Hola amigo, te escribo a ti. Tú que estás desesperado; que encuentras que no vale la pena un nuevo amanecer; que consideras que no vale más la pena seguir luchando; que estás cansado de la maldad del mundo; tú que no encuentras como salir de la ansiedad y depresión; tú que no encuentras esperanza en la vida; en fin, tú, aquel que piensas que la solución es quitarte la vida, querido amigo mi consejo es NO LO HAGAS. Y pensarás que hablo como si no supiera donde tú estás, pero no es así, sé perfectamente donde estás, yo estuve ahí: Estás airado con Dios, llorando en tu bañera las palabras “¿por qué?” Y las ideas te turban y quieres acabar con tu vida. Ese era yo, amarrando una correa a la bañera pensando que nada tenía sentido y que la mejor salida era el suicidio. Hasta que, apenas siendo un niño, el intento salió fallido. Es fácil desde afuera juzgar sin saber las situaciones que estás pasando, lo difícil que es para ti el sufrimiento, la depresión y la soledad. Miras a las personas y piensas que nadie te entiende. Pero quiero decirte que hay uno que si te entiende. Uno que siendo desde la Eternidad pasada se acordó de ti y te creó para que en Él encuentres propósito. Que desde antes de la fundación del mundo te formó y quiere relacionarse contigo y llenarte de gozo, amor y paz. Amigo tienes que saber que la creación entera se corrompió al desobedecer a Dios (Génesis 3) y por eso suceden las cosas que suceden en este mundo caído. Pero independientemente de nuestro pecado, “de tal manera amó Dios al mundo que dio a Su Hijo unigénito para que todo que en Él crea no se pierda más tenga vida eterna”. (Juan 3:16). Sé que tienes muchas preguntas y buscas respuestas, pero realmente solo quiero responderte una pregunta: “¿Qué hacer cuando no puedo más?” Mi respuesta es como la que escuchó el joven Spurgeon, sentado en aquella pequeña iglesia metodista en el siglo XIX, de parte de un predicador desconocido cuando abrió su Biblia y dijo: “MIRAD A MÍ, Y SED SALVOS, TODOS LOS TÉRMINOS DE LA TIERRA” (Isaías 45:22). “Mirad a Mí; estoy sudando gruesas gotas de sangre. Mirad a Mí; estoy colgando de una cruz. Mirad a Mí, estoy muerto y fui sepultado. Mirad a Mí, resucité nuevamente. Mirad a Mí, he ascendido al cielo. Mirad a Mí: estoy sentado a la diestra del Padre. ¡Oh, pobre pecador, mira a Mí! ¡Mira a Mí! Joven, mira a Jesucristo. ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira! ¡Nada tienes que hacer sino mirar y vivir!” Y al leer esto pensarás y te preguntarás: “¿Solo tengo que hacer eso?” Y mi respuesta es: “¡Sí!” Suena algo tan sencillo y simple, pero esa es la solución a tu problema. Tu problema, al igual que el mío, era que estábamos muy enfocados en nosotros y nuestras circunstancias. Pero quiero informarte que la segunda persona de la Trinidad, el Hijo de Dios, “siendo igual a Dios no considero ser igual a Dios como algo a que aferrarse, sino que se despojó de su Gloria y vino en forma de siervo y se humilló y se hizo hombre” (Filipenses 2:6-8). Jesús vino a vivir la vida que nosotros no podíamos vivir y a pagar el precio que nosotros debíamos pagar; recibiendo sobre Él la justa ira de Dios por nuestros pecados (2 Corintios 5:21). Amigo, mi exhortación es esta: No te quites la vida. Cristo murió en el lugar que tú y yo merecíamos. Mira su sacrificio, mira su dolor, mira sus padecimientos (Isaías 53). Él murió para que hoy podamos tener vida y vida en abundancia; vidas plenas, vidas con gozo y vidas con propósito. Aunque el desaliento y la desesperación se estén apoderando de ti, mira a Cristo clavándose en la cruz para darte su amor y su perdón. Arrepiéntete de tus pecados y confía en el perdón que Él otorga para aquellos que vienen a Él en humildad reconociendo su necesidad de salvación. Míralo a Él como tu único y suficiente salvador y serás salvo. Mi anhelo es que el Señor se revele a tu vida y que, aunque parezca todo nublado y sin sentido, puedas quitar los ojos de las circunstancias que te rodean y ponerlos en Aquel que estuvo muerto, pero que vive hoy. Cristo venció la muerte para que hoy tú puedas tener vida. ¡Ven a ÉL! “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar.” —Jesucristo (Mateo 11:28)