En el día de la madre, dame a Jesús

El Día de la Madre nos recuerda que no somos suficientes… pero también que tenemos a Jesús. En Él hay perdón, fuerza y fruto eterno. ¡Dame a Jesús!
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En cada día de la madre, en todo el país, en todo país, niños de todas las edades felicitan a sus madres con expresiones emotivas de amor y gratitud. Algunos les preparan el desayuno en la cama; otros les regalan ramos de flores recién cortadas. Los pastores honran a las madres por el papel que desempeñan en la formación de la fe de sus hijos y por ser un ejemplo del amor inquebrantable de Dios.

Mientras las madres disfrutamos de la comida que no hemos preparado, nos deleitamos con los ramos que adornan nuestras mesas y guardamos las notas escritas a mano hasta el día de nuestra muerte, sin embargo, con cada regalo, muchas sentimos una punzada familiar: la culpa materna. Nunca desaparece, ni siquiera en el día de la madre. Aunque estos rituales festivos tienen como objetivo animarnos, también nos recuerdan la gravedad de nuestra vocación y nos enfrentan a la realidad de que no estamos a la altura de la tarea.

El llamado divino

El trabajo de una madre es un trabajo divino. Así como Dios creó el mundo, las mujeres están llamadas a edificar sus hogares (Gn 1; Pro 14:1). Así como Dios ordenó Su mundo en la creación (Gn 1:14-19), una madre estructura y ordena el mundo de su hogar (1Ti 5:14). Así como Dios viste y alimenta continuamente a todas Sus criaturas (Mt 6:26, 28-29), así también una madre alimenta y viste continuamente a aquellos que están bajo su cuidado (Pro 31:15, 21). Así como Dios sostiene al cansado con una palabra, repartiendo el pan de vida para nutrir las almas (Is 50:4; Dt 8:3), así también la mujer sabia sirve palabras de vida, midiendo sus palabras según la ley de la bondad (Pro 31:26).

Así como Dios creó el mundo, las mujeres están llamadas a edificar sus hogares. / Foto:

Cuando Dios abre Su mano, Sus criaturas se llenan de cosas buenas, y toda la tierra se sacia con el fruto de su obra (Sal 104:13, 28). Como portadora de la imagen de Dios, una madre también abre sus manos para nutrir su hogar, llenando a sus habitantes de cosas buenas y buscando satisfacerlos con el fruto de su trabajo.

Sin embargo, por divina que sea la obra, una madre lucha por mantener todos los estómagos llenos, habiendo apenas comenzado a alimentar las almas a su cargo. Su familia la sigue, deshaciendo el orden que ella se ha esforzado por imponer. El techo gotea. La ropa se desgasta. La comida se echa a perder. En lugar de suspiros de satisfacción, las quejas pueden convertirse en el ruido de fondo de su hogar. A veces, parece que nadie está satisfecho con el fruto de su trabajo, y ella se desespera por no poder decir de sus hijos lo que Jesús dijo de Sus discípulos: “Ninguno se perdió” (Jn 17:12).

Así como Dios ordenó Su mundo en la creación (Gn 1:14-19), una madre estructura y ordena el mundo de su hogar. / Foto: Envato Elements

No es suficiente

La aparente falta de sentido de su trabajo la lleva a quejarse: el alcance es demasiado amplio, las exigencias son implacables. La falta de reconocimiento puede llevarla a descuidar su trabajo. El éxito en un área la lleva al orgullo; el fracaso en otra, a la desesperación. La comparación con otras madres la atormenta, robándole el gozo en su trabajo. El cansancio la tienta a retraerse emocionalmente. El trabajo más inmediatamente “satisfactorio” la distrae con sus frutos de aspecto delicioso. A cada paso, el pecado acecha a la puerta.

Así que, cuando la tarjeta del día de la madre dice: “Gracias por estar siempre ahí para mí”, ella recuerda cómo, agotada la noche anterior, salió rápidamente del dormitorio antes de que su hijo pudiera hacerle otra pregunta.

Un simple “gracias por quererme siempre” le trae vívidos recuerdos de palabras irritantes y actos de servicio poco agradecidos. “Gracias por tus sacrificios” le recuerda el resentimiento que rápidamente sale a la superficie cuando otra fiebre amenaza con encerrarla en casa.

El día de la madre nos recuerda que no somos lo que queremos ser, que no somos lo que deberíamos ser, que simplemente no somos suficientes.

Pero a pesar de todo esto y más, está Jesús.

El evangelio es el remedio para el alma cansada de una madre / Foto: Lightstock

Dame a Jesús

El día de la madre, dame a Jesús, aquel cuya sangre me sigue purificando de toda injusticia (1Jn 1:9).

Dame a Jesús, aquel que me llama al trono de la gracia, dónde está listo y deseoso de dispensar toda misericordia y ayuda en momentos de tentación (Heb 4:16).

Dame a Jesús, que murió para liberarme de la tiranía del pecado, para que yo pueda caminar en una vida nueva y volver con amor y misericordia a mis propios hijos (Ro 6:3-4; Ef 2:4-6, 10).

Dame a Jesús, que amó hasta el final (Jn 13:1).

Dame a Jesús, el que se deleitó en cargar con la obra que Su Padre le encomendó, una obra que va mucho más allá del alcance de mi pequeño mundo y mucho más allá de la fuerza de mis frágiles manos (Sal 40:8).

Dame a Jesús, que murió sin ver el fruto de Su trabajo.

La tarea de una madre es abrumadora, pero su éxito no depende de nosotros, sino de Aquel que es más que suficiente. / Foto: Envato Elements

Dame a Jesús, que no se dejó llevar por la desesperación, sino que se entregó a Dios, que haría “prosperar en [la mano de Jesús]” Su voluntad (Is 53:10).

Dame a Jesús, que resucitó para ver el fruto de Sus trabajos y que ahora redime todos los míos, para que yo nunca tenga que decir: “He trabajado en vano”, sino que pueda proclamar con gozo: “En el Señor [mi] trabajo no es en vano” (Is 49:4; 1Co 15:58).

Dame a Jesús, que recorrió este camino antes que yo y ha pasado por los cielos, donde ahora prepara un hogar eterno para mí.

Dame a Jesús, a quien veré cuando le siga allí, finalmente perfeccionada y completa como Él (1Jn 3:2; 1Co 15:48-49).

Fructíferas en Él

Mamás, no somos suficientes. Y eso está bien. Porque en el pecado hay un Salvador. En la tentación hay nueva vida y ayuda dispuesta. En la debilidad hay fortaleza; en la futilidad, la promesa de la fecundidad; y en la muerte, vida. La tarea que tenemos ante nosotras es abrumadora, pero alabado sea Dios, su éxito no depende de nosotros, sino de Aquel que es más que suficiente.

Cada día de la madre, reciban las tarjetas y los regalos con esperanza. Con gozo, sigan trabajando, porque Aquel que es suficiente está con ustedes y para ustedes, y les ha precedido. Él es quien afirmará la obra de tus manos (Sal 90:17). Él es quien te hará fructífera en toda buena obra (Col 1:17). Y Él, que ahora disfruta del fruto de Sus manos, te hará deleitarte en el fruto de las tuyas (Pro 31:31).


Publicado originalmente en Desiring God.

Charisse Compton

Charisse Compton es coordinadora del Seminary Wives Institute y profesora adjunta de Gramática y Composición en el Bethlehem College and Seminary, donde también enseña su marido, Jared. Tienen tres hijos y son miembros de la iglesia The North Church en Mounds View, Minnesota, donde Charisse es escritora y profesora de estudios bíblicos para mujeres.

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