En su discurso de despedida, además de revelar claramente a Dios como Padre, Hijo, y Espíritu Santo, nuestro Señor expone el tema central de la unión que existe entre Él y Su pueblo, y las bendiciones que surgen de ello. Él les describe esta unión a Sus discípulos con sorprendentes palabras: “Ustedes están en Mí, y Yo en ustedes” (Jn 14:20 NVI); a Su Padre se lo expresa de forma aun más sencilla: “Yo en ellos” (Jn 17:23).
Esta verdad es tan profunda e importante que Jesús provee dos analogías para ayudarnos a asimilar Su enseñanza, una celestial y la otra terrenal.
Dos analogías
La primera analogía nos ayuda a captar la inmensa maravilla de nuestra unión con Cristo: “En aquel día [el Día de Pentecostés, cuando venga el Espíritu] ustedes sabrán que Yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en Mí, y que Yo estoy en ustedes” (Jn 14:20). El fundamento y la analogía de la unión del creyente con Cristo es Su propia unión con el Padre. Así de íntima es nuestra relación con el Salvador.

La segunda analogía nos ayuda a captar su naturaleza: estamos unidos a Cristo como las ramas están unidas a una vid. Jesús es la Vid, nosotros las ramas. Esta analogía se desarrolla en extenso en Juan 15:1-11.
Estas palabras nos llevan a la siguiente etapa en la serie de expresiones “Yo soy” del Evangelio de Juan. En estas expresiones, se nos presenta a Jesús como el cumplimiento de sucesos y patrones de la historia de la redención.
En el Antiguo Testamento, con frecuencia se describe a Israel como una vid (Sal 80:8-16); Is 5:1-7; Ez 19:10-14). Es interesante que este lenguaje que utiliza imágenes esté usado en el contexto de juicio, porque aunque Israel fue plantado por Dios, no consiguió producir el fruto adecuado. En contraste, Jesús es la verdadera vid que produce fruto siendo plantada por el Labrador, el Padre. Su deseo es vernos, a nosotros, tallos injertados por gracia en la vid, permanecer, establecernos, o, como dicen los jardineros, “pegar” (Jn 15:4-7), y producir fruto. ¿Pero qué implica esto?

Permanecer en Cristo
La exhortación a “permanecer” a menudo ha sido malentendida, como si fuera una experiencia especial, mística e indefinible. Pero Jesús deja claro que en realidad implica varias realidades concretas.
Primero, la unión con nuestro Señor depende de Su gracia. Por supuesto que nosotros estamos activa y personalmente unidos a Cristo por fe (Jn 14:12). Pero la fe misma está arraigada en la actividad de Dios. Es el Padre quien, como el Labrador divino, nos ha injertado en Cristo. Es Cristo, por Su gracia, quien nos ha limpiado para ser aptos para unirnos con Él (15:3). Todo es un acto soberano, todo es por gracia.

Segundo, la unión con Cristo significa ser obediente a Él. Permanecer implica nuestra respuesta a la enseñanza de Jesús: “Si permanecen en Mí, y Mis palabras permanecen en ustedes…” (Jn 15:7a). Pablo hace eco de esta idea en Colosenses 3:16, donde escribe: “Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza”, una declaración estrechamente relacionada con su exhortación paralela en Efesios 5:18: “Llénense del Espíritu”.
En suma, permanecer en Cristo significa permitir que Su Palabra llene nuestra mente, dirija nuestra voluntad, y transforme nuestro afecto. En otras palabras, ¡nuestra relación con Cristo está íntimamente relacionada con lo que hacemos con nuestra Biblia! Luego, por supuesto, en tanto que Cristo habita en nosotros y el Espíritu nos llena, comenzaremos a orar en conformidad con la voluntad de Dios y a descubrir la verdad de la, a menudo mal aplicada, promesa de nuestro Señor: “Pidan todo lo que quieran, y se les concederá” (Jn 15:7b).

Tercero, Cristo enfatiza otro principio, “Permanezcan en mi amor” (15:9), y señala con toda claridad qué implica esto: el creyente afirma su vida en el amor de Cristo (el amor de Aquel que pone Su vida por Sus amigos, v 13).
La prueba de este amor se nos ha dado en la cruz de Cristo. Jamás debemos consentir distraernos de la contemplación diaria de la cruz como la irrefutable demostración de ese amor, o de la dependencia del Espíritu que lo derrama en nuestros corazones (Ro 5:5). Además, permanecer en el amor de Cristo llega a una expresión muy concreta: simplemente obedecerle es el fruto y la evidencia del amor a Él (Jn 15:10-14).

La podadera
Finalmente, como parte del proceso de permanecer, se nos llama a someternos a la podadera de Dios en las providencias por las cuales Él corta toda deslealtad y, a veces, todo lo insignificante, a fin de que podamos permanecer en Cristo con la máxima sinceridad.
En el mundo de la horticultura, la poda generalmente se realiza con miras a una productividad a largo plazo. Así también es en los creyentes: el Padre poda las ramas de la verdadera vid a fin de que puedan producir más fruto. Desde luego, a menudo parece que Sus cortes son al azar, pero nunca se pierde un brote; cada corte es necesario para que demos “más fruto” (Jn 15:2). En Cristo, estamos seguros ante la podadera del Padre.

Si necesitamos algún otro incentivo para permanecer en Cristo, podemos hallarlo en la razón que da Jesús de Su enseñanza: “Estas cosas les he hablado, para que Mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea completo” (Jn 15:11).
¿Quiso decir Jesús que Él había hablado estas cosas para que Sus discípulos, y nosotros con ellos, pudieran recibir gozo de parte de Él? ¿O quiso decir que nosotros le daremos gozo?
¡Ambas cosas, de seguro! Porque no solamente estamos unidos a Él: ¡Él ha determinado que Su gozo y el nuestro ahora sean inseparables!
Este artículo fue adaptado de una porción del libro Solo en Cristo, publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
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