuestras manos. Somos llamados por Dios para escuchar y prestar atención, para comprender y luego obedecer la palabra gloriosa y vivificante que nos ha dado. Artículo publicado por Desiring God | Traducido por Ricardo Daglio