Consejos para una hermana casada con un no creyente

Tener un esposo no creyente trae dolor y desafíos en el hogar. ¿Qué pueden hacer las mujeres para mostrar a Jesús en sus matrimonios?
Foto: Envato Elements

¿Cómo aconsejar a una mujer cristiana que tiene un esposo que no es creyente? Déjame comenzar con dos testimonios.

Tengo 20 años de casada. Al unir mi vida a la de mi esposo, ambos lo hicimos profesando la fe y deseando servir al Señor. De hecho, mi esposo estuvo en el ministerio por un breve tiempo. Pero desde hace unos años ni siquiera se congrega; solo yo permanezco honrando ese compromiso. Mi esposo dice que no es creyente y mi vida junto a él es muy difícil, sobre todo ante nuestros hijos. 

Conocí a mi esposo y, luego de una hermosa relación de 3 años, nos casamos. Esto ocurrió hace 15 años. Ya hemos formado una familia. Hace unos tres años conocí al Señor, pero mi esposo no quiere tener nada que ver con el evangelio. Me siento sola, sin saber cómo actuar con él. No sé qué decirle ni qué hacer para que él me pueda entender y conocer de Cristo. Siento que mucho de lo que nos unía se ha perdido y no sé qué hacer. 

Con mucha frecuencia recibimos correos, con testimonios como estos, de esposas que se encuentran en un matrimonio difícil, viviendo en la lucha y la tristeza de tener un cónyuge incrédulo. O, lo que es peor, de mujeres que iniciaron el matrimonio junto a sus esposos como creyentes y en algún punto su marido negó lo que decía creer. El dolor que ellas experimentan es enorme y, en ocasiones, va acompañado por el abandono emocional o físico, la infidelidad, la falta de liderazgo para ellas y la falta de un buen ejemplo para sus hijos. Por esa razón, en medio de su confusión, acuden a nosotros [9Marcas] como ministerio, nos preguntan qué es recomendable hacer ante algunas de estas situaciones, y buscan palabras de consuelo y guía en medio del dolor que viven cada día.

Aunque no conocemos sus caras o sus nombres, es muy doloroso saber que una hermana atraviesa por esta situación. La Palabra nos enseña a llorar con los que lloran (Ro 12:15) y estas mujeres sufren enormemente. Su dolor es legítimo. Dios ve cada una de sus lágrimas y escucha su clamor (Ex 3:7; Sal 56:8). 

Por otro lado, este sufrimiento muchas veces impacta sus demás relaciones, por lo que estamos llamados a ser empáticos con ellas, ayudándolas a entender que el dolor es parte del mundo caído en el que vivimos, guiándolas a poner su mirada en la realidad que ofrece el evangelio que han creído, y animándolas a confiar en el Dios soberano que reina sobre sus vidas y sobre cada circunstancia por la que atraviesan. Necesitamos mostrarles cómo el dolor es un instrumento de cambio en las manos de un Dios que las ama. 

Actualmente, muchas mujeres atraviesan matrimonios difíciles con cónyuges incrédulos o maridos que han abandonado su fe tras comenzar como creyentes. / Foto: Unsplash

El matrimonio: un pacto eterno

La realidad es que todos sufrimos de una forma u otra al vivir en un mundo caído. Después de Génesis 3, la creación sufre los estragos del pecado y esto se refleja en nuestro entorno, pensamientos, cuerpos, relaciones y, en general, todo lo que vivimos. El matrimonio es atacado de una forma más fuerte que cualquier otra relación porque representa el diseño de Dios.

Él creó al hombre para modelar Su imagen siendo líder, cabeza, protector y proveedor de su esposa y familia, siendo una pequeña sombra de todo lo que Dios hace por nosotros. Además, Él creó a la mujer para reflejar la ayuda que nos da cada día. Él es nuestro Ezer o Ayudador, y la mujer, al igual que Dios, debe dar vida física o espiritual a otros por medio de afirmar y respetar a su esposo (Ef 5:22-33). El matrimonio es, por lo tanto, un reflejo de ese amor de Dios por Su iglesia ante el mundo, por lo que Satanás no escatimará esfuerzos en destruirlo o deformarlo. Es desalentador ver a una mujer en esta situación, pero Dios ofrece Su guía y consuelo en Su Palabra (Sal 18:28; 119:105).

El matrimonio fue diseñado como un pacto eterno ante un Dios eterno. Él formó a Eva, la trajo a Adán y, al entregarla como esposa, les dijo que juntos serían una sola carne (Gn 2:22-24). Nuestra cultura busca redefinir el matrimonio, quitándole su carácter inquebrantable, y nos invita a desecharlo cuando surgen los problemas. Por eso es importante ayudar a una hija de Dios a pensar como Cristo, ya que Su Palabra nos enseña que “tenemos Su mente” (1Co 2:16). Así que, por encima de las circunstancias, de las humillaciones o decepciones, una esposa debe buscar honrar y obedecer al Dios que la ama y la unió a su marido en ese pacto eterno. 

En el matrimonio, cuando la mujer se encuentra espiritualmente sola o experimenta momentos de dolor, las emociones pueden hablar fuertemente. Por eso es necesario animarla a traer todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo. La vida del creyente es una vida sobrenatural de fe, pues vivimos aferrados a la certeza de lo que esperamos y la convicción de lo que aún no vemos (Heb 11:1). Por esa fe sabemos que Dios, de acuerdo con Sus propósitos, es poderoso para hacer más allá de lo que nosotros podemos pedir o entender en cada circunstancia (Ef 3:20). Así, esta esposa debe aprender a descansar en Él, como lo hicieron Sara y las santas mujeres que esperaban en Él (1P 3:5). 

Dios busca que en el matrimonio la pareja levante una descendencia piadosa para Él (Mal 2:15), por lo cual debemos animarla a modelar a Cristo ante sus hijos y el mundo que la rodea, mostrando respeto, perdón, servicio y compasión hacia su esposo que no cree. De esta forma, sin importar cuán difícil pueda ser su relación, Dios dice que su luz alumbra ante los hombres al vivir el evangelio, de forma que Él es visto por todos (Mt 5:16). 

Si una esposa conoce al Señor después de haberse casado, la Palabra misma le instruye a permanecer en el estado en el que Dios le llamó a salvación, es decir, unida a su esposo (1Co 7:13), sin buscar ocasión o pretexto para salir de ese matrimonio. Tanto Cristo como Pablo mandan a que no se separe o se divorcie de su esposo.

El matrimonio fue diseñado como un pacto eterno ante un Dios eterno. / Foto: Nad Tochiy

La actitud del corazón

Asimismo ustedes, mujeres, estén sujetas a sus maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres (1P 3:1).

De una forma amorosa y pastoral, Pedro habla en los capítulos 1 y 2 de su primera epístola sobre cómo los cristianos deben relacionarse unos con otros en diferentes escenarios. Allí se nos llama a ser irreprochables ante los incrédulos para que, si Dios les visita con salvación, podamos dar un testimonio que le glorifique a través de nuestra conducta. Por eso, Pedro también nos instruye a someternos ante las autoridades que Él ha puesto: los gobernantes y jefes. Estos últimos pueden ser muchas veces difíciles e insoportables, pero un creyente halla la gracia de Dios al padecer sin ser culpable. 

De la misma forma, las esposas son llamadas a someterse a sus esposos para la gloria de Dios, aun ante aquellos que son incrédulos y difíciles. En esta epístola, ella puede ver que Dios le ha prometido Su gracia cuando sufre por ser como Cristo. Él ha permitido que ella tenga un esposo incrédulo con el fin de que pueda mostrar el carácter de Cristo, pero, al mismo tiempo, Él usa ese dolor para que ella sea moldeada a la imagen de Cristo en cada situación. En todo esto, al someterse sin temor, ella puede ganarlo sin palabras con su respeto y su manera sabia de convivir. 

Además, la forma en que ella puede ganarlo para el Señor no es dejándole sermones o mensajes, sino con el adorno de un espíritu sereno, afable, apacible, que es de gran valor para Dios (1P 3:4). Esto la lleva a vivir de una forma prudente, en intimidad con Dios y dependiendo de Su gracia en cada momento, porque separada de Él no lo podrá hacer. El gozo y la paz que ella tiene será algo que su esposo anhelará.

En su infinita sabiduría, Dios puede permitir que una mujer tenga un esposo incrédulo para que ella muestre el carácter de Cristo y, a la vez, moldearla a la imagen de su Hijo. / Foto: Getty Images

El enfoque correcto

Aunque la mujer sufra por su matrimonio, necesita recordar en dónde está su identidad. El ser hija de Dios es lo que la define, no su estatus social, la fe o incredulidad de su esposo, o que ella padezca aflicciones por esa fe. Dios dice que ella es bendecida, predestinada, adoptada, escogida y perdonada, y que se ha sentado en los lugares celestiales con Cristo desde la eternidad pasada (Ef 1:1-14). Estas verdades deben darle sentido a su vida, son su gloriosa identidad, le proveen de esperanza y gozo cada día, y la mueven a orar para que, si es la voluntad de Dios, su esposo pueda compartir la eternidad junto a ella. Tener el enfoque correcto le ayuda a abandonar su papel de víctima y le permite experimentar victoria en Cristo.

La mujer creyente debe anhelar mostrar a Cristo en todo su andar. Una vida de adoración a nuestro Dios va más allá de ir el domingo a la iglesia acompañada o no de su esposo. Se traduce en todas las decisiones, grandes y pequeñas, que se toman en la vida diaria, y en la forma de ver el mundo. Por eso es muy importante que ella pueda ver su vida y su matrimonio como un acto de adoración a Dios. 

Él es soberano sobre nuestras decisiones, acertadas o no, ya que Él ha prometido Su presencia en todo nuestro andar. Una creyente con un esposo incrédulo vive cada día en medio de la toma de decisiones para ella y su familia bajo la influencia de dos paternidades opuestas: por un lado, está su deseo de agradar a Dios en todo, y por otro, está el deseo de su esposo, quien quiere seguir la cultura mundana que le rodea. 

La mujer creyente enfrenta conflictos, luchas internas y, muchas veces, el menosprecio por sus creencias, sufriendo injustamente. Pero ella está llamada cada día a perdonar a su marido como Cristo la ha perdonado a ella. Nada de lo que perdone será mayor que aquello que Dios le ha perdonado al darle salvación. Ella debe hacer todo para el Señor y no para los hombres (Col 3:23), por lo cual le da a su esposo “bien y no mal todos los días de su vida” (Pro 31:12). Cada día debe predicarse el evangelio a sí misma, de forma que encuentre la esperanza de las buenas nuevas que Él ofrece. Eso debe llenarla de gozo y paz (Ro 15:13).

Aunque la mujer sufra por su matrimonio, necesita recordar en dónde está su identidad. / Foto: Getty Images

El papel de la iglesia

Aunque la salvación es individual, Dios quiere que caminemos juntos hasta la ciudad celestial, nunca de forma solitaria. Como iglesia, Él nos llama a sobrellevar las cargas los unos de los otros y cumplir así la ley de Cristo (Ga 6:2). Las mujeres debemos ayudarnos mutuamente. Las ancianas deben acompañar a las más jóvenes, dando apoyo e instrucción. En el caso de una hermana con un marido no creyente, es necesario animarla a mostrar la Palabra en su vida para que ésta no sea blasfemada (Tit 3:2).

Los pastores son un regalo de Dios a la iglesia y están llamados a sostener, cuidar y guiar a estas hermanas (Ef 4:11). Su labor es la de aconsejar, para que ellas puedan ver su situación a la luz de la Palabra y anden en la verdad (1P 5:2). Por lo tanto, es fundamental que se equipen en la consejería bíblica, para que brinden orientación y apoyo a estas hermanas y sus familias. En muchos casos, la labor pastoral implicará ayudarlas a dejar su resentimiento o ira, para abrazar su llamado de brillar en el mundo con la luz de Cristo, mostrando cada día el fruto del Espíritu (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, mansedumbre) en su trato con su esposo (Mt 5:16; Ga 5:19). También habrá ocasiones en que los pastores tendrán que ayudarlas a dejar de enfocarse en sí mismas, pues existe el riesgo de que caigan en la autocompasión, y pueden idolatrar su dolor, dándole el lugar que solo le corresponde a Dios en nuestras mentes (Mt 22:37).

La fe en Dios restaura nuestras vidas. Aquellas hermanas que están atravesando esta difícil situación deben ser renovadas en la esperanza que tienen en Cristo (Ef 4:23), y es labor de la iglesia recordarles estas verdades.

Recursos adicionales

En el ministerio Aviva Nuestros Corazones a menudo se reciben preguntas de hermanas que tienen un esposo no creyente. Cuando escriben sobre esta situación, también suelen solicitar material de ayuda. En estos casos se suele recomendar los siguientes recursos:

  • El reto 31 días de oración por tu esposo, que es para toda esposa. Orar con el enfoque de la Palabra y con el objetivo claro de pedir por tu esposo es de mucha ayuda. No son nuestras palabras, sino la infalible Palabra de Dios que llevamos de vuelta a Él en oración. Por eso, este reto es algo que recomendamos a toda esposa, en especial a aquellas en un matrimonio difícil, recordando que nuestro Dios es poderoso para hacer más allá de lo pedimos o entendemos por Su poder que obra en nosotros. Esta es una forma de bendecir a tu esposo y rendir el corazón a la voluntad de Dios. 
  • La entrada de blog Cuando el corazón de tu esposo es duro. Este es un testimonio de una esposa que esperó 30 años por su esposo y comparte con sabiduría cómo depender de Dios en este tiempo.

Este artículo se publicó originalmente en la Revista 9Marcas.

Elba Ordeix de Reyes

Sorprendida por la gracia de Dios y convencida del diseño de Dios para la mujer. Esposa y madre de tres hijos adultos. Sirve como Corresponsal Bíblica para el Ministerio Aviva Nuestros Corazones.

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