Cuanto más tiempo pasas leyendo historia, puedes apreciar cómo las cosas que una generación considera normales suelen ser consideradas escandalosas por la siguiente. La permisividad moral de una época suele dar paso a la claridad moral de la siguiente. Estoy convencido de que un área de permisividad moral entre los cristianos de hoy es el entretenimiento, y especialmente la apatía general hacia la sexualidad descarada y la desnudez en nuestras películas y series de televisión.
Pero quizá “apatía” no sea la palabra adecuada. En su máximo esplendor, podría estar más cerca de “celebración”. De alguna manera, para muchos creyentes, ver desnudos y sexualidad sin remordimientos de conciencia se ha convertido en algo francamente virtuoso. Tenemos la expectativa de que, a medida que crecemos en la gracia, crecerá nuestra capacidad para disfrutar del sexo en la gran pantalla.
Me di cuenta de esto leyendo el excelente libro de Nancy Pearcey, Ama tu cuerpo. Ella relata una conversación que tuvo con una mujer que experimentaba atracción hacia el mismo sexo y que, durante un tiempo, vivió como lesbiana. Desde que se convirtió al cristianismo y se casó con un hombre, todavía tiene momentos en los que lucha contra la tentación de tener “amores platónicos” con chicas. Y mientras describe su crecimiento en la gracia, indica que aún le queda mucho camino por recorrer en su semejanza a Cristo: “Todavía no puedo ver las escenas lésbicas de la serie de televisión Orange Is the New Black”.
Es evidente que siente vergüenza al ver esta serie. Sin embargo, la vergüenza no está relacionada con ver escenas que contienen sexo gráfico y desnudez, sino con ser incapaz de verlas desapasionadamente. De alguna manera ha llegado a creer que debería ser capaz de ver escenas diseñadas para excitar sin experimentar ninguna excitación, sin experimentar ningún anhelo o deseo.
Creo que ha llegado a creer esto porque es el mensaje sutil que escucha a su alrededor en el mundo cristiano. Oye a la gente en la iglesia hablar de las películas que han visto, visita las redes sociales y se encuentra con creyentes discutiendo sobre los programas de televisión más recientes, lee publicaciones evangélicas e incluso reformadas en las que encuentra brillantes “análisis de la cultura” que celebran las producciones y alaban la forma en que nos permiten comprender mejor nuestro tiempo. Estas reseñas contienen invariablemente una nota a pie de página para advertir del contenido explícito, pero está claro que son advertencias para los débiles, para los que aún no son lo bastante piadosos para manejar semejante contenido.
No hace tanto tiempo, muchos cristianos consideraban que todas las películas y la televisión estaban prohibidas. Eso era el fundamentalismo en su forma más legalista y es bueno que lo hayamos corregido. Sin embargo, hoy me temo que lo hemos corregido demasiado, al punto que casi nada está fuera de los límites. De hecho, hemos llegado al extremo de considerar virtuoso ver casi cualquier cosa. Hoy se considera un signo de madurez espiritual ver escenas de desnudez y sexualidad y un signo de debilidad espiritual abstenerse de ello. Se considera virtuoso no sentir remordimientos de conciencia al ver a otras personas desvestirse y hacer todo lo posible para convencernos de que están practicando sexo. Se considera legalista sugerir que tal vez sea una conducta impropia de cristianos e incoherente con las Escrituras. Se considera absurdo que tal vez, solo tal vez, esto sea el signo de una conciencia endurecida en lugar de una conciencia tierna.
Es una época angustiosa a la que hemos llegado en la que la capacidad o el deseo de ver cosas sucias se considera madurez y en la que la incapacidad o la falta de voluntad para hacerlo se considera infantil. Es una época decepcionante a la que hemos llegado cuando anhelamos ser lo suficientemente piadosos como para ver obscenidades.
Publicado originalmente en Challies.