Hay una verdad profunda que todo cristiano debe afrontar: la Biblia es un tesoro inagotable. Habla con un pastor que ha pasado toda una vida leyendo, estudiando y explicando la Biblia y te dirá, estoy seguro, que cuanto más llega a entender, más se da cuenta de que no entiende. He oído a John Piper comparar esto con escalar una montaña. Cuando escalas un acantilado empinado y llegas a la cima, miras a lo lejos y notas que más allá existen más montañas. Y así comienzas a escalar la siguiente montaña y ves más montañas, más grandes, más altas, más grandiosas. Y así continuará en la eternidad mientras miramos al Dios eterno e infinito.
Viejos versículos que se hacen nuevos
Hace un tiempo publiqué una reseña de Ama o muere, de Alexander Strauch, en la que decía: “Se me ocurren pocos libros que haya leído recientemente que impactaran tan inmediatamente en mí y me dieran tanto en qué pensar. Confío en que, con la ayuda de Dios, las implicaciones de este libro me acompañarán siempre”. En la contraportada del libro, Strauch ofrece una lista de “50 versículos bíblicos sobre el amor”. En mis devociones he ido repasando esos textos de uno en uno, tratando de entender los contextos en los que fueron dados, de comprender lo que Dios quiere decir con ellos, y de entender cómo puedo aplicarlos a mi vida.
Hasta aquí he examinado textos clave del Antiguo Testamento y de los Evangelios. No he encontrado ningún texto que sea nuevo para mí; los he leído todos antes y he memorizado o estudiado muchos en el pasado. Pero sigo aprendiendo del inagotable tesoro de la Biblia. Esta misma mañana he llegado a Mateo 22:34-40:
Los fariseos se agruparon al oír que Jesús había dejado callados a los saduceos. Uno de ellos, intérprete de la ley, para poner a prueba a Jesús, le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?”. Y Él le contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”.
Este es uno de esos textos fundacionales que sin duda he leído u oído cientos, sino miles, de veces. Jesús citó dos pasajes del Antiguo Testamento, ambos familiares para sus oyentes y para los lectores de Mateo. Uno de ellos lo recitaban los judíos piadosos dos veces al día y estaba escrito en los dinteles de sus puertas y en sus filacterias. Eligió estas dos de entre las más de 600 leyes que los fariseos habían deducido de las Escrituras. Ama a Dios primero y mejor, y ama a tu prójimo como a ti mismo. Este es el corazón de la fe cristiana.
Esta mañana me puse a pensar en esa frase: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” y me pregunté: “¿Por qué amar?”. ¿Por qué el mayor mandamiento no es obedecer, temer o seguir? ¿Por qué se nos ordena amar? Y aquí tuve que hacer una pausa y preguntarme si amo a Dios primero o si mi amor es secundario a la obediencia o a la sumisión o a otra cosa. Me pregunto si ese mandamiento, en la Challies Standard Bible, dice: “Obedecerás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente”. ¿Es el amor tan central en mi fe como debería serlo?
¿Cómo amo a Dios?
Supongo que es posible que esté haciendo una falsa distinción. No necesitamos ir mucho más lejos en la Biblia para encontrar que el amor y la obediencia están inextricablemente conectados. Juan 14:15 dice claramente: “Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos”. Pero esto no significa que el amor y la obediencia sean lo mismo. Más bien quiero decir que la obediencia es una prueba de amor. La obediencia prueba el amor a Dios, pero no es la suma del amor a Dios. ¿Amo a Dios? Puedo consultar las Escrituras para ver si le obedezco. Si obedezco a Dios, puedo considerarlo una prueba de mi amor. Pero ¿acaso mi amor cotidiano no se compone de algo más que obediencia? ¿No es diferente “cómo sé que amo a Dios” de “cómo amo a Dios”?
Me puse a pensar en cómo amaba Jesús a Su Padre y se me ocurrieron al menos unas cuantas maneras (y estoy seguro de que esto no es más que una gota en un balde de agua). Quería ver cómo la gente respondía a esta pregunta: “¿Cómo amaba Jesús a su Padre?”. Y esto es lo que se me ocurrió: Amaba a su Padre defendiéndolo. Cuando los fariseos mostraban su espantosa ignorancia del carácter de Dios, Jesús intervenía para defender a Dios. Amaba a Su Padre en comunión con Él. Jesús se escapaba constantemente de las multitudes para pasar tiempo a solas con Dios. Estaba en comunión con Él en la oración y, sin duda, meditando las Escrituras. Amó a Su Padre amando al pueblo de Su Padre (Jn 17:12). Amó a Su Padre obedeciéndolo. Amó a Su Padre haciendo la voluntad de Su Padre. Amó a Su Padre haciendo de la gloria de Su Padre Su primera prioridad y dándole mucha importancia. Estoy seguro de que esta lista podría continuar.
Y llegué un poco más lejos. Empecé a mirar mi propia vida para ver si soy ante todo obediente a Dios o si esencialmente amo a Dios. No puedo evitar sentir que, si estoy motivado principalmente por la obediencia, entonces me estoy perdiendo algo importante. ¿Significa esto que leo la Biblia cada mañana solo para obedecer a Dios? ¿O leo la Biblia para pasar tiempo con Dios y disfrutar de algunos momentos de comunión con Él? ¿Amo a Su pueblo porque quiero asegurarme de que sigo Sus decretos, o amo a Su pueblo porque Él ama a Su pueblo y quiero ser como Él? ¿Hay una pureza en el amor que falta en la obediencia?
Voy a dirigirme a ti para que me des tu opinión y ver si puedes aportar algo de claridad (aunque a estas alturas puede que haya enturbiado tanto el agua que estés total y absolutamente confundido). ¿Estoy haciendo una falsa distinción, o existe realmente una diferencia entre “cómo sé que amo a Dios” y “cómo amo a Dios”? Y si es así, responde a lo que debería ser una pregunta sencilla: ¿Cómo debe el cristiano amar a Dios?
Este artículo fue publicado originalmente en Challies.