C. S. Lewis concluye que la amistad es ‘innecesaria’’. Él dice ‘’no tengo la necesidad de ser amigo con nadie, y ningún hombre en el mundo tiene la necesidad de ser el mío. No hay reclamos, ni sombras de necesidad. La amistad es innecesaria, como la filosofía, como el arte’’ (Los cuatro amores, 103).
La amistad es como el postre después de una comida impresionante. Nadie debería comerlo más que el mismo anfitrión que lo provee —la mejor parte innecesaria—. Así sucede con los amigos. La amistad se alimenta con la nafta del disfrute compartido, no por un contrato o deuda o deber familiar. Aún así, en momentos solitarios, sentimos una pérdida — de compañía, consuelo y edificación—.
Las Escrituras nos muestran cuán fuertes son los vínculos de la amistad, así como entre Jonatan y David: “Porque lo amaba como a sí mismo” (1S 18:3). Podemos ver el dolor de una amistad que no vive a la altura de su nombre como los amigos de Job: “Mis amigos son mis escarnecedores; mis ojos lloran a Dios” (Job 16:20). Sabemos que “en todo momento ama el amigo’’ y que aún así, el amor de un amigo, incluye también su predisposición a herirnos, ya que “fieles son las heridas del amigo” (Pro 17:17; 27:6).
Teniendo en cuenta una bendición tan grande, ¿cómo puede una mujer joven aspirar a amistades piadosas?
Caminos que conducen a la amistad femenina
En ciertos períodos de nuestras vidas, podemos encontrarnos sin amistades, o, sino, con poca presencia de amistades reales y cercanas. Una cosa de que sí estoy segura es que uno no desarrolla amistades por el simple hecho de desearlo. La forma más eficiente que he descubierto para hacer amistades es echarle mano a lo que Dios dispuso para mí en ese día y, luego, ver quién Dios ha cruzado en mi camino.
Se da por sentado que nuestras amistades más cercanas no solo deberían ser personas cercanas a nosotros, sino cristianas. Necesitamos rodearnos de personas en la iglesia, en nuestra familia y entablar amistades que honran a Cristo y Sus caminos. Cuando caminamos con el sabio, nos convertimos como él, sin embargo, cuando nos rodeamos de necios sufriremos por ello (Pro 13:20). La amistad es comunión, y “¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas?” (2Co 6:14).
Suelo notar que las mujeres admiran a alguien de lejos y luego las invitan para tomar un café juntas. Ser intencional en hacer que una amistad nazca no es malo, pero puede ser decepcionante cuando esa mujer no cumple con tus expectativas. En mi experiencia, la mejor forma de conocer a alguien es hacer algo con esa persona lado a lado en lugar de empezar algo uno a uno y cara a cara. Servir hombro a hombro con una mujer en la iglesia es una idea increíble para tener conversaciones sin presiones. Invitar a una familia para cenar es otra forma efectiva para conocer una potencial amiga, ya que tendrá una imagen completa de cómo es con su esposo e hijos.
Eventualmente, me sorprendo cuando una mujer con quien parecía llevarme bien en una conversación privada no es compatible conmigo cuando estamos con nuestras familias o en un grupo más grande de amigos. Al mismo tiempo, me sorprendo cuando alguien con quien al principio no compartía nada en común con el tiempo se vuelve una querida amiga en el contexto de nuestras familias y trabajo compartido. En otras palabras, tómate el tiempo de conocer potenciales amistades en la vida real, no solo sentándote con un café lejos del ruido de los niños, o de las clases, la vida de casa, el servicio o el trabajo. Las amistades femeninas no deberían aislarse de los esposos, niños, padres o el trabajo práctico. En realidad, todo contexto de la vida real es el terreno fértil para amistades saludables.
Las amistades más gratificantes que Dios me ha dado son lo suficientemente seguras como para apartar la vista de la amistad, tomarnos del brazo y subir un monte juntos. Quizás el monte sea una proeza de hospitalidad demasiado grande para una sola persona. Tal vez sea tratar de resolver algún problema difícil y orar juntas. Quizás el monte sea la mejor manera de educar a nuestros hijos en el Señor. Tal vez sea trabajar en un proyecto de escritura con un amigo, brindar comentarios críticos o recibirlos. En estos casos, la amistad ha ido más allá de sí misma hacia una fruto productivo que se extiende a los demás.
Los enemigos de la amistad femenina
Regularmente, ciertas malas hierbas brotan en el jardín de la amistad entre mujeres y estas pueden prevenir que haya amistades fructíferas en el Señor. La amistad femenina crece en un tipo particular de suelo propenso a males particulares: la envidia, el fingimiento, la rivalidad, el engaño, las quejas y los chismes, solo por nombrar algunos.
Mi primer recuerdo de un pensamiento envidioso me llegó a los doce años con una amiga a la que amaba (¡y amo!) muchísimo. Envidiaba su apariencia y físico. Esa envidia permaneció en el fondo de mi corazón durante varios años, como un invitado no deseado pero persistente, antes de que me diera cuenta de que debía hacer algo al respecto. Del mismo modo, puedo recordar la rivalidad (un impulso competitivo de ser o hacerlo mejor que mis amigos) desde una edad aún más temprana.
Más aún, como mujer más de cuarenta años, sigo poniendo a muerte las tentaciones ocasionales del chisme, de la queja o de la exageración cuando estoy con amigas. Le agradezco a Dios que Él me ha dado un nuevo corazón que desea poner a muerte aquellos pecados y también que inserte deseos de amar a mis amigas verdaderamente. Pero la lucha no ha acabado. Entonces, por el bien de nuestras almas y por el bien de nuestras amigas, debemos implacablemente quitar las hierbas malas de nuestras amistades.
Podemos empezar por desarrollar el hábito de atacar estas tendencias pecaminosas rápidamente. Si un pensamiento envidioso sale a brotar, mátalo, inmediatamente al confesarlo a Dios. Pídele que en respuesta haya gratitud en lugar de envidia, y luego, da gracias a Dios por esa cualidad que ibas a envidiar de tu amiga. Agradece por su hermoso cabello, su buen humor o su hermoso hogar. Luego, sigue adelante, no le des más atención.
Si te encuentras dándole una forma particular a las anécdotas a través de la exageración o la omisión de información para así proteger tu imagen o reputación, entonces, rápidamente, antes que una palabra falsa salga de tu boca, retrocede. Di a tu amiga: “Perdóname, eso no es correcto. Lo que realmente pasó fue…”.
Si te encuentras chismeando con una amiga, no sucumbas a la segunda tentación de intentar salir de eso actuando como si nunca hubiera sucedido. Ocúpate rápidamente en el acto. Di: “Lamento haber estado chismeando. ¿Me perdonarías?”. Incluso si tu amiga también participó, asume tu parte, arrepiéntete y recibe el perdón de Dios. Los chismes y las quejas son formas baratas de tener intimidad. Hacen que los amigos se sientan cercanos y unidos. Pero, al final, siguen siendo los cimientos de la amistad que se están desmoronando.
Amor en las buenas y en las malas
Mientras que Lewis tiene razón de que la amistad no es un deber que se pueda demandar al otro, sí tenemos la oportunidad de darles a nuestras amistades el precioso regalo que se asemeja a Cristo: nuestro amor constante. Este amor no se proporciona de acuerdo a cuán divertido es estar con ellas, sino, se basa en nuestro Salvador, Cristo, quien nos llama Sus amigos y nos ama hasta el final (Jn 15:15).
Nuestras amigas enfrentarán profundos valles y altos picos durante el curso de sus vidas. Si somos capaces de amarlas durante los valles, no debemos ser egoístas; si somos capaces de amarlas en los picos, no debemos ser envidiosas. Dios realmente puede darnos un disfrute real en nuestras amistades en cada etapa porque Él ha hecho grandes obras al haberlas creado, llamado, dotado de dones y permitirnos participar en sus vidas. Es un privilegio llamar “amigo” a alguien, y aún más, ser llamado así.
Publicado originalmente en Desiring God.