Recientemente he escuchado y leído que debemos disfrutar la vida porque hemos venido a este mundo a ser felices, eso incluye a los creyentes y a los no creyentes. Y aunque esa frase suena atractiva temo que no es verdad.
¿ Nacimos para ser felices acá o en la eternidad?
No hemos venido a esta tierra a ser felices porque entonces no anhelaríamos la vida venidera. Nos acostumbraríamos tanto a vivir bien aquí en este mundo caído, que la vida con Cristo no sería deseable, la eternidad gloriosa no sería un lugar al que anhelaríamos llegar. La lucha diaria de cualquier cristiano nacido de nuevo es el morir a los deseos de la carne, a nuestros deseos pecaminosos y decidir tomar nuestra cruz y seguir a Cristo. En el Evangelio de Marcos leemos estas palabras: “Y llamando a la multitud y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Mr. 8:34). Eso implica dejar de pensar en nosotros mismos, dejar de buscar nuestro propio bien y buscar Su gloria. Implica morir a nuestros anhelos egoístas y vivir haciendo su voluntad cumpliendo sus propósitos; eso significa que tendremos luchas, persecuciones, seremos heridos, pasaremos desiertos, enfrentaremos pruebas y sufriremos, en muchas ocasiones, de manera injusta. Eso no suena a que hayamos venido a esta tierra para ser felices con lo que el mundo nos ofrece. Las pruebas y el dolor no deberían sorprendernos, se nos ha advertido que pasaríamos por todo ello: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo” (1 P. 4:12). Tendremos pruebas, sufriremos en esta tierra y eso lejos de desalentarnos, debe motivarnos a vivir de manera diferente porque sabemos que Dios usa aun las cosas malas para nuestro bien. “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Ro. 8:28). En toda la Escritura se nos muestra a hombres y mujeres de Dios sufriendo de diferentes maneras, pasando calamidades y cada uno de ellos soportaron con valentía lo que vivían por amor a Cristo y por haber depositado su confianza en Dios. José el soñador, Abraham, Jacob, Moisés, Job, David, el apóstol Pablo, Esteban, Juan, Ester, Abigail, entre otros hermanos en la fe quienes también experimentaron dolores y sufrimientos en su servicio a Dios.
¿Felices o gozosos?
Pablo escribió la carta a los Filipenses desde una cárcel y casi a punto de ser ejecutado, y en esa hermosa carta él habla del gozo como si lo que estuviera viviendo no fuera lo suficientemente duro como para estar en depresión constante. ¿Cómo podría hablar del gozo cuando debería estar deprimido y llorando amargamente por ser encarcelado de manera injusta? ¿Por qué sus oraciones apuntaban con gozo a otros y no a él mismo y sus circunstancias? (Fil. 1:9), es decir, en ninguna parte pide que oren por su liberación de la cárcel. Pablo no tenía la mirada en sus circunstancias ni en lo que le rodeaba, su mirada estaba en la eternidad, en su vida con Cristo, por ello confiesa abiertamente: “Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). Entonces, ¿es posible vivir con gozo en medio del sufrimiento? Por supuesto. Y con esto no quiero en ninguna manera minimizar el dolor por el cual estemos pasando, sino que mi anhelo y oración es que nuestra mirada esté puesta totalmente en el Dios que, en su providencia y sabiduría, orquesta todo para nuestro bien y, finalmente, para Su gloria. Si leemos las cartas de Pablo nos podemos dar cuenta de que la fuente de su gozo siempre fue Jesucristo y la gloria eterna. Tan solo en la carta a los Filipenses hay más de 50 referencias a Jesús a quien el apóstol llama “Señor”, “Salvador” y “Cristo”. Pablo estaba lleno de Cristo. Su mente y corazón estaban saturados de la Palabra, confiaba totalmente en Dios y su providencia, tanto que en Filipenses 4:4-7 escribe: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocijaos! Vuestra bondad sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús.” La fuente de nuestro gozo es Cristo, la fuente de nuestra paz es Él. Confiar en Dios nos trae paz, saber nuestro destino final nos alienta a perseverar ante toda circunstancia por difícil que sea. Por ello es importante leer su Palabra, memorizarla, conocerla, amarla, creerla, predicarle todos los días a nuestra alma que nuestra esperanza es el Dios de nuestra salvación. “¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!” (Sal. 42:11). “Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, pues de Él viene mi esperanza” (Sal. 62:5). “Vuelve, alma mía, a tu reposo, porque el Señor te ha colmado de bienes. Pues tú has rescatado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas, mis pies de tropezar” (Sal. 116:7-8).
¿Felices o seguros en Dios?
Y, por último, Dios tiene cuidado de nosotros sus hijos, Él no nos dejará ni nos desamparará (Jos. 1:5), en cada prueba que enfrentemos es bueno recordar que no estamos solos, que Cristo prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt. 28:20) y eso incluye los días en los que todo está en paz y los días que son un caos. El sufrimiento nos ayuda a conocer más a nuestro Creador, nos ayuda a depender de Él y recordar que este mundo es temporal. “Antes que fuera afligido, yo me descarrié, Pero ahora guardo Tu palabra. Bueno eres Tú, y bienhechor; Enséñame Tus estatutos. Bueno es para mí ser afligido, Para que aprenda Tus estatutos” (Sal. 119:67-68, 71). Bendito sea Dios que nos permite conocer el dolor, el sufrimiento, las pruebas y luchas que nos llevan a anhelar más y más la eternidad, ese lugar donde no habrá más muerte, ni duelo, ni clamor, ni dolor (Ap. 21:4). Bendito Dios que no permite que seamos felices con lo que el mundo nos ofrece, para que no nos acostumbremos a vivir con lo temporal y banal que el enemigo de nuestra alma nos presenta tan atractivamente. Bendito Dios que pone en nosotros el anhelo de la Gloria futura para habitar con Cristo, benditas pruebas, dolores y sufrimientos que nos recuerdan que no somos parte de este mundo, que pertenecemos a otra familia en un reino celestial. Venid, volvamos al Señor. Pues Él nos ha desgarrado, y nos sanará; nos ha herido, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días, al tercer día nos levantará y viviremos delante de Él. Conozcamos, pues, esforcémonos por conocer al Señor. Su salida es tan cierta como la aurora, y Él vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia de primavera que riega la tierra. Oseas 6:1-3 En Su gracia.