Es un hecho trágico, pero innegable: en la iglesia existen muchas, muchas personas en posiciones de liderazgo quienes no deberían ocupar esas posiciones. Existen muchos pastores que no deberían ser pastores y numerosos ancianos que no deberían serlo. Este no es un problema nuevo. En las páginas del Nuevo Testamento, tanto Pablo como Pedro se esforzaron por describir quienes están calificados para el oficio de anciano. Es digno de atención el hecho de que casi todas estas calificaciones están relacionadas con el carácter. Aunque a nosotros nos atraen las habilidades externas, a Dios le importa mucho más el carácter. Hay millones de hombres que son grandes maestros, grandes líderes y grandes directores ejecutivos, pero aun así no están capacitados para el liderazgo en la iglesia. Los estándares de Dios son muy, muy diferentes. En la epístola de Tito, Pablo le escribe a un hombre joven y le da el encargo de nombrar los líderes en cada iglesia en Creta. Le dice qué tipo de hombre debe buscar, y al hacerlo le da un vistazo del anti-anciano, es decir, del tipo de hombre que puede procurar el oficio, pero que es absolutamente inadecuado para él. Pablo expone cinco anti-calificaciones, cinco cosas que un anciano no debe ser. Puede que la persona no evidencie todos estos rasgos, pero mostrará al menos algunos de ellos. Estas son las cinco calificaciones del anti-anciano: El anti-anciano es un dictador. Pablo dice: «No debe ser arrogante». Una característica del anti-anciano es la arrogancia y la agresión; y en consecuencia, toma decisiones para su propio beneficio en lugar de para el beneficio de las personas que están bajo su cuidado. Tiene un tipo de ambición sin control que lo lleva a pasar por encima de las personas, en vez de cuidar de ellas. En lugar de escucharlas con atención y de guiarlas con gentileza, las interrumpe y exige que se hagan las cosas a su manera. El anti-anciano es un dictador sobre su propio pequeño reino. El anti-anciano tiene la mecha corta. «Él no debe ser… iracundo». El anti-anciano tiene mal genio y un temperamento irascible. Vive por sus pasiones y se niega a mostrar cualquier tipo de dominio sobre su ira. En lugar de liderar con amor, él lidera a través del miedo y cuando las personas se interponen en su camino explota contra ellas. Todo esto, al tiempo que justifica su ira con su ambición o con su sentido de llamado, convenciéndose de que cualquiera que lo estorbe en realidad está estorbando al Señor. El anti-anciano es un adicto. «No debe ser… dado a la bebida». El anti-anciano es un adicto al alcohol o a otras sustancias. Ha rendido el control de su vida a algún tipo de sustancia, abusando de ella y eventualmente volviéndose dependiente de ella. No obstante, como un hombre arrogante e iracundo, no permitirá que los demás le hablen acerca de este pecado. Es un adicto, pero aún se considera calificado para el ministerio. El anti-anciano es abusivo. «No debe ser…pendenciero». El anti-anciano intimida y abusa de otras personas para así lograr lo que desea. Le gusta buscar pleitos, es un hombre deseoso de ver una pelea, dispuesto a usar la fuerza para obtener sus propósitos. Intimidará a las personas con sus palabras e incluso con sus puños. Usará la fuerza de su personalidad o la fortaleza de su posición para obligar a las personas a hacer su voluntad y se enseñoreará de ellas. En lugar de usar la Palabra para liderar con gentileza y guiar a las personas, usará la Biblia para intimidarlas y para forzarlas a cumplir con sus deseos. Es un abusador. El anti-anciano es codicioso. «No debe ser… amante de ganancias deshonestas». El anti-anciano es un codicioso de ganancias financieras. Para este hombre, el ministerio pastoral no es un llamado ni un medio a través del cual sirve a Dios mediante su servicio a las personas; por el contrario, el ministerio es un medio de ganancia personal. Exige un salario exorbitante y salta de iglesia en iglesia para trepar la escalera financiera. No ve a su congregación como personas que Dios puso bajo su cuidado, sino como objetos a través de los cuales puede enriquecerse. Junto a este anti-anciano, Pablo coloca al anciano, el verdadero anciano, el anciano llamado y calificado quien es diferente en cada aspecto. Es un hombre irreprensible, quien ama extender una hospitalidad generosa, quien muestra dominio propio, que es recto, santo, disciplinado y quien retiene con fidelidad la verdad que nos ha sido revelada por Dios. Es un hombre que somete toda su vida a Dios y que le sirve humilde y fielmente. Gracias a Dios por los líderes piadosos. Este artículo se publicó originalmente en Challies.