Duros y tiernos: cómo los pastores imitan al Buen Pastor

Jesús fue tierno y firme, no por estrategia, sino por carácter. El ministerio no es solo competencia, es semejanza con Cristo. Un llamado alto, imposible por nosotros... pero no por Él.
Foto: Lightstock

Jesús, nuestro Pastor Principal, es extraordinariamente duro y extraordinariamente tierno, y a menudo en momentos y de maneras que no esperamos.

Vemos esta sorprendente mezcla una y otra vez en los Evangelios: persigue a la mujer samaritana (tierno) y se enfrenta a su promiscuidad (duro); llama a la mujer cananea “cachorro” (duro) y cura a su hija (tierno); llama a Pedro “roca” (tierno) y luego lo llama Satanás (duro); acepta las lágrimas de la prostituta (tierno) y maldice el diezmo de los fariseos (duro). Ahora bien, si los pastores deben parecerse a Jesús, si los pastores subalternos deben imitar al gran Pastor, ¿qué debemos hacer con eso?

Podríamos simplemente señalar que los pastores deben ser flexibles, capaces de desempeñar diferentes roles en diferentes momentos. Pero no creo que esto llegue al fondo del asunto. No se trata realmente de una cuestión pragmática sobre cómo debemos actuar en situaciones específicas. Jesús era mucho más que un experto en saber cómo relacionarse con las personas en cada situación. Hizo lo que hizo y dijo lo que dijo porque era quien era. Su ejemplo empuja a los pastores, a reflexionar sobre el tipo de hombres que son. Más que eso, nos enfrenta a una pregunta básica: ¿buscamos ser como Cristo en el ministerio más que buscar la competencia?

Pastorear no es solo hacer como Cristo, sino ser como Él: tierno y firme, con carácter, no solo con habilidad. / Foto: Lightstock

El carácter de Cristo

En el ministerio y en la vida en general, siempre es más fácil centrarse en la competencia que en el carácter. (Como persona que trabaja en la educación teológica, conozco muy bien esa tentación). Pero la competencia sin carácter es muy peligrosa. De hecho, la competencia sin carácter conduce casi inevitablemente al tipo de desastres de liderazgo de alto perfil que han salpicado el panorama evangélico en todo el mundo angloparlante en los últimos años (y que se han reflejado silenciosamente en ejemplos menos conocidos en iglesias locales de todo el mundo). Por eso es tan importante que los pastores busquen imitar el carácter de Cristo.

Todo nuestro discipulado, formación teológica, mentoría y entrenamiento deben tener como objetivo final ser conforme a la imagen de Cristo. La semejanza con Cristo debe encabezar la lista de todo comité de búsqueda y toda descripción de trabajo en el ministerio. La semejanza con Cristo debe dominar nuestras oraciones por nuestros pastores. Por encima de todo, debemos anhelarla, esperarla y fomentarla en aquellos que nos lideran. Sin esto, no estamos prestando atención a las prioridades de las Escrituras; estamos invitando al desastre.

La imagen multifacética de Jesús, que encontramos en los Evangelios, nos da material más que suficiente para identificar las formas clave en que los pastores pueden caminar como Él lo hizo. Consideremos solo cinco.

El talento sin carácter destruye. Lo esencial en el ministerio no es la capacidad, sino la semejanza con Cristo. / Foto: Lightstock

1. Cristo quería complacer al Padre

Los relatos de la vida y el ministerio de Jesús están salpicados de declaraciones sobre Su abrumador deseo de ocuparse de los asuntos de Su Padre o, simplemente, de complacerlo (Lc 2:49; Jn 4:34). Al fin y al cabo, la mayor responsabilidad y privilegio de todo pastor es dar satisfacción y gloria a Dios. Solo esta ambición puede mantener a raya nuestros deseos pecaminosos de éxito, poder y aclamación.

2. Cristo oró pidiendo fuerza

En los Evangelios, Jesús se toma repetidamente tiempo para orar pidiendo la fuerza que necesita para hacer lo que Su Padre le llamó a hacer. Esta prioridad se menciona por primera vez en el desierto y continúa marcando la narrativa de Su ministerio hasta el huerto de Getsemaní y la cruz. Los pastores cristianos, entonces, sirven en debilidad, incluso mientras buscan la fuerza de Dios, pidiéndole que haga Su obra prometida en nosotros por medio del Espíritu. (No es casualidad que en Hechos 6:4 se libere a los apóstoles para el ministerio de la palabra y la oración).

El ministerio no se apoya en la fuerza propia, sino en la oración. Si Jesús oraba para cumplir su misión, ¿cómo no habríamos de hacerlo nosotros? / Foto: Lightstock

3. Cristo se preocupaba profundamente por las personas

Tenemos un Señor y Maestro que se preocupaba profundamente por las personas, ya fueran aquellas con las que pasaba más tiempo (como Su círculo íntimo de doce o Su grupo más amplio de discípulos), personas vulnerables con las que se encontraba brevemente (como la mujer samaritana, Zaqueo o el joven rico) o simplemente “las multitudes” de ciudades concretas (como Capernaúm o Jerusalén). Se preocupaba profundamente por todos los que veía, y lo mismo hacen los pastores cristianos.

4. Cristo llegó a conocer a las personas

Esta característica del ministerio de Cristo es casi redundante dado el punto anterior, pero es lo suficientemente importante como para resaltarla explícitamente. Cuidar de los demás es maravilloso, pero en el caso de Jesús, siempre iba acompañado de un profundo conocimiento de las características y circunstancias de cada persona. Esto queda claro en Mateo 9:4, donde Jesús se dirige a los fariseos en presencia del paralítico y sus amigos; también se ve en Lucas 9:47, cuando Jesús ve a través de la ambición de Sus seguidores más cercanos (ver también Juan 2:24-25, así como Sus encuentros con Nicodemo en Juan 3 y con la mujer samaritana en Juan 4).

Aunque parte de este conocimiento puede haber sido sobrenatural, gran parte parece haber sido el producto de una profunda intuición, que le llevó a invertir en las personas y a buscar su bien.

El ministerio fiel no solo cuida, sino que conoce con profundidad, como Cristo nos conoce a nosotros. / Foto: Lightstock

5. Cristo hablaba para el bien de Sus oyentes y para la gloria de Su Padre

Cuando Jesús habla a las personas, le motivan constantemente dos cosas: una profunda preocupación por su bien más íntimo y, en perfecta armonía con ello, el deseo de complacer a Su Padre. Por eso no teme poner al descubierto los motivos de las personas, ya sean Sus amigos (Lc 9:47), Sus enemigos (Mt 9:4) o aquellos a quienes acaba de conocer (como el hombre rico de Lucas 18:18). Para decirlo sin rodeos, no se trata de Él, sino de ellos y de Su Padre.

Un llamado imposible

Cuando vemos estas cualidades de Jesús, queda claro que Su capacidad para ser a la vez firme y tierno provenía de algo mucho más profundo que la mera sabiduría práctica. Hizo lo que hizo y dijo lo que dijo porque era quien era. Esto también deja clara la naturaleza desalentadora del ministerio al que todo pastor está llamado. El pastorado no es simplemente un asunto de discernimiento o sensibilidad aprendida; los pastores están llamados a ser como Cristo.

Los pastores están llamados a ser como Cristo. / Foto: Lightstock

Esta sencilla idea nos hace detenernos y reflexionar. También silencia muchas de nuestras excusas, especialmente aquellas que ofrecemos en silencio para acallar nuestra angustia y culpa internas. Nuestra personalidad particular y nuestras fortalezas y debilidades únicas no nos proporcionan una cláusula de escape ni una forma alternativa de ejercer el ministerio. Todos estamos llamados a ser como Cristo y seguir Sus pasos. Darnos cuenta de esto nos ayudará a vacunarnos contra el virus del “profesionalismo” en el ministerio, que nos anima a fijarnos en las competencias y los aspectos prácticos del buen liderazgo (por importantes que sean). Los pastores que leen los Evangelios nunca pueden conformarse con lo pragmático, porque saben que están llamados al carácter, a ser como Cristo, por encima de todo.

El llamado a ser como Cristo nos lleva de rodillas y nos recuerda que nunca podremos dominar nuestro llamado. La buena noticia es que nuestro Dios ha prometido que Él es más que suficiente para ayudarnos en nuestra debilidad.


Publicado originalmente en Desiring God.

Gary Millar

Gary Millar es director del Queensland Theological College en Brisbane, Australia. Enseña Antiguo Testamento, teología bíblica y predicación. Antes de asumir el cargo de director, fue pastor durante diecisiete años en la República de Irlanda y en Irlanda del Norte. Está casado con Fiona y tienen tres hijos. En su nuevo libro, Both/And Ministry, muestra cómo es vivir y liderar como Jesús.

Artículos por categoría

Artículos relacionados

Artículos por autor

Artículos del mismo autor

Artículos recientes

Te recomendamos estos artículos

Siempre en contacto

Recursos en tu correo electrónico

¿Quieres recibir todo el contenido de Volvamos al evangelio en tu correo electrónico y enterarte de los proyectos en los que estamos trabajando?

.