En cierta oportunidad, un anciano salía a dar un paseo por la tarde cuando, sin querer, sus pies lanzaron una pequeña bellota por el suelo del bosque. Llegó al lugar donde había dejado de rodar y, agachándose lentamente, la recogió. Y entonces, por extraño que parezca, se llevó la bellota a la oreja. Acercó la bellota a su oído y, escuchando atentamente, la oyó hablar.
“Con el tiempo, los pájaros vendrán y harán sus nidos en mis ramas”, dijo. “Con el tiempo daré una gran sombra para que el ganado pueda venir a descansar del sol del mediodía. Con el tiempo daré calor a un hogar. Con el tiempo seré un refugio contra la tormenta para los que se junten bajo mis maderas. Con el tiempo formaré las entrañas de un gran barco y las tormentas golpearán contra mí en vano mientras llevo a los pasajeros a salvo por los mares azotados por la tormenta”.
“Pequeña bellota tonta”, dijo el anciano. “¿Vas a ser todo eso? ¿Puedes ser todo eso?”. “Sí”, respondió la bellota. “Sí, Dios y yo”.
Como cristianos, con frecuencia nos sentimos desanimados por nuestros escasos logros y nuestro lento progreso. Estamos más atentos a nuestras derrotas espirituales que a las victorias espirituales, más atentos al pecado que permanece que a la santidad ganada. Aunque puede que no seamos los que fuimos una vez, no somos ni de lejos los que anhelamos ser.

La bellota de esta parábola es un ejemplo de la clase de fe que cada uno de nosotros puede tener, de la clase de confianza que debemos tener, porque nos recuerda que Dios ha hecho muchas promesas. Dios ha dicho que, ya que Él es quien comenzó una buena obra en nosotros, Él será quien la llevará a término. Dios ha dicho que nos santificará por completo para que todo nuestro espíritu, alma y cuerpo sean irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesucristo. Él ha dicho que cumplirá todos Sus propósitos para nosotros(Fil 1:4; 1Ts. 5:24; Sal 138:8).
Y aunque hemos sido justificados y seremos glorificados, estamos siendo santificados. Aunque Dios ha salvado nuestras almas en un determinado momento y las entregará a Su presencia, mientras tanto nos está transformando progresivamente a Su imagen. Y aunque nos llama a la batalla para matar el pecado y revivir para la justicia, no nos llama a luchar con nuestras propias fuerzas ni con nuestro propio poder.

Así, incluso el creyente más reciente y el cristiano más joven podrán decir: “Con el tiempo aborreceré lo malo y me aferraré a lo bueno. Con el tiempo, haré morir todo lo terrenal que hay en mí y reviviré todo lo celestial. Con el tiempo amaré a mis enemigos y oraré fervientemente por los que me persiguen. Con el tiempo tendré amor, alegría, paz, paciencia, bondad, amabilidad, fidelidad y dominio propio. Con el tiempo llegaré a ser mucho más santo de lo que jamás creí posible. Con el tiempo”.
Y en el momento cuando proclames eso confiadamente, debes esperar que el tentador, el desalentador, te susurre: “Joven cristiano insensato, ¿Vas a ser todo eso? ¿Puedes ser todo esto?”. Y entonces te corresponde responder: “Sí, Dios y yo”. Porque aunque es Él quien exige, es Él quien provee. Es Él quien trabaja en el interior, tanto para querer como para hacer.
Publicado originalmente en Challies.