Un corazón que ha sido regenerado buscará servir para el avance del reino de Dios en esta tierra, amará el dar a conocer el nombre de Cristo así como Su obra de redención. Sin embargo, en ese amor a Cristo y Su iglesia, puede ser que hayamos reducido el servicio a Dios a solamente servir dentro de la iglesia local en un ministerio establecido. Servir a Dios para el avance de Su Reino no es exclusivo dentro de las paredes de una iglesia local pues el llamado que nos dejó nuestro Señor Jesucristo es claro cuando nos dice: “Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mt. 5:16). Nuestro diario vivir y el mostrar el evangelio “haciendo brillar la luz de Cristo” debe ser en todo lugar donde estemos, no solo dentro de la iglesia. Bien es cierto que que la iglesia es la comunidad de los santos, donde nos reunimos todos a adorar, a alabar a Dios, a escuchar la Palabra predicada como familia redimida, pero sin olvidar que hay un mundo que aún no le conoce ya que hay hombres y mujeres que se están muriendo todos los días sin conocer a Cristo. Somos los hijos de Dios, quienes hemos sido bendecidos por tener el tesoro de la Palabra de Dios en nuestras manos y en nuestro idioma para hablarles de las buenas nuevas de Cristo. “Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:19-20). Solemos pensar que la gran comisión fue dada para ir a aquellos lugares remotos en el planeta tierra, allá donde nadie ha escuchado el Nombre de Cristo; y ciertamente un enorme número de personas aún no lo ha escuchado y se necesitan más obreros que vayan a la mies que el Señor ha preparado. Sin embargo, no necesitamos volar millas y millas lejos de casa, tan solo miremos a nuestro alrededor y podremos darnos cuenta de que muchos de ellos aún no conocen a Cristo. ¿Qué tan lejos de Dios está el corazón de nuestros hijos? ¿Cuánto necesitará de Cristo nuestra vecina que tiene los ojos tristes? ¿Cuán lejos iremos para hablarle de Cristo a esa niña que pareciera ausente de este mundo? Servir a Dios es glorioso y un privilegio enorme que se le ha dado a Sus hijos. Podemos ser ese mensajero que trae agua fría que sacia el alma sedienta (Prov. 25:25) de aquél que se está consumiendo en la desesperación aun sin salir de nuestra ciudad.
Si tan solo…
Si tan solo viéramos más afuera de nuestras iglesias y nos detuviéramos a contemplar el mundo que gira y gira sin parar trayendo más confusión a las mentes, más vanagloria a los corazones, más anhelos huecos y todo aquello con lo que buscan saciar un vacío que solo Cristo puede llenar. Si tan solo fuéramos más como el maestro para detenernos a contemplar la gran ciudad a la que pertenecemos y llenarnos de compasión por todos aquellos que vagan sin dirección, que viven sin vivir y que no conocen el amor. Si tan solo fuéramos más como Cristo y tuviéramos un amor más interesado en dar a conocer el nombre de Dios antes que el nuestro quizá iríamos una milla más, una calle más, una casa más y con una persona más un día a la vez compartiendo el evangelio. Si tan solo entendiéramos que todos tenemos el potencial de dar a conocer a Cristo al hablar la Palabra, pero también viviendo vidas que muestren lo que Dios hace en los corazones de las personas que se arrepienten. Si tan solo entendiéramos que no se trata solo de nosotras. Sin embargo, entender que servimos a Dios en todo tiempo y en todo lugar es un regalo del cielo que nos quita la carga y la presión de creer que no estamos sirviendo a Dios porque no estamos en un ministerio en nuestra iglesia local. ¿Puedes ver lo glorioso que es esto? Ayudamos al avance del Reino de Dios conociendo más a Dios para que desde el lugar en el que estamos día a día también ayudemos a la iglesia local en la que Dios nos tiene; porque entonces estaremos cumpliendo el llamado que el Espíritu Santo nos ha dejado en diversas ocasiones de ser unánimes al pensar en nuestro prójimo en cada ocasión que nos menciona: “los unos por los otros…”. Juntos como iglesia, nos animamos, nos exhortamos, nos amamos, perdonamos y buscamos en un mismo sentir vivir para la gloria de Dios todo el tiempo en todo lugar.
Un día a la vez
Todas nosotras podemos ayudar al avance del Reino de Dios un día a la vez porque al vivir Coram Deo, es decir: delante de Dios, bajo la autoridad de Dios y para la gloria de Dios, nuestra vida estará anunciando quién es nuestro Rey y Señor. Ayudamos al avance del Reino de Dios y a Su iglesia desde lo ordinario en la vida diaria y real al amar a Dios y a nuestro prójimo, que se traducirá a hacer las buenas obras que Cristo mismo ya había preparado para que anduviésemos en ellas (Ef. 2:10). Todo lo bueno que hoy podemos hacer es gracias a la obra de Cristo en nosotras, al dulce Espíritu Santo que al morar en nosotras pone el querer como el hacer por Su buena voluntad. Nunca se ha tratado de lo que hagamos por nuestra cuenta porque eso puede llevarnos a hacer todo para nuestra propia gloria o para saber que hemos cumplido y llenarnos de orgullo. Demos gracias a Dios porque al hacer lo que hacemos cada día para la gloria de Su Nombre no nos estamos predicando a nosotras mismas sino a Cristo Jesús como Señor y a nosotras, como siervas por amor de Jesús (Parafr. 2 Co 4:5).
Sirve al avance del Reino
Demos gloria a Dios que nos permite servirle y nos capacita para hacerlo en cada etapa en la que estamos y en los lugares donde Él nos tiene sirviendo. Servimos al avance del Reino de Dios un día a la vez cuando honramos a nuestros padres, cuando amamos y respetamos a nuestros esposos, también cuando les hablamos a nuestros hijos acerca del evangelio y leemos con ellos la Palabra de Dios. Servimos al avance del Reino un día a la vez cuando honramos y respetamos a nuestros esposos sin querer sublevarnos a su autoridad, sino que con alegría y en unidad juntos edificamos el hogar que Dios nos permite tener. Servimos al avance del Reino de Dios un día a la vez cuando recibimos personas en nuestros hogares para compartir historias en nuestra mesa creando amistades, hermandad y lealtad. Servimos al avance del Reino de Dios un día a la vez cuando las labores de nuestros hogares las realizamos con agrado, con gratitud y contentamiento sabiendo que Dios ve, escucha, recuerda y nos ha bendecido con un hogar en el que podemos dar gloria a Su Nombre. Servimos al avance del Reino de Dios un día a la vez cuando caminamos en integridad adornando el evangelio que hemos creído, cuando lloramos con los que lloran, cuando nos gozamos con los que gozan; cuando consideramos a los demás como superiores a nosotras mismas, cuando oramos por nuestros pastores y por la iglesia local en la que Dios nos ha plantado. Servimos al avance del Reino de Dios un día a la vez cuando reconocemos que el Rey de Reyes y Señor de Señores no vino a ser servido sino a servir, humillándose a sí mismo y buscamos imitarlo día a día. Sirvamos al avance del Reino de Dios un día a la vez con las manos abiertas con gratitud a aquél que con sus brazos abiertos nos llamó y nos recibió cuando en la Cruz se entregó. Gloria a Dios por siempre.