Puedes escuchar este artículo en formato podcast:
Las mujeres podemos ser posesivas y controladoras sobre casi cualquier cosa. La casa, la ropa, “mis cosas”, las amigas, el esposo, el trabajo, el dinero, las vacaciones… Todas somos susceptibles a idolatrar cualquier cosa, buena o mala.
Pero, comparado con todo lo demás, mis hijos me parecen algo que es especialmente “mío”. Fueron formados en mi propio vientre. Tienen mi sangre en sus venas, y mis cromosomas en su ADN. Perdí años de sueño, miles de lujos, cientos de comidas con amigas, semanas de vacaciones, horas de relajación, y grados de belleza por ellos. Me pertenecen de una manera en que nada más en la vida me pertenece.
¿O no?
¿Así te sientes acerca de tus hijos?
Por lo que ellos significan para nosotras, nuestros hijos tienen una capacidad inigualable de ser nuestros ídolos. Somos capaces de llamarnos adoradoras de Dios, y a la misma vez estar adorando a nuestros hijos. La maternidad bíblica requiere una rendición diaria de nuestros hijos a Dios. Requiere extender a nuestros hijos sobre el altar diariamente. Es bueno para ellos, y es bueno para nosotras.
¿Cómo puedo saber si no he rendido mis hijos a Dios? ¿Cuáles son algunas señales de que ellos son ídolos para mí? Te comparto algunas:
- Creo que mis hijos son buenos. Mi corazón se cree la mentira que me dice el mundo: que mis hijos solo necesitan instrucción y amor para salir bien. No acepto que nacen con la identidad de “pecadores”, destituidos de la gloria de Dios. Cuando no creo lo que Dios dice sobre la naturaleza de mis hijos, no he rendido mis hijos a Dios.
- No disciplino consistentemente a mis hijos. La Biblia está repleta de referencias a la necesidad que tienen los niños y jóvenes de corrección, incluso con vara. Una madre que permite que su hijo la manipule y desobedezca no ha aceptado que Dios ha establecido la autoridad de los padres en la familia. Cuando no acepto el plan de Dios para la instrucción y disciplina en el hogar, no he rendido mis hijos a Dios.
- No oro fielmente por mis hijos. La oración es la expresión de dependencia total en Dios. Si considero que mis hijos me pertenecen a mí, haré todo lo posible por controlar sus vidas. Pero si mi corazón los ha rendido a Dios, clamaré a Él continuamente por mis hijos. Cuando no oro constantemente por ellos, no he rendido mis hijos a Dios.
- Siento pánico y extrema ansiedad cuando mis hijos se enferman. Pocas cosas hacen doler más al corazón de una mamá que ver a uno de sus hijos sufrir. Pero hay una diferencia entre dolor y pánico. Si mi confianza está puesta en el verdadero Dueño de mis hijos, podré descansar en su soberano control sobre su salud. Cuando creo que su salud está en mis manos, no he rendido mis hijos a Dios.
- Me molestan los comentarios sobre mis hijos o mi crianza. Tengo la actitud de “¡No te metas con mis hijos!”. Si los he rendido a Dios, desearé ver la obra de Dios en la vida de mis hijos. A veces, esa obra se realiza por medio de la instrucción y confrontación de otros creyentes. ¡Dios nos manda a “meternos” en la vida de nuestros hermanos! Él valora más mi crecimiento espiritual, y el de mi hijo, que mi reputación de “mamá perfecta” o la comodidad de mi hijo. Cuando no permito que nadie me aconseje sobre mi crianza, no he rendido mis hijos a Dios.
- Intento arreglar la vida de mis hijos. Soy la mamá que reclama cada situación difícil a la maestra. Llamo a la mamá de “Juanito” cada vez que mi hijo se queja de él. Creo que puedo lograr que sea salvo llevándolo a la iglesia y obligándolo a memorizar versículos. Me caracterizo por manipular las circunstancias y relaciones de su vida para que nunca sufran dolor ni experimenten las consecuencias de sus acciones. Cuando intento evitar que vivan cualquier situación difícil o decepcionante, no he rendido mis hijos a Dios.
- Los horarios y preferencias de mis hijos rigen mi hogar. Si a mi hijo no le gusta su escuela, lo cambio de escuela. Si no quiere estar en la clase de escuela dominical, le permito faltar. Si el bebé está dormido, la familia no va a la iglesia. No puedo negarles lo que me piden. Los padres deben establecer las pautas del hogar por fe, basadas en principios bíblicos como la autoridad de los padres, la importancia de la iglesia, y la prioridad del crecimiento espiritual. Cuando permito que ellos determinen mis decisiones, no he rendido mis hijos a Dios.
- Priorizo a mis hijos sobre mi relación con mi esposo. La relación humana más importante en el hogar es la relación matrimonial. Esto significa que, para la esposa, su relación con su esposo debe recibir mayor energía y enfoque que su relación con sus hijos. Muchas mamás creen que están haciendo lo mejor cuando ignoran a su esposo para priorizar las necesidades de sus hijos. Pero no es así. Cuando no valoro ni priorizo mi relación con mi esposo, no he rendido mis hijos a Dios.
- Me importan más las calificaciones de mis hijos que sus actitudes. Dios establece claramente en su Palabra que la meta de la vida cristiana es llegar a ser como Cristo. Las actitudes del corazón que desagradan a Dios en mis hijos deben preocuparme más que sus bajas calificaciones o mediocres habilidades deportivas. Cuando no puedo dejar pasar una baja calificación, pero rehúso confrontar bíblicamente las actitudes incorrectas de mis hijos, no he rendido mis hijos a Dios.
- Creo que puedo garantizar una vida exitosa para mis hijos. Desde una temprana edad, creo saber cuál carrera deben estudiar, o por lo menos cuál NO deben estudiar (como ser pastor, por ejemplo). Llego a creer que mis decisiones sobre su educación o mis métodos de crianza van a determinar su éxito. Dios determina cómo es una verdadera vida exitosa, y debemos rendir a nuestros hijos a su perfecta voluntad. Cuando defino su éxito con base en sus estudios y su capacidad económica, no he rendido mis hijos a Dios.
La idolatría del corazón acecha a cada creyente, incluyéndonos a las mamás. Pero Dios ofrece un ajuste diario para enderezar el corazón: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt 22:37). Sí, es correcto. Amas mejor a tus hijos cuando amas más a Dios. ¡Rinde tus hijos a Dios y experimenta la libertad de descansar en su soberano control sobre sus vidas!
Publicado originalmente en Crianza Reverente. Usado con permiso.