A veces pensamos que las primeras feministas sólo eran unas dulces mujercitas que deseaban tener más derechos legales. Ellas no negaban la existencia de Dios y reclamaban un trato más justo tanto para las mujeres como para los esclavos. Desempeñaron un papel instrumental en la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos, un trabajo por el cual debemos estar agradecidas. Este trabajo monumental por sí solo debería ser nuestra primera pista: ellas no eran dulces ancianitas ni alhelíes. Eran tenaces, trabajadoras, y sabían cómo dar un golpe político. Pero tengamos en claro una cosa: lo que crees acerca de las mujeres y los hombres no es un asunto político, sino teológico. Lo que crees acerca de la gente —nuestra naturaleza, nuestro propósito— emana de lo que crees acerca de Dios. Lo que las primeras feministas creían acerca del diseño de Dios para las mujeres y los hombres, particularmente en la manera en que nos relacionamos mutuamente, todavía sigue en pie. Una rápida lectura de los escritos por mujeres como Susan B. Anthony y Emma Goldman nos dice que ellas creían que ser una esposa significaba un poco más que ser una criada. Es una vida de trabajo pesado, maltrato y servidumbre. Las esposas son esencialmente parásitos inútiles en el ámbito social e individual. Una debe ser muy estúpida para creer que el matrimonio es algo más que un confinamiento al fracaso y a la miseria. Para que una mujer pueda ser verdaderamente libre, ella no debe ingresar a una unión conyugal. Las mujeres no necesitan ser libres del pecado, sino de los hombres. En parte, esta es la razón por la que resulta confuso que las cristianas de hoy estén cada vez más cómodas al etiquetarse como feministas. En nuestra generación de memes, la cual es históricamente ignorante, es difícil superar la definición supuestamente sencilla del feminismo que a menudo va acompañada de una imagen de aquellas primeras feministas que se ven como abuelitas refinadas y encantadoras. Algunos, incluso, intentan vender la frase: “El feminismo es la noción radical de que las mujeres somos personas”. Es algo que resulta tanto facilista como engañoso, pero al menos es una frase lo suficientemente corta como para caber en las publicaciones de Instagram.
La mentira del #MeToo
El feminismo cobró un Nuevo impulso cuando los tuits que expresaban sus virtudes se convirtieron en una especie de moneda corriente. Ya no es necesario que una mujer tenga que ser virtuosa, sino que basta con que aparezca en línea. Por eso, mientras ninguna de nosotras que haya leído Proverbios nos hayamos sorprendido de saber que existen hombres malos en Hollywood, el rechazo a jadear de manera audible te puede llevar metafóricamente al gulag. Hollywood seguirá reproduciendo superproducciones que celebren las desviaciones sexuales como una forma de arte, mientras cuelgan sus pecados en el cuello del próximo macho cabrío cuya conducta reprobable sale a la luz. Ese macho cabrío aparecerá con la leyenda “#MeToo” (yo también) en sus costados, pintada con aerosol. No tengo ninguna intención de pegarles a los que martillean con esto de “tal vez tengan buenas intenciones”. Los cristianos que se conforman al mundo están profundamente engañados. No cabe duda de que las mujeres de nuestra nación experimentan regularmente el crimen atroz del abuso sexual. Como iglesia, debemos airarnos y manifestarnos en contra de ese asunto. Debemos ser un lugar seguro para las víctimas. Debemos ver el abuso sexual como el pecado reprobable que es, y estar preparados para ofrecer la esperanza en Jesucristo, a la vez que buscamos justicia para las víctimas. Para tratar la maldad justamente, se necesita que entendamos la naturaleza maligna del pecado. Desafortunadamente, el movimiento #MeToo no puede ver el abuso sexual apropiadamente, ya que éste fue creado por un mundo que ama el pecado sexual. Si las estadísticas pueden decirnos algo, es que por lo menos el 75% de los hombres detrás del #MeToo, la infame y fastidiosa propaganda de Gillette, son consumidores habituales de pornografía, una industria abominable que ha causado un daño incalculable a las mujeres. Pero ya que están dispuestos a defender el #MeToo, se supone que debemos creer que hay una gran virtud en medio de ellos. Nadie se pregunta sobre lo que sus historiales de navegación revelarían acerca de lo que hay verdaderamente en sus corazones con respecto a las mujeres. Los hombres que habitualmente consumen el abuso de las mujeres por placer son capaces de ocultarse tras del hashtag sin tener que hacer nada. Ellos navegan con una brújula estropeada y sin embargo, muchas cristianas están dispuestas a seguirlos. El #MeToo les causa un daño a las víctimas de violencia sexual ya que no distingue entre los tipos de pecados. Puesto que Dios es justo, Él sí hace distinciones para nosotros entre pecados y crímenes. Todos los pecados son malos, pero no todos los pecados son crímenes y por lo tanto, no deben tratarse de la misma manera. El hombre que te silbó mientras caminabas es culpable de muchas cosas (entre ellas la de ser una estupidez), pero no es culpable de un crimen que se castiga con la muerte, como se debería aplicar a un violador o a un asesino. #MeToo no hace la diferencia necesaria, por lo que causa un daño mayor a las víctimas reales de violencia sexual. Puesto que loque dice la Biblia es verdad, puesto que las mujeres están hechas a la imagen de Dios, nuestro tratamiento de los crímenes contra las mujeres no debe dejar el margen de error inherente al movimiento #MeToo. El Dios del Antiguo Testamento, Aquel que miró con ira a los que abusaban sexualmente de las mujeres, es el mismo Dios a quien la iglesia sirve. Él regresará y vendrá como Juez. Sus estándares son justos y buenos. Como creyentes, es necesario que vivamos como si esto fuera verdad, aunque Dios ha hablado y esto ha tenido efectos en tiempo real en nuestra vida. Cuando Dios define el pecado y la justicia, debemos actuar en consecuencia. Tú despedirías a un médico que recomendara la amputación de una pierna a cada enfermo. Entonces, ¿por qué escuchamos al movimiento feminista que diagnostica problemas sociales con una agudeza similar?
La mentira intersectorial
El surgimiento de la interseccionalidad explica mucho de lo que está sucediendo a nuestro alrededor. La interseccionalidad es una religión humana que nació de una teórica crítica feminista, sobre la cual necesitamos informarnos. Con una estricta conformidad a sus principios se otorga el acceso a ofertas de libros, becas de investigación, puestos permanentes en las universidades, seguridad laboral, “marcas de verificación» en las redes sociales y un pase para que los hombres puedan usar faldas largas y holgadas en la alfombra roja. La interseccionalidad es la idea de que todos existimos bajo diferentes niveles de opresión con base en las identidades sociales que podemos atribuirnos. Su redactora, Kimberle Crenshaw, explicó esta idea como “intersección”. Dice, por ejemplo; eres una mujer. En esta cosmovisión, se entiende que las mujeres como grupo experimentan un tipo de opresión que los hombres no. Pero si eres una mujer de color, experimentarás una forma de opresión que no lo harán las mujeres que no son de color. Así que si te imaginas que cada una de las identidades que te puedes atribuir experimenta una cierta clase de opresión simplemente debido a su naturaleza, y si se superponen esas identidades, entonces experimentas una “intersección” de opresión que no la conoce aquel que no comparte las mismas identidades. A mayor cantidad de grupos de identidades a las que perteneces (estas categorías falsas de identidad son normalmente las de raza, género y “orientación sexual” y otros etcéteras), hay más intersecciones, y por tanto sufres una mayor opresión. Si tú no experimentas la misma intersección que otra persona, a menudo te tratan como si no entendieras esa intersección porque no la has vivido. Las “experiencias vividas” se convierten en el estándar fundamental para comprender el mundo. Esta idea implica que aquellos con más intersecciones de identidad son inherentemente más perceptivos e intuitivos que aquellos que pueden atribuirse menos categorías intersectoriales. La religión de la interseccionalidad está alcanzando su apogeo y es fácil entender el porqué. Fundamentalmente, la interseccionalidad es la religión del yo, de quien soy y de la razón por la que tengo más entendimiento que tú. Es un estudio del ser, nacido del amor por uno mismo y la insistencia de que tu ser es lo que realmente importa. Estar en desacuerdo con la experiencia vivida de alguien te hace un anatema. La interseccionalidad presupone una clase de parcialidad impía, y las Escrituras nos advierten consistentemente a los cristianos a apartarnos de ella (Hechos 10:34, 35; Levítico 19:15; Judas 1:16). No debemos juzgar a las personas con base en su apariencia, estrato social, ingresos, entorno ni su origen étnico. La interseccionalidad insiste en que sólo podemos entendernos a nosotros mismos y a los demás emitiendo juicios con base en el origen étnico, el entorno, los ingresos, el estrato social y la apariencia. La interseccionalidad cambia la idea del pecado original por privilegios, haciendo que todos los que cuentan con esos “privilegios” sean la fuente de los problemas sociales. De nuevo, esta fuerza motriz del movimiento feminista fracasa en hacer un diagnóstico apropiado del mundo a nuestro alrededor, llevando a muchos a caer en la trampa de la expresión de sus virtudes. Si cuestionar una experiencia vivida es un pecado horrendo, ¿qué derecho tenemos cualquiera de nosotros de insistir en que los varones biológicos se abstengan de competir en los deportes femeninos? Al fin de cuentas, los que no hemos tenido la misma experiencia no podemos cuestionar la experiencia vivida de una persona que nació biológicamente siendo varón, pero que se siente una mujer. La virtud, según la religión de la interseccionalidad, a menudo exige el silencio frente al mal. En Hechos 6, hubo una disputa entre los judíos de cultura griega y los judíos de cultura hebrea con respecto a la distribución de alimentos entre sus viudas. En respuesta, los apóstoles no analizaron a qué grupo de mujeres pertenecía la categoría más oprimida para determinar quién era el opresor. Tampoco designaron mujeres para garantizar que las demás mujeres estuvieran atendidas,ya que ellas se entienden mejor entre sí. Los apóstoles eligieron hombres de Buena reputación, conocidos por ser sabios y “llenos del Espíritu” para que traten el problema. Ante los ojos de Dios, las personas sabias son las que están llenas del Espíritu, pues son las que están más capacitadas para manejar los desacuerdos entre nosotros. Los que poseen el mayor entendimiento no son los que se parecen a nosotros ni los que piensan como nosotros. Los que están más capacitados para hablar a nuestras vidas son los que piensan y actúan como Dios. Cuando estamos en medio del sufrimiento, la persona que conoce a Dios es la que está más capacitada para ministrarnos.
La mentira de la incredulidad
El feminismo no es una forma particularmente complicada de incredulidad, sino que es la antigua incredulidad habitual. Da la apariencia de ser algo bastante benigno. Nos dice que no están en nuestra contra, sino a nuestro favor. Nos sugiere que podemos ser libres del duro trabajo de la obediencia al diseño de Dios. Esta mentira es antigua y la podemos encontrar a lo largo de la historia. Al igual que las primeras feministas Emma Goldman y Susan B. Anthony, el Papa de los días de Martín Lutero despreciaba a las mujeres y consideraba que el matrimonio era repulsivo. Él creía que “alguien no podía servir a Dios y estar casado”. La Iglesia Católica, contra la cual luchó la Reforma, hubiera estado de acuerdo con el feminismo en que una mujer casada que se quedaba en casa era una inútil. Pero luego ocurrió la Reforma, y los reformadores tenían una visión muy diferente de las mujeres y el matrimonio. Los reformadores afirmaban que el trabajo de las mujeres era de un valor inmensurable. Ellos estaban de acuerdo con la Escritura en que “el que halla esposa halla el bien”. Las palabras de Martín Lutero sobre su esposa fueron puros elogios. Él deseaba que la gente supiera que no podría haber hecho todo el trabajo que realizó sin su colaboradora, Catalina. Debemos afirmar junto con los reformadores, y en contra de la Antigua Iglesia Católica y de cada ola del feminismo, que el llamado más noble de las mujeres no necesita la extinción de nuestra naturaleza. La Escritura es muy clara acerca del valor, la importancia y el propósito de la femineidad. Debemos ser mujeres que sirvamos para nutrir, criar, embellecer y derramar nuestras vidas en cualquier lugar en que Dios nos haya puesto, estemos casadas o solteras. Dado a que somos hijas de la Reforma, ¿cómo es posible que muchas de nosotras nos hayamos convertido en simpatizantes de un movimiento que desdeña la femineidad? Nuestro temor a la femineidad bíblica nos hace partícipes de la incredulidad. Mira a tu alrededor. ¡Es común leer blogs dirigidos a mujeres cristianas que quieren asegurarte que “Proverbios 31 no abarca todo lo que es ser una mujer!” En lugar de pensar de manera crítica acerca de la imagen de la femineidad que muestra Proverbios 31 y de preguntarte: “¿Nos parecemos a esto?”, se ha vuelto popular asegurarles a las mujeres que no tienen que ser así. Todas sabemos que no vamos a llenar el estándar. Le tenemos miedo al fracaso. No nos aferramos a las promesas de Dios para santificarnos y crecer. No le creemos a Dios. La oración de toda mujer Cristiana debe ser que Dios le conceda la gracia para parecerse más y más a la mujer de Proverbios 31. En vez de poner mala cara, bajar los brazos y tener temor a obedecer lo que se nos pide, debemos arrepentirnos y creerle a Dios. La obra de Dios en nuestros corazones será la que nos ayude a dar fruto. La mujer descrita en Proverbios 31 no fue digna de alabanza por depender de sí misma. Ella fue obediente a Dios y floreció. Ella abrazó su diseño, plantó la semilla que se le ha dado y fue digna de alabanza. Nuestro trabajo es el mismo. ¿Lo estamos haciendo? ¿Creemos que la obra que Dios planeó para nosotras antes de la fundación del mundo es buena? ¿Le creemos a Efesios 2:10? Hoy puedes ser una mujer virtuosa. Puedes amar a las mujeres apropiadamente. Puedes hacer estas cosas luchando contra la incredulidad. Cree lo que Dios dice acerca de las mujeres, no lo que dice nuestra sociedad injusta y maligna. Dios dice que debes dar tu vida, tomar tu cruz y seguirle. Dios requiere nuestra obediencia, y esta es una verdad ante la que el feminismo no puede inclinarse. En la senda de la vida, hay plenitud de gozo: gozo para las que están afligidas y lastimadas. Hay gozo para las esposas, las madres y las mujeres solteras que luchan. Gozo para las que han sufrido daños sexuales. Sanidad para las abusadas. No recurras a la sabiduría del mundo para buscar placeres pasajeros que requerirán que corras una carrera de resistencia digna de un maratonista para mantenerte día tras día. El feminismo es una Carrera que se corre con amargura y resentimiento. Es un cambio de la verdad bíblica por la apariencia de sabiduría. Deja de asociarte con el mundo. La Escritura nos lo manda. Tú no eres una amiga del mundo. Su punto de partida no es el tuyo. Su punto de llegada, tampoco. El mundo aborrece a tu Padre Dios. Los cristianos se ríen de esas etiquetas de parachoques donde se lee “coexistir”, mientras que en la práctica, viven una filosofía pagana que ha sido medianamente cristianizada. Es hora de reflexionar. ¿Qué filosofía has permitido que sea de influencia en tu vida? ¿A quién intentas impresionar? ¿A quién representas? ¿Está Dios impresionado contigo? ¿Eres una miembro comprometida en algún cuerpo local, ocupada en convertirte en la clase de mujer descrita en Tito 2? ¿Luchas por parecerte a la mujer de Proverbios 31, o esperas una forma más “segura” del cristianismo que no te llame a una obediencia radical a Cristo? Salmos 16 nos dice que “se multiplicarán los Dolores de aquellos que sirven a otro dios”. No corras tras otros dioses. No te inclines ante el espíritu de este siglo. No apoyes movimientos que requieren que te separes de la verdad bíblica, la unidad bíblica y los estándares bíblicos. Es hora de salir de internet y de llamar a alguien de tu iglesia. Pregúntale a los pastores y diáconos de qué manera puedes servir. Métete en la Palabra cada día. Sé obediente a Dios. Ora. Pídele a Jesús que haga de ti una mujer piadosa. Salmos 16 termina con la promesa de que Dios nos mostrará la senda por donde hemos de andar, y que en Su presencia tendremos la “plenitud de gozo”. ¡Conoce la plenitud de gozo, querida hermana! Camina con Él.