Aprender a confiar en Dios en tiempos de desesperación

En los momentos de mayor desesperación, cuando nuestras fuerzas flaquean y todo parece desmoronarse, aprendemos las lecciones más profundas sobre la confianza en Dios.
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Ser llevado a un lugar donde Dios es nuestra única esperanza real es una experiencia misericordiosa. Pero no lo digo a la ligera. Porque, casi siempre, también es una experiencia desesperada. Alguna circunstancia externa o crisis interna nos obliga a una situación donde nuestras otras comodidades y esperanzas son eliminadas o nos fallan. En estos momentos, sentimos intensamente nuestra debilidad y vulnerabilidad, y usualmente anhelamos y suplicamos a Dios que nos libere.  

Pero es en estas temporadas cuando se forja una fe duradera. Y, generalmente en retrospectiva, tales experiencias —esas en las que descubrimos que Dios realmente es nuestra única roca, que nuestra única esperanza verdadera proviene de Él— terminan siendo de las más dulces de nuestra vida. Es entonces cuando las llamamos “misericordias”.

Esperar solo en Dios  

David estaba experimentando una temporada de desesperación cuando escribió el Salmo 62: 

En Dios solamente espera en silencio mi alma;
De Él viene mi salvación.
Solo Él es mi roca y mi salvación,
Mi baluarte, nunca seré sacudido (Sal 62:1-2).

David vivió muchas experiencias desesperantes a lo largo de su vida. Vivió en una época brutal y soportó enormes presiones. Pasó gran parte de su vida adulta bajo la constante amenaza de muerte, como una sombra sobre él. Vivió durante años como fugitivo, huyendo de la paranoia del rey Saúl. Durante años, lideró ejércitos contra naciones enemigas agresivas y se protegió contra el espionaje. Y, lo peor de todo, vivió años con la angustia de ver cómo amigos de confianza (Sal 55:13-14), e incluso un hijo (2S 15:10), se convertían en enemigos traicioneros que se deleitaban en sus tribulaciones y conspiraban contra su vida.

Al igual que David, en los momentos de las temporadas de desesperación, debemos depositar nuestra confianza en Dios. / Foto:

Pero, desde el principio, David había puesto su confianza en el Señor (Sal 40:4). Se negó a levantar su mano contra Saúl, a quien el Señor había ungido como rey (1S 24:6). Buscó la guía del Señor cuando se trataba de hacer la guerra (2S 5:19). Y, cuando era objeto de conspiraciones o calumnias, no tomaba venganza personalmente (2S 16:5-14). Todos sabían que afirmaba confiar en Dios. Por lo tanto, el nombre de Dios estaba en juego en cómo se conducía. Si la venganza pertenecía a Dios (Dt 32:35), entonces debía confiar en que Dios lo preservaría y vindicaría, en lugar de buscar venganza él mismo.

¿Qué hizo Dios por David? Permitió muchas situaciones que forzaron a David a hacer del Señor su única confianza, su única roca, su única fuente de salvación. Lo obligó a esperar solo en Él.  

El nombre de Dios está en juego en la manera en que nos comportamos en tiempos de crisis / Foto: Lightstock

Una cerca tambaleante

Pero ¿cómo se sentía David en medio de esas experiencias desesperantes? Así lo describe en este salmo:

¿Hasta cuándo atacarán a un hombre,
Todos ustedes, para derribarlo,
Como pared inclinada, como cerca que se tambalea?
Ellos solamente consultan para derribarlo de su eminencia;
En la falsedad se deleitan;
Bendicen con la boca,
Pero por dentro maldicen (Sal 62:3-4).  

David no parecía sentir que su fe se estaba fortaleciendo. Se sentía débil, vulnerable y frágil. Se sentía como una vieja pared de piedra, inclinándose y lista para derrumbarse. Se sentía como una cerca tambaleante que fácilmente podría caerse.

Las pruebas de nuestra fe a menudo se sienten, en el momento, como amenazas a nuestra fe. / Foto: Envato Elements

Así es como a menudo nos sentimos cuando estamos aprendiendo a hacer de Dios nuestra única confianza. Las pruebas de nuestra fe a menudo se sienten, en el momento, como amenazas a nuestra fe. Cualquiera que sea la adversidad que estemos experimentando, se siente abrumadora. También nos sentimos débiles, vulnerables y frágiles, como si estuviéramos a punto de derrumbarnos. Podríamos sentir la tentación de entrar en pánico.

Entonces, ¿qué hacemos? 

Mi esperanza proviene de Él

David nos muestra muy bien cómo hacerlo en el Salmo 62. Él predica a su alma atribulada, débil, vulnerable y frágil (y a la nuestra):

Alma mía, espera en silencio solamente en Dios,
Pues de Él viene mi esperanza.
Solo Él es mi roca y mi salvación,
Mi refugio, nunca seré sacudido.
En Dios descansan mi salvación y mi gloria;
La roca de mi fortaleza, mi refugio, está en Dios (Sal 62:5-7).

En el Salmo 62, David testifica de su confianza exclusiva en Dios y exhorta a otros a confiar en Él también. / Foto: Lightstock

Esta es la manera en que David dice lo mismo que los hijos de Coré dijeron en los Salmos 42 y 43:

¿Por qué te desesperas, alma mía,
Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios, pues lo he de alabar otra vez.
¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios! (Sal 42:11).

David le está diciendo a su alma que recuerde la fuente de su esperanza: Dios. Más precisamente, lo que Dios le había prometido. Es cierto que la experiencia de David era única, ya que Dios le había hecho promesas específicas, como llegar a ser rey de Israel (1S 16:13) y recibir un trono que sería “establecido para siempre” a través de su descendencia (2S 7:12-17).

Pero, para todos los santos, la esperanza en Dios se basa en las promesas de Dios. Las promesas de Dios, Su Palabra para nosotros, son la fortaleza a la que huimos cuando tenemos miedo. Por eso David lo dice de esta manera en otro lugar: “El día en que temo, yo en Ti confío” (Sal 56:3).

Las promesas de Dios, Su Palabra para nosotros, son la fortaleza a la que huimos cuando tenemos miedo. / Foto: Lightstock

Mi fortaleza

David no solo se refugiaba en las promesas que Dios le había hecho específicamente. También se refugiaba en toda la Palabra revelada de Dios que había sido dada hasta ese momento. Por eso, en el Salmo 19, David hablaba de cada palabra de la revelación especial de Dios como teniendo el poder de revivir el alma, alegrar el corazón, iluminar los ojos y recompensar a quienes las guardan (Sal 19:7-11).

Los creyentes del nuevo pacto ven que lo mismo es cierto para ellos. Sí, a veces el Espíritu ilumina una promesa particular durante una temporada difícil para ayudarnos a soportar. Pero, la verdad más grande es que “pues tantas como sean las promesas de Dios, en [Jesús] todas son sí” (2Co 1:20). Todas las promesas de Dios son lugares de refugio, fortalezas a las que podemos huir cuando nos sentimos débiles, vulnerables y frágiles, como:

  • Nunca te dejaré ni te desampararé (Heb 13:5).

  • La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo (Jn 14:27).

  • Si permanecen en Mí, y Mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho (Jn 15:7).
A veces el Espíritu ilumina una promesa particular durante una temporada difícil para ayudarnos a soportar. / Foto: Lightstock

  • Mi Dios proveerá a todas sus necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús (Fil 4:19).

  • Por eso les digo, no se preocupen por su vida, qué comerán o qué beberán; ni por su cuerpo, qué vestirán. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa? […] Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas (Mt 6:25, 33).

  • Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito (Ro 8:28).

  • Y después de que hayan sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda gracia, que los llamó a Su gloria eterna en Cristo, Él mismo los perfeccionará, afirmará, fortalecerá, y establecerá (1P 5:10).

  • Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28:20).
Todas las promesas de Dios son lugares de refugio, fortalezas a las que podemos huir cuando nos sentimos débiles, vulnerables y frágiles. / Foto: Lightstock

Y cientos de pasajes más. En la temporada de desesperación, cuando algo o alguien amenaza nuestra esperanza y sentimos que estamos al borde del colapso, debemos dejar de mirar la amenaza y, en cambio, mirar a la fuente de nuestra esperanza y decir con David: “En Dios descansan mi salvación y mi gloria; la roca de mi fortaleza, mi refugio, está en Dios” (Sal 62:7).

Confía en Él en todo tiempo

La verdad es que estas temporadas de desesperación realmente nos enseñan lo que significa confiar, y nos entrenan para confiar verdaderamente en Dios. Hacen que las palabras de David sean más que palabras para nosotros:

Confíen en Él en todo tiempo,

Oh pueblo; derramen su corazón delante de Él;

Dios es nuestro refugio (Sal 62:8).

La desesperación no solo es uno de los maestros más efectivos que nos enseñan a confiar en Dios, sino que también es uno de los maestros más efectivos en la escuela de la oración. Pocas cosas te mueven a derramar tu corazón ante Dios en oración ferviente como cuando todo parece estar en juego y te preguntas si podrás salir adelante. La mayoría de las personas no corren hacia una fortaleza a menos que enfrenten un peligro real.

Por eso dije que ser llevado a un lugar donde Dios sea nuestra única esperanza real es una experiencia misericordiosa. Pero también dije que no lo digo a la ligera, porque conozco tales experiencias. Han sido las más difíciles de mi vida. Parte de mí no se las desearía a nadie. Pero la parte más sabia de mí las desea para todos.

¿Por qué? Porque no hay nada en el mundo que se compare con el dulce consuelo que nuestra alma experimenta cuando realmente sabemos que nuestra mayor esperanza proviene de Dios, que solo Él es nuestra roca fuerte y nuestro refugio, y que se puede confiar en Él todo tiempo. Cualquier cosa que nos enseñe esto resulta ser una gran misericordia.


Publicado originalmente en Desiring God.

Jon Bloom

Jon sirve como autor, presidente de la junta y cofundador de Desiring God. Es autor de tres libros, “Not by Sight”, “Things Not Seen” y “Don’t Follow Your Heart”. Él y su esposa tienen cinco hijos y viven en Minneapolis–Saint Paul.

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