¿Cómo crecer en santidad? ¡Guardándonos de la mundanalidad!

La mundanalidad no se impone con violencia, sino que se infiltra con sutileza. ¿Cómo mantenerse firme en un mundo que seduce?
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Hay ciertas palabras e ideas que, con el tiempo, pierden popularidad. Una vez que esto ocurre, no tardan en desaparecer del lenguaje común. A veces, cuando las palabras son anticuadas o sus ideas no son bíblicas, la iglesia sale ganando. Sin embargo, otras veces, la iglesia sale perdiendo, pues hay palabras útiles e ideas clave para la vida y la fe cristiana. En esos momentos, hacemos bien en recuperarlas para presentarlas a una nueva generación.

Mundanalidad es una palabra y una idea que ha sido descuidada últimamente. Quizás se deba a que se abusó de ella en la era del fundamentalismo, cuando placeres inofensivos eran considerados distracciones peligrosas. O quizás es porque preferimos no sentir la incomodidad de su acusación. Tal vez sea obra de Satanás, que desea ocultar una de sus obras maestras. En cualquier caso, la Biblia tiene mucho que decir sobre el mundo y su influencia sobre nosotros. Tiene mucho que decir sobre cómo podemos y debemos negarnos a ser del mundo, aunque vivamos en el mundo.

El mundo y la mundanalidad

En su primera carta, el apóstol Juan expone el desafío y el peligro de la mundanalidad. “No amen al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1Jn 2:15). Aquí hay un marcado contraste entre dos opciones opuestas: podemos amar al mundo o podemos amar a Dios, pero no podemos amar a ambos. Podemos seguir y obedecer al mundo, o podemos seguir y obedecer a Dios, pero no podemos servir a dos señores. Solo uno será el dueño de nuestro corazón, solo uno puede reclamar nuestra lealtad suprema. Esa es la decisión que tenemos ante nosotros.

En su primera carta, el apóstol Juan expone el desafío y el peligro de la mundanalidad. / Foto: Jhon Montaña

¿Qué es el “mundo”? En el pasado, algunos cristianos lo interpretaban como “la Tierra y todo lo que hay en ella”, como si hubiera algo intrínsecamente malo en disfrutar de la creación de Dios. Pero esto no puede ser cierto, porque Juan no contradeciría a Pablo, quien insiste: “Porque todo lo creado por Dios es bueno y nada se debe rechazar si se recibe con acción de gracias” (1Ti 4:4). El “mundo”, entonces, no es un lugar, sino un sistema. Es una forma de pensar y vivir que rechaza el gobierno de Dios. Es el entusiasmo por lo temporal y la apatía por lo eterno. Es vivir como si este mundo fuera todo lo que existe. Amar al mundo es valorar lo que valoran los incrédulos, alimentar deseos y actitudes impías, y disfrutar de lo que deleita a quienes se niegan a deleitarse en Dios.

Quienes aman al mundo, naturalmente, caen en la mundanalidad. La mundanalidad es el fracaso en renovar nuestra mente con la Palabra de Dios para poder vivir de una manera que le agrade a Él. Es no pensar y vivir de maneras distintivamente piadosas. Es no convertirnos en quienes Dios nos ha llamado a ser por medio del evangelio.

Quienes aman al mundo, naturalmente, caen en la mundanalidad. / Foto: Lightstock

La mundanalidad es primero un asunto de los deseos del corazón, luego de las meditaciones de la mente y finalmente de las acciones de las manos. Todos llegamos a este mundo amando al mundo y con una necesidad desesperada de salvación. Es solo la obra de la gracia salvadora de Dios la que nos permite ver nuestra esclavitud, solo la luz del evangelio la que nos libera de nuestra antigua ceguera. Cada cristiano debe entonces despojarse de la vieja mundanalidad para abrazar la nueva piedad. Así, tenemos la decisión ante nosotros: ¿seremos mundanos o seremos piadosos? ¿Seguiremos adaptados a este mundo o seremos transformados mediante la renovación de nuestra mente (Ro 12:2)? Tomamos esa decisión una vez para siempre cuando ponemos nuestra fe en Jesucristo, y la volvemos a tomar día a día mientras luchamos por llevar a cabo nuestra salvación, dando muerte al pecado y cobrando vida para la justicia (Fil 2:12; Col 3:9-10).

La mundanalidad es primero un asunto de los deseos del corazón. / Foto: Unsplash

Los cristianos que quieren crecer en la piedad deben estar atentos para protegerse de la mundanalidad, pues es un enemigo astuto y un tentador constante. Pocos de los que profesan a Cristo se proponen ser mundanos, y, sin embargo, multitudes llevan la marca del mundo. Así como algunos saltan del muelle a un lago frío, mientras que otros bajan lentamente por la escalera para que sus cuerpos se adapten, algunos que profesan la fe se sumergen rápidamente en la mundanalidad, mientras que otros se vuelven mundanos mediante una inmersión larga y lenta.

Algunos estudian de cerca el mundo y sus costumbres para luego imitar deliberadamente lo que observan. Vemos esto a menudo en aquellos que, criados en familias cristianas, están listos para independizarse. Se proponen ser mundanos y alcanzan fácilmente su objetivo. Inevitablemente, se alejan de la fe. Trágicamente, muchos se pierden para siempre.

Los cristianos que quieren crecer en la piedad deben estar atentos para protegerse de la mundanalidad. / Foto: Unsplash

Sin embargo, lo más común es que los cristianos se vuelvan mundanos por descuido. No estamos atentos, no mantenemos una postura defensiva contra la atracción y la intromisión del mundo. Descuidamos los medios de gracia, permitiendo que nuestra confianza en los medios ordinarios (la Palabra, la oración y la comunión) se debilite. Al perder la confianza en ellos, pronto los abandonamos por completo. No tratamos el entretenimiento impío con la debida precaución, de modo que lo que al principio nos escandaliza, pronto nos divierte y nos deleita. Descuidamos la amistad cristiana y, en su lugar, nos aliamos con personas que no sienten afecto por Dios ni deseo de santidad. Por medio de ese descuido, nos sumergimos lentamente en las aguas de la mundanalidad. Pronto, descubrimos que el pecado ha comenzado a parecer atractivo y la santidad ha comenzado a parecer inútil.

Lo más común es que los cristianos se vuelvan mundanos por descuido. / Foto: Pexels

Cómo expulsar la mundanalidad

Para ser cristianos sanos y en crecimiento, debemos mantener una vigilancia estricta, protegiéndonos de la más mínima incursión de la mundanalidad. Debemos ser conscientes de su existencia y atractivo. Debemos ser conscientes de lo fácil que es caer en ella, pues mientras que la piedad requiere tenacidad, la mundanalidad solo necesita apatía. Mientras que podemos dejarnos llevar fácilmente hacia la mundanalidad, no alcanzaremos ni la más mínima piedad sin perseverancia. Y debemos ser conscientes de que, o la piedad expulsará a la mundanalidad, o la mundanalidad expulsará a la piedad. No pueden coexistir, así como la luz no puede mezclarse con la oscuridad, ni Dios puede convivir con los demonios.

En última instancia, es nuestro amor por Cristo lo que vencerá nuestra mundanalidad latente. Nuestro nuevo afecto por Cristo tiene lo que un puritano llamó un “poder expulsivo”, una capacidad para expulsar cualquier cosa que compita con él, lo disminuya o amenace con suplantarlo. Por lo tanto, fijar nuestros ojos en Cristo se convierte en nuestro deber y nuestro deleite. “Deseo vivir y morir en este deber”, dijo John Owen. “Quisiera fijar todos mis pensamientos y deseos en la gloria de Cristo, y cuanto más veo de la gloria de Cristo, más se marchitarán ante mis ojos las bellezas pintadas de este mundo y más crucificado estaré a este mundo. Se volverá para mí como algo muerto y pútrido, imposible de disfrutar”.


Publicado originalmente en Challies.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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