Cómo los reformadores redescubrieron el Espíritu Santo y la verdadera conversión

Lutero estaba buscando a un Dios de gracia, mientras Calvino estaba buscando un verdadero y seguro conocimiento de ese Dios.
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La historia de Lutero es muy conocida, la de Calvino lo es menos. Lutero estaba luchando con el concepto de la justicia de Dios y había llegado a odiarla; Calvino tenía una sed inmensa de un conocimiento seguro de Dios, pero no lo había encontrado. Aunque no es toda la verdad, hay algo de ella en el concepto de que Lutero estaba buscando a un Dios de gracia, mientras Calvino estaba buscando un verdadero y seguro conocimiento de ese Dios. En el caso de Lutero, las ordenanzas del catolicismo medieval tardío no podían «darle paz a la conciencia culpable o lavar la mancha». En el caso de Calvino, ni la iglesia ni la inmensa disciplina intelectual que él había mostrado en su adolescencia e inicio de los veinte, y ciertamente tampoco toda su adquisición de las habilidades de un erudito humanista post-medieval, podía llevarlo a un conocimiento seguro de Dios.

Romanos 1:16

A pesar de las diferencias en sus antecedentes, educación, disposición y personalidades, se puede llegar a una buena conclusión al pensar que Romanos 1:16 jugó un papel crucial en las narrativas sobre la conversión de estos reformadores. Sabemos que Lutero luchó fuertemente con el significado de Romanos 1:16-17. Él llegó a odiar las palabras, encontrando en ellas un enigma sin solución. ¿Cómo puede «el Dios de justicia» establecer las buenas nuevas en las que Pablo era tan abierto? Lutero sentía que todo lo que eso hacía era condenarlo. Pero, entonces, como escribió más tarde, sus ojos fueron abiertos. Él había estado ciego mientras leía el texto; él había visto las palabras, pero no había entendido su significado. Ahora veía que su justicia era la justicia de Dios a través de la cual el pecador es justificado. Las puertas del paraíso se abrieron,  él sintió que había nacido de nuevo. Calvino parecía haber sido muy afectado por los versículos que seguían a Romanos 1:18 sobre el conocimiento de Dios revelado, poseído, reprimido, cambiado por idolatría y, en última instancia, abandonado por la humanidad — siendo la fe en Jesucristo el único camino de vuelta para conocer a Dios. Ciertamente, Ford Lewis Battles, el traductor de la edición latina final (1559) de la Institución de la religión cristiana de Calvino, pensó que fue así. Yo me inclino a estar de acuerdo con ello, dado el tenor de la teología de Calvino y su enfoque constante en el conocimiento de Dios el Padre a través del Hijo y por el ministerio del Espíritu Santo.

¿De qué se trató la Reforma?

Si se nos pregunta, la mayoría de nosotros pudiera decir de manera instintiva que la Reforma se trataba de la justificación o acerca de (los términos acuñados más tarde) sola fide, sola gratia, sola Scriptura, solus Christus, y soli Deo gloria. Pero de hecho, era acerca de mucho más. Esto, debido a que ninguna de estas cinco solas existe aislada una de la otra o, más específicamente, aislada del Espíritu Santo. Él es el sine qua non de cada una. En consecuencia, la Reforma fue un redescubrimiento del Espíritu Santo. Calvino, según destacó B. B. Warfield, fue «el teólogo del Espíritu Santo». La fe no nace en nosotros aparte del Espíritu Santo. La gracia salva y sostiene, pero no es una sustancia recibida por nosotros sino la disposición de Dios hacia nosotros que es dada a conocer a nosotros sólo a través del Espíritu. Las Escrituras vienen a nosotros a través de la boca de Dios, mientras el Espíritu exhala la Palabra de Dios a través de autores humanos. Además, según Calvino recalcó, todo lo que Cristo ha hecho por nosotros no tiene valor a menos que estemos unidos a él, y esto sucede a través del Espíritu. Así, él trae consigo gloria al Padre y al Hijo. ¿Qué fue entonces lo que los Reformadores descubrieron? Las referencias de Lutero con relación al Espíritu, así como la mayoría de su teología, no son encontradas de manera ordenada en su propio compartimiento separado. Calvino se acerca más a una presentación sistemática en su Institución. Pero ambas cosas llevan a un descubrimiento simple pero monumental.

Un redescubrimiento del Espíritu Santo

Cada vez más a lo largo de los siglos, la iglesia ha usurpado el papel del Espíritu Santo en la economía de la salvación. La indicación más obvia de eso surgió en la manera —casi física— en que la gracia y la salvación intervinieron en el individuo a través de los sacramentos. En un sentido, y debido a todos los propósitos prácticos, la salvación fue encerrada en los sacramentos — con las llaves aseguradas en los bolsillos de los sacerdotes y prelados de la iglesia. Las consecuencias de esto fueron teológica y existencialmente desastrosas. El papel del Espíritu había sido usurpado, su autoridad fue secuestrada por el sacerdocio. Por consiguiente, en lugar de experimentar la seguridad de perdón y un conocimiento personal de Dios, los cuales son el derecho al nacimiento de cada verdadero hijo de Dios, los miembros de la iglesia fueron tenidos en duda y suspenso sobre su salvación. Como Lutero pudo percibir, eran presionados a construir la justicia con la ayuda de los sacramentos, para así tal vez ellos poder desarrollar una fe tan llena de amor perfecto que llegaran a ser justificables. Esta era la doctrina medieval de «el cielo ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos», la justificación de aquellos que han sido hecho justos, la justificación de la cooperación de los justos a través el sacramento. Aunque el sistema permitía que la iglesia declarara que esta justificación era «por gracia», esta gracia nunca estuvo «sola». Requería cooperación y progreso. Pero, ¿cómo podían las personas estar seguras de que habían «hecho lo suficiente»? Nadie podía ser optimista sobre su salvación. ¿Cómo podían serlo? Fue justamente aquí, para Lutero y Calvino, que el Espíritu Santo entraba, abriendo los ojos al hecho de que toda nuestra salvación y cada parte de la misma se encuentra solo en Cristo (como Calvino amaba decir); aquí entraba el Espíritu Santo, abriendo ojos que estaban ciegos, suavizando los afectos endurecidos y trayendo la respuesta de la fe salvadora. No es de extrañar que Lutero se sintiera como que había nacido de nuevo, y que «las puertas del paraíso habían sido abiertas». No es de extrañar que Calvino experimentara esta conversión «repentina» o «inesperada» cuando se dio cuenta de que la iglesia le había enseñado un «conocimiento falso». Ella, de manera equivocada, se había interpuesto entre el creyente y Cristo. Pero luego, el Espíritu vino, y Calvino descubrió que cada parte de la salvación se encuentra solo en Cristo. No es de extrañar, entonces, que John Knox dijera que la explicación para la Reforma es que Dios dio el Espíritu Santo a hombres ordinarios en gran abundancia.


Nota del editor: Este artículo es parte de la Revista 9Marcas publicada por el ministerio 9Marks. Puedes adquirir la Revista impresa . También puedes descargarla gratuitamente directamente del sitio en internet es.9marks.org. Este artículo fue traducido por Samantha Paz.

Sinclair Fergusson

Sinclair Fergusson

Sinclair Ferguson es un maestro del ministerio Ligonier y profesor de teología sistemática en el Reformed Theological Seminary.

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