Hay muchas respuestas correctas a esta pregunta: la Palabra de Dios, la llenura y el movimiento del Espíritu, el don del predicador, la ansiedad de las personas para oír, todas pueden ser mencionadas cuando se hace esta pregunta. Sin embargo, quiero mencionar una respuesta que comúnmente se pasa por alto cuando consideramos el poder de la predicación y lo que produce un sermón conmovedor que da frutos espirituales de parte de Dios. Creo que este aspecto de la predicción poderosa que es pasado por alto está mejor resumido por el pastor ingles del siglo XIX, Archibald Brown: “Oh, hermanos y hermanas, le pido a Dios poder hablarles esta mañana lo mejor que pueda hacerlo. Lo único que desearía es poder hacer que este texto arda en sus ojos como lo ha hecho conmigo. Me gustaría que su tremenda fuerza fuera percibida por ustedes, como lo sentí en mi propio corazón antes de venir aquí. Oh, como quisiera sacudir a alguno de ustedes de vuestro egoísmo, de su mundanalidad, de su complacencia con las máximas de este mundo”. Las palabras de Brown capturan bien el elemento esencial de un poderoso sermón, que es, el predicador primero debe ser afectado por la Palabra con la que se parará a predicar en el púlpito. Antes de que el predicador pueda persuadir a cualquier pecador de volverse a Cristo, primero debe ser persuadido él mismo. Antes de que el predicador pueda convencer a cualquier cristiano a confiar en las promesas de Dios, primero debe creer esas promesas. Pastores, a medida que van preparándose para predicar la Palabra de Dios, y alimentar las almas de las personas esta semana, asegúrense de que esa Palabra que estudiaron los hayas cambiado primero a ustedes. Asegúrense de que sea una parte suya y que en verdad creen lo que están preparando, para predicar de tal forma, que estés apto para predicar esa seriedad que solo viene de alguien que se encontró con Dios y que experimento Su ayuda.